Pedro estaciona el coche en la entrada. Solo tiene que bajar y tocar ese timbre para que me lance a sus brazos.
Suelto un suspiro. Miro mi vestido y lo aliso de manera frenética. Quiero estar perfecta, quiero que todo salga más que bien. Quiero que me vea completamente hermosa.
—Tranquilízate —me dice mi madre mientras que bebe una taza de té en el sillón de la sala de estar. Estoy frente a la puerta y me muevo de un lado al otro con impaciencia.
¿Por qué está demorando tanto?
El timbre suena estruendosamente en el interior del recibidor. Doy un pequeño brinco y corro hacia la puerta. Me detengo por unos segundos y suelto un gran suspiro, intentando que los nervios no se apoderen de mí. Miro mi vestido, aliso la falda una y otra vez, paso mi mano por mi pelo, por si acaso, muevo mis hombros y finalmente abro la puerta.
Me encuentro con sus ojos, esos hermosos y dulces ojos que hacen que me sienta la única mujer en todo el universo.
Está completamente perdido en mí. Soy su centro de atención. Su mirada me recorre lentamente, como si estuviese viendo cada pequeño detalle, como si estuviese buscando algún defecto y sus ojos no lograran percibir nada.
Soy completamente perfecta para este hombre.
Mis labios se curvan en una media sonrisa. No aparto mis ojos de él y no me importa si llevamos más de un minuto viéndonos el uno al otro sin decir nada. Podría quedarme así, viéndolo toda mi vida y no me cansaría de hacerlo.
Se ve radiante, se ve nervioso, emocionado y sobre todas las cosas se ve feliz. Yo también lo estoy. Debo sentirme igual que él. No hay palabras, no hay motivos para interrumpir este precioso momento en el que estamos completamente conectados.
—Paula… —dice finalmente cuando sus ojos terminan de mirarme por completo. Suelta el aire que había guardado durante todo ese tiempo y da un paso al frente acortando la mínima distancia que ya existía entre los dos—. Me faltarían todas las palabras del mundo para describir lo hermosa que te ves esta noche.
Posa su boca sobre la comisura de mis labios y tengo que cerrar los ojos para poder contenerme. Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no cometer una locura en este preciso instante.
—Bésame —le pido en un leve murmuro que solo los dos podemos escuchar.
Él sonríe ampliamente, luego mueve una de sus manos a mi cara y la otra sobre el contorno de mi cintura. Me apega a su torso y une sus labios a los míos. Siento esas miles de sensaciones, esas miles de mariposas que se liberan de las redes, siento a Pequeño Ángel rebotando de alegría de un lado al otro… Me siento fantástica, me siento única, somos únicos. Nadie más existe alrededor.
—Te amo —dice, tomando mi rostro con ambas manos.
No estamos haciéndolo bien. Se supone que es una cita que ni siquiera ha comenzado y ya he dejado que me bese.
Muero por hacerlo sufrir solo un poquito.
Sonrío levemente y con malicia. Luego, muerdo su labio inferior y él se ve obligado a que nos separemos. Me mira directo a los ojos y me interroga con la mirada y el ceño fruncido.
—¿A que ha venido eso?
—Es una cita, no puedes besarme así, sin más —le digo a modo de regaño. Mueve sus manos hacia mi cintura y apega su cuerpo al mío de un tirón, tomándome nuevamente por sorpresa.
—Creo que tú lo has pedido —me dice ladeando la cabeza—. Me gusta complacer tus deseos.
—Esa era mi otra Paula —me excuso. —Era la Paula que quiere que la desnudes y la beses durante toda una noche, pero ahora no estás delante de ella.
Pedro frunce el ceño, parece reamente desconcertado y muero por reírme en su cara, pero no tengo que hacerlo.
—Es una pena —dice con una mueca torcida—. Me hubiese encantado desnudar y besar a esa Paula durante toda una noche.
Está intentando seducirme y lo peor de todo es que estoy dejando que lo haga. Me vuelvo débil de nuevo. Trago el nudo en mi garganta e intento no sentirme apabullada. Esas palabras y esas sugerencias han dejado que mi cerebro divague por miles de lugares que, por el momento, son demasiado prohibidos. Tengo que ir de acuerdo al plan.
