jueves, 12 de octubre de 2017

CAPITULO 45 (TERCERA PARTE)





Son las once de la noche. Pedro lleva más de cinco horas fuera de casa y no sé nada de él. 


Le he dejado miles de mensajes de voz en su celular, lo he llamado, enviado mensajes de texto, pero nada. No puedo localizarlo y comienzo a sentir miedo. No sé a dónde está, lo que está haciendo, no sé si Damian sigue vivo… 


—¿Papá Pero se fue de viaje? —pregunta Ale, mientras que se acurruca a mi lado y acaricia a su pequeño perrito. 


Estamos en su habitación y estoy esperando a que se quede dormido. No podré con todo esto. 


—Él vendrá pronto. Fue a resolver un problema —le explico, pero sé que eso no es suficiente.



—¿Qué problema? —pregunta, elevado su cabeza hacia mi dirección. Sonrío y acaricio su mejilla en un vago intento por cambiar de tema, pero no funciona. 


—Es un problema de gente grande, Ale. 


—¿Y papá se molestó? 


Su pregunta me sorprende, pero no tanto. Está claro que despertó por los gritos en la sala de estar. 


—No… —miento—. Papá se enfadó por otra cosa, pero volverá pronto —aseguro una vez más—. Ahora tienes que dormir porque para cuando despiertes, papá estará aquí y jugaremos mucho con Dog, lo llevaremos al parque. 


—Está bien —murmura con una sonrisa. 


Beso su frente, acaricio a su perrito y me quedo ahí por unos cuantos minutos hasta estar completamente convencida de que se ha dormido. Lo observo una última vez, me seguro de que está bien cubierto con el edredón y dejo la luz encendida, luego salgo de la habitación sin hacer ruido y camino hacia mi cuarto. Falta poco para que se acabe San Valentín y comienzo a pensar que es mucho peor que el del año pasado. 


No estamos juntos, estamos peleados y no dormiré entre sus brazos porque sé que está molesto conmigo. Me siento en la cama con el teléfono entre las manos y veo pasar lo minutos. 


Decido llamar una última vez, pero no me contesta. 


—Sé que estás molesto, sé que probablemente me odies después de esto pero… —suelto un suspiro y otro sollozo—. No creí que este San Valentín sería como el primero, Pedro. Hace un año no dormí entre tus brazos porque fingía que te odiaba y ahora tú me pagas con la misma moneda… Sé que no es justo que te pida nada, pero si oyes esta nota de voz entonces presta mucha atención. Te diré todo lo que sucedió en todos estos días en los que no has estado, te lo contaré todo con lujo de detalle… 


Comienzo a narrar cada cosa que ha sucedido desde que se marchó. Trato de no omitir ni un detalle, pero cuando lo noto, llevo más de veinte minutos hablado y ya le envié como siete notas de voz que probablemente no solucionarán nada.



—Sabes… lo lamento. No fue mi culpa, pero lo lamento de todos modos. Sabes que te amo… 


Suelto el micrófono de la pantalla y luego trato de tranquilizarme. Estoy molesta conmigo y molesta con él, pero también estoy decepcionada de mi misma. 


Es una mezcla absurda de sentimientos y hormonas. 


Acaricio a Kya e intento que mi vientre vuelva a relajarse. 


Corro a la ducha y me doy un baño que dura menos de diez minutos. Seco mi cabello y trato de no pensar en todo lo que ocurrió. 


Él ha arruinado nuestro San Valentín. 


Yo quería decírselo todo, pero buscaba el momento correcto y eso él no lo supo comprender. Es ridículo. Yo tengo la razón. 


—Eres una completa estúpida, Paula —me digo a mi misma cuando estoy peinando mi cabello. 


Aseguro el nudo de la toalla blanca que cubre mi cuerpo, camino hacia mi tienda individual y tengo otro enfrentamiento conmigo misma al ver mi teléfono. Esto es ridículo. No me merece. 


Debería estar aquí tratando de solucionarlo y no en no sé dónde. 


*Vete a la puta mierda Alfonso!* 


Escribo y luego se lo envío. Oigo un extraño sonido al otro lado de la habitación. Me volteo lentamente y cierro los ojos porque sé que cuando los abra lo veré parado a metros de mí, y lo hago… Ahí está él, leyendo el mensaje que acabo de enviarle. 


—¿“Vete a la puta mierda”? —pregunta, mirándome fijamente. 


No puedo descifrar lo que hay en su rostro. No sé si sigue enfadado o qué. Estoy completamente confundida y sentirme así me hace tener deseos de llorar. Me siento como una estúpida. 


Pedro… 


Él deja su teléfono celular a un lado, da un par de pasos y, en menos de dos segundos, está delante de mí. 


Sus ojos me escanean por completo, una de sus manos toma la toalla que me cubre y en un parpadear estoy completamente desnuda. Sus manos rodean mi cintura mientras que sus labios aprisionan los míos por completo. Es un beso cargado de desesperación. No sé qué hacer o que decir, solo lo sigo, quiero seguirlo para saber en dónde terminará todo esto. 


Es una completa locura, pero no puedo pensar en nada y al mismo tiempo todo se me viene a la cabeza. 


Pedro... —digo apartándome cuando necesito respirar—. Pedro… —pero su agarre se torna más fuerte. 


Toma mi pierna derecha y hace que rodee su cintura con ella. Me pierdo en otro beso y gimo cuando sus labios acarician mi cuello. La piel de todo mi cuerpo se calienta, siento calor, voy a perder los estribos. ¿Qué está sucediendo? 


—Tú eres mía… —susurra sobre mi oído, mientras que con una de sus manos atrapa uno de mis senos—. Tú eres solo mía —vuelve a decir como si estuviese tratando de convencerse a sí mismo de que lo que dice es verdad, y claro que lo es—. Ese beso no significó nada para ti —asegura. 


—No, claro que no —siseo de inmediato. 


Gimo de nuevo y chillo cuando me toma con fuerza y me carga a horcajadas. 


Comienza a caminar hasta la cama y me deja sobre ella con sumo cuidado. Me observa desde donde está y luego se quita su camisa con prisa. No puedo creer que esto esté sucediendo. 


Observo su torso y mis ojos se posan rápidamente hacia su pantalón. Se lo está quitando a toda prisa y no demoro en verlo completamente desnudo. 


Su erección está ahí, llamándome. Es toda para mí. Suelto un suspiro y luego me acomodo para que Kya no comience a quejarse con sus pataditas. Pedro sigue sin ninguna expresión clara en su rostro. 


Aún no he visto una sonrisa y no sé qué pensar realmente. 


Se acerca a mí y hace fuerza con ambos brazos para no aplastarme, luego se inclina y muerde mi labio inferior. No puedo moverme, estoy completamente hechizada. 


Me pierdo en su mirada, en sus caricias, en todo él. Esto me ha tomado por sorpresa y estoy desconcertada. Su boca comienza a depositar leves besitos sobre su hija, sus manos descansan a ambos lados de mi cintura, mientras que sus labios… 


Oh, Dios. Sus labios siguen bajando hasta posarse sobre mi feminidad. Enloqueceré por completo. Descanso mi mano sobre la parte trasera de su cabeza para guiar sus movimientos y cierro los ojos. Él deja de besarme de inmediato y mueve su rostro junto al mío, separa mis piernas y, cuando me mira fijamente, sonríe y me penetra de tal manera que logra arrebatarme un gemido.



—Tú eres mía, solo mía… 


Pedro



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