jueves, 28 de septiembre de 2017

CAPITULO 60 (SEGUNDA PARTE)





Salgo de la ducha con un camisón de seda color salmón. Me acerco a la cama y corro las sábanas a un lado. Pedro parece realmente concentrado y no nota mi presencia. Me veo sexy, huelo bien y tengo deseos de sexo. 


¿Cómo no puede verme, siquiera?


Pedro… —lo llamo en un murmuro para que me preste atención.


Pongo los ojos en blanco y luego leo la portada de lo que se supone que lee. No puedo enfadarme. Tiene el libro de los mil nombres entre sus manos y eso explica su concentración.


Sonrío, no puedo evitarlo. Me muevo sobre la cama, le quito el libro y me siento en sus piernas. Primero parece querer protestar, pero cuando se da cuenta de que soy yo, una sonrisa se forma en su rostro. Besa mi mejilla y luego coloca el libro delante de ambos.


—¿Qué hacías? —pregunto, acariciando su mejilla.


—Leía algunos nombres —dice, viendo la infinita lista con todo tipo de nombres.


—Marqué algunos de los que me gustaban con un lápiz —le digo tomando el libro entre mis manos. Comienzo a buscar las páginas y cuando las encuentro, se las enseño. Son solo tres nombres, pero son mis favoritos.


—Será niña, estoy completamente seguro —dice con una sonrisa.


—También lo ceo. Es por eso que ni siquiera he abierto la sección de nombres de niños.Isabella, Juana, Mia


—Son bonitos, pero no me convencen —dice con el ceño fruncido—. Siento que algo le faltan a esos nombres.



—Lo sé —le digo en un leve murmuro—. A mí me sucede lo mismo. No he logrado encontrar alguno que tenga ese significado especial. Tiene que sonar fabuloso.


Pedro sonríe y luego comienza a pasar las páginas una a una deteniéndose para examinarlos nombres rápidamente, pero ninguno logra convencernos. He leído esa lista varias veces, pero nada me parece perfecto para Pequeño Ángel.


—Me gustaría que sea extraño. Que no sea usual —le digo, apoyando mi cabeza en su hombro. Pedro asiente como si estuviese de acuerdo con lo que digo.


—Tiene que ser extraño e intimidante como el tuyo —murmura con una sonrisa.


—¿Mi nombre es intimidante?


—Claro que lo es… —afirma—. Escucha: Paula Alfonso —pronuncia—. Suena realmente aterrador.


Me rio fuerte y codeo su estómago a modo de broma. Pedro me besa el cuello y luego acaricia a Pequeño Ángel.


—Es broma. Tu nombre es hermoso —asegura.


Seguimos viendo nombre y nombres y comienzo a tener sueño. Pedro comienza a leer la corta lista de nombres con K. Ambos recorremos la página con la mirada, nos detenemos en uno y luego nos miramos a los ojos. Lo encontramos. Es perfecto.


—Un diamante en el cielo —Lee el significado con el tono de voz cargado de emoción—. Perfecto, ¿No? —pregunta con una sonrisa.


—Me encanta —le digo con un hilo de voz—. Kya Alfonso, suena hermoso —admito.


—Kya Alfonso —repite mientras que acaricia mi vientre de quince semanas—. Mi pequeña Kya…



****


Comienzo a despertar. Me muevo de un lado al otro y revuelvo mis pies debajo de las sábanas. No quiero despertar, pero me veo obligada a hacerlo.


—Mierda —digo en un murmuro.


No quería despertar, pero lo hice de todos modos. Me siento en la cama, coloco ambas manos sobre mi cara y suelto un suspiro. Miro la pantalla de mi teléfono celular. Es martes y son las tres de la mañana. Comienzo a llorar, no quiero hacerlo, no quiero despertarlo, pero si no lo hago enloqueceré.



—Pedro... —digo en un murmuro, mientras que coloco mi mano sobre su brazo para que despierte. Se ve profundamente dormido y no quiero despertarlo—. Pedro... —digo a punto de llorar. Estoy fuera de control, mis hormonas lo están—. Pedro… —digo nuevamente.


Él no responde a si qué comienzo a llorar. Sé que soy una tonta, pero no tengo otra opción. Es lo usual.


Le doy la espalda y me acurruco acariciando a Pequeño Ángel.


—¿Cariño? —pregunta moviendo mi brazo. El sollozo se me escapa y me veo obligada a voltearme hacia su dirección—. ¿Preciosa, que sucede? —pregunta viéndome con preocupación. Se sienta en la cama y hace que me siente sobre sus piernas, mientras que acaricia mi cabello y me estrecha entre sus brazos—. ¿Qué quieres cariño, tienes un antojo?


Asiento levemente con la cabeza y oculto mi cara en su pecho.


—¿Qué se te antoja, cielo? ¿Más tomates? ¿Helado?


—Quiero una hamburguesa con patatas, Pedro. Lo quiero ahora… —le digo de manera desesperada. Pequeño Ángel tiene la culpa, no puede decirme absolutamente nada.


—¿Ahora? —pregunta frunciendo el ceño.


—¡Si, Pedro! —chillo entrando en pánico—. Ahora…


—Está bien, cariño.


Me besa el pelo, me toma en brazos y deja que mi cuerpo toque el colchón de nuevo. Se pone de pie, va al armario, toma una camiseta gris y unos pantalones de correr. Se coloca sus zapatillas, acomoda un poco su cabello y sale rápidamente de la habitación. Lo oigo caminar por el pasillo y sonrío en mi interior. Estoy desesperada por comer esa hamburguesa, pero también estoy feliz porque él va a buscar una para mí.


Minutos después, regresa a la habitación y Agatha también está con él.


—Cuídala, por favor —le dice—. Regresaré en unos minutos —asegura.


—Claro que sí, mi niño, ve tranquilo —responde con esa inmensa sonrisa que logra calmarme.


Desde que Agatha está en la casa todo es mucho más sencillo. Es la única que logra resolver mi vida, sin ella no sé qué haría. Probablemente me volvería loca. Hace más de un mes que estamos en la nueva casa y todo ha sido de maravilla, salvo por mis ataques a media noche. Pedro tiene exagerada paciencia y me consiente demasiado. Tengo quince semanas de embarazo y mi vientre ha crecido solo un poquito, apenas se percibe, pero Pequeño Ángel está ahí.


—Regresaré enseguida, cariño —me dice Pedro, acercando su cara a la mía—. Intenta calmarte, amor, ¿De acuerdo?


Asiento levemente y luego cierro los ojos cuando me besa en los labios.


Pedro —digo antes de que cruce el umbral de la habitación. Se voltea a verme y me cuestiona con la mirada—. Con pepinillos —le pido en un leve murmuro.


Me sonríe con ternura y asiente levemente con la cabeza. 


Me encantaría saber que pensamientos están surcando su cabeza, pero al ver la sonrisa en su rostro todos mis dilemas desaparecen.


—Con pepinillos —repite para sí mismo y luego se marcha.


Agatha se sienta a mi lado en la cama. Ya está acostumbrada a estas crisis de antojos desde hace varias semanas, a cualquier hora y en cualquier lugar.


—Cariño, no llores. Ya regresará y te traerá lo que deseas —asegura acariciando mi mejilla.


—Lo sé… —digo, dejando que me mime durante los minutos en los que Pedro está fuera.





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