Me muevo algo incomoda, elevo la barbilla y enderezo la espalda. Acomodo mi cabello y luego me convierto en una nueva Paula.
Es hora de que el juego empiece.
—Soy Paula Chaves —digo, tendiendo mi mano hacia su dirección—. Por lo que pude comprender, tu eres mi cita esta noche, ¿Verdad?
Pedro sonríe y niega levemente con la cabeza, luego retoma su actitud y comprende lo que quiero lograr con todo esto.
—Pedro Alfonso —me dice tomando mi mano.
Voy a estrechársela, pero me toma por sorpresa y la besa.
¡Oh, mi Dios! ¡Como la primera vez en la que nos vimos en la empresa de papá!
Lo miro por unos segundos con una divertida sonrisa y coloco ambas manos en mis caderas.
—Lo has hecho apropósito —lo acuso dándole mi peor mirada fingida.
—No sé de me qué habla, señorita Chaves —dice con tono despreocupado.
Luego, me da su brazo para que lo tome y me ayuda a bajar con sumo cuidado las escaleras de la entrada. Caminamos hasta su coche, la noche es estrellada, no hay señales de lluvia acercándose y eso hace que nuestra velada sea aún más perfecta. Mi cabello estará a salvo.
Me abre la puerta del coche, me adentro en él y luego él la cierra, rodea el vehículo y se sienta a mi lado. Todo lo hace con elegancia y clase. Pude observar desde todos los ángulos ese perfecto traje que en él se ve aún más perfecto todavía.
—¿Lista para la mejor noche de tu vida? —pregunta, acercando su cara a la mía.
—Siempre estoy lista, Pedro —respondo.
****
Pedro conduce con tranquilidad y se limita a decir alguna palabra durante todo el trayecto de la casa de mis padres en Kensington. Parece relajado y tengo la ligera impresión de que me está ocultando algo. No dejo de mirarlo ni un solo segundo. Adoro contemplar desde cerca y en silencio cada detalle de su cara. La música de la estación de radio suena como fondo y hace que el clima no sea demasiado tenso.
Estoy nerviosa, tengo que admitirlo, mis manos comienzan a temblar levemente. Tengo un presentimiento, algo que me dice que puedo salir corriendo ahora o soportarlo todo hasta saber de qué se trata.
—Creí que iríamos a la opera —le digo frunciendo el ceño cuando pasamos por el inmenso Royal Albert Hall.
—Tenía que inventar una buena excusa —me dice con una divertida sonrisa.
Abro los ojos rápidamente y me volteo en su dirección. Lo sabía, sabía que algo sucedía.
—¿De qué estás hablando?
No me responde. Se limita a sonreír para sí mismo.
—¿A dónde vamos?
—Tranquila —me dice cuando ve que comienzo a perder exclama—. Es una sorpresa —me asegura doblando en dirección contraria a donde creí que iríamos. Estamos regresando al mismo lugar del que salimos hace unos minutos pero por al lado inverso, y no tiene sentido.
—¿Por qué estamos en Hyde Park de nuevo? —pregunto, señalando por la ventanilla el inmenso parque central.
—Ya lo verás. Estamos cerca.
Si, si estamos cerca. Reconozco mi vecindario, reconozco todo esto. Solo espero que no piense hacer lo que creo que hará porque entonces si voy a molestarme y todo esto se acabará de inmediato.
—¿Estás llevándome a la mansión? —pregunto incrédula.
No puede hacerme una broma de tan mal gusto. No podemos tener una maldita cita en la mansión. ¿Qué cree que hace?
—No, Paula —asegura.
Comienzo a desesperarme. Estamos a solo dos calles de nuestra casa. No tiene sentido.
—Pedro… —digo apretando los dientes.
No puede obligarme a regresar, no se suponía que funcionaria así.
No me responde, se limita a conducir. Luego dobla en dirección a la mansión y cuando nos acercamos a la casa él reduce la velocidad del coche. Me niego rotundamente a bajar de este automóvil si hace lo que pienso que va a hacer.
—Mira, Paula —me pide con delicadeza, deteniendo el coche, pero sin apagar el motor —. Mira, por favor.
Lo miro a los ojos y luego de unos segundos, me doy por vencida y volteo mi mirada en dirección a la mansión. No sé qué es lo que quiere que mire si todo sigue perfect…
—Oh, mi Dios —digo completamente sorprendida.
Si no he dicho un insulto es porque estoy tan desconcertada que incluso las palabras desaparecen de mis pensamientos.
El cartel que dice en gruesas y blancas letras “EN VENTA” puede verse desde el London Eye. Puedo asegurarlo. Está ahí, en la entrada. ¿Qué…?
—La mansión está en venta, Paula —dice con voz glacial, demasiado glacial para mi gusto en una situación como esta.
—¿De qué estás hablando? —pregunto con un hilo de voz.
Pedro se acerca a mí. Toma mi rostro entre sus manos y me mira fijamente, intentando buscar las palabras correctas para explicar todo esto que está sucediendo y que no logro comprender.
—Hace unos días me dijiste que todo lo que creías que era tuyo, había sido de esa mujer antes —murmura con angustia y arrepentimiento—. Y tenías razón, Paula… todo esto ella lo disfrutó primero que tú y eso no es justo. Tú mereces disfrutar de todo lo que desees y ser siempre la primera, la única.
—Pedro… —digo al borde de las lágrimas.
Ahora comprendo a la perfección lo que sucede.
—Quiero empezar de nuevo, Paula, quiero que olvidemos todo lo que sucedió con esa mujer, quiero recuperar contigo todo el tiempo que nos han robado por causa de mi pasado, quiero que tú y yo seamos felices con Pequeño Ángel y que nadie más pueda entrometerse.
—No era necesario que hagas todo esto —Niego levemente con la cabeza—. Los recuerdos de todo lo que sucedió con nosotros están ahí dentro —me quejo pensando en todos esos momentos en los que pasamos del amor al odio en menos de dos segundos y del odio al amor al instante siguiente.
—Tendremos mejores recuerdos en otro lugar, Paula. Puedo asegúrate que no vas a extrañar esa construcción, no vas a extrañar lo que hay en ella. Si queremos que todo comience desde cero, tenemos que eliminar todo lo bueno y lo malo.
—Pero… —intento protestar.
Quiero decirle que no me importa. Quiero decirle que soy mejor que ella, que no tiene significado en mi vida en este momento, que no me afecta porque sé que soy la única, pero él no deja que siga hablando y posa su dedo índice sobre mis labios.
Su agarre se torna más fuerte, la cercanía de ambos es mucho más escasa y solo nos quedan unos pocos centímetros.
—Ojala hubieses sido la primera, ojala hubieses sido la única, pero no fue así y no puedo remediarlo, pero lo intentaré. Quiero que seas la única a partir de ahora, una nueva vida, un nuevo hogar, una familia, quiero que sea todo nuevo, quiero comenzar desde cero contigo.
—¿Desde cero? —pregunto con voz débil.
—Desde cero —responde.
No puedo contenerme. Son demasiadas emociones y no estropearé mi maquillaje de nuevo. Tengo que hacer algo ahora, en este momento, para no llorar. Sus palabras logran emocionarme por completo.
—Bésame… —le pido en un leve susurro—. Bésame, Pedro —imploro, uniendo nuestras frentes.
Cierro los ojos y espero a que lo haga, pero no lo hace. Me vuelve loca. Solo está ahí, viéndome, provocando que sienta su respiración sobre mi cara, pero sus labios no tocan los míos.
—¿Un beso en la primera cita, señorita Chaves? —pregunta con un tono divertido y burlón. Suelto una risita, quitando de mis ojos todos los deseos de llorar de felicidad y tristeza al mismo tiempo.
—Si, en la primera cita —afirmo para que lo haga de una vez.
Él sonríe, toma mi cara entre sus manos y comienza a besarme. Podría vivir con mi boca pegada a la suya y no tendría ni una sola queja de ello.
—¿Estás lista para la siguiente sorpresa? —pregunta en un leve susurro, con la respiración agitada.
Abro los ojos para comprobar que no había sido un sueño, luego le robo otro beso, para estar segura de que no sigo soñando, y asiento levemente con la cabeza.
—Estoy lista para lo que sea.
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