lunes, 18 de septiembre de 2017
CAPITULO 24 (SEGUNDA PARTE)
Nuestro vuelo apenas acaba de aterrizar. No me importan ni las maletas, ni nada de lo que me pertenece. De verdad estoy asustada. Ya pasaron más de cuatro horas desde que recibimos la llamada y lo primero que se nos vino a la mente fue tomar el primer vuelo a Londres. Pedro ha estado demasiado nervioso y aún no ha dicho nada. Laura está en el hospital, no sé bien que le sucede, tampoco tuve tiempo de preguntar, pero ni siquiera trajimos las maletas. Todo fue sorpresivo y el pánico nos invadió por completo.
Pedro corre por el aeropuerto mientras que me arrastra con él, trato de seguir sus pasos sin decir nada, pero no lo hago del todo bien. Me tiemblan las manos y las piernas, mis ojos están repletos de lágrimas y hay un sentimiento pesado y frío que se hace presente en mi pecho constantemente.
Tengo miedo, tengo mucho miedo. Es solo una niña, no tiene que sucederle esto. Solo tiene cinco años.
Bajamos por las escaleras mecánicas rápidamente.
Apartamos a todos del camino y, cuando por fin conseguimos salir hacia las afueras del lugar, chillo por un fuerte cambio climático. Solo tengo un abrigo liviano y el viento sopla de un lado al otro, mientras que la leve lluvia provoca que se me erice la piel. Pedro me rodea con sus brazos en silencio y nos subimos a un taxi.
—Todo estará bien, cariño —murmuro acariciando su mejilla—. Lo prometo.
Él no me mira, ni siquiera está prestándome atención, pero puedo entenderlo y no me molesta que se comporte de esa manera. Yo también me siento muy extraña. No dejo de pensar en la niña ni un solo segundo. ¿Cómo deben de estar Emma y Stefan? ¿Qué le sucede a Laura? No dejo de hacer preguntas, pero no soy capaz de tomar mi teléfono y hacer una llamada para estar más informada, casi no puedo pensar en nada más. Solo espero que ella esté bien, que no sea nada grave. Ahora no me importa si cancelé mi luna de miel, no me importa si no conoceré Turquía o Eslovenia, tampoco me importa si he dejado todo en Alemania, solo quiero que ella esté bien.
Llegamos al hospital y subimos por el ascensor en menos de tres minutos. No nos toma demasiado tiempo. Siento que voy a vomitar si sigo corriendo de la manera que lo hago, pero no pienso demasiado en eso. Al doblar por el pasillo vemos a todos esperando a alguien. Pedro suelta mi mano y corre hacia ellos. Todos están aquí. Mi suegra, Emma, Stefan, Tania y Damian. Son demasiadas, personas, pero debe de ser algo grave. Tengo demasiado miedo y un escalofrío me recorre la columna vertebral.
Emma abraza a su hermano y los demás se voltean a mirarme. Tengo lágrimas en los ojos y me dejo vencer por el qué dirán. No es momento de ser fuerte ahora, no es momento de tener que utilizar una máscara. No tengo que ocultar lo que siento. Quiero a esa niña por mas fastidiosa que sea a veces, es solo una niñita y si yo estuviese en una situación así… oh, mi Dios. No puedo ni siquiera pensar con claridad. Stefan se acerca a mí rápidamente al igual que Tania y Damian. Daphne sigue en su mismo lugar y limpia su nariz con un fino pañuelo de tela. Stefan me abraza fuerte y lo oigo sollozar. Abro los ojos y Tania está delante de mí intentando controlar la situación.
—No creí que vendrían —me dice, y puedo sentir su agonía—. Gracias, gracias de verdad.
Stefan se aparta y Tania me rodea con sus brazos rápidamente. Damian frota mi hombro una y otra vez y logra sonreír a medias, pero puedo ver que está asustado y confundido, tanto como yo.
—¿Qué le sucedió? —pregunto mirando a Stefan. Emma aún sigue llorando en brazos de Pedro y Daphne continua mirando un punto fijo en la pared—. ¿Por qué estamos todos aquí? Pedro no me ha dicho nada y estoy desesperada —sollozo, intentando encontrar una respuesta rápidamente.
—Es el apéndice. La están operando justo ahora, Paula —me informa con cautela, pero siento como un balde de agua helada se derrama sobre mí.
¿Operando? ¿Cómo que operando? Es solo una niña, tiene cinco años y aunque sé que el apéndice no es nada grave, siento mucho miedo. Es una niñita, no tiene que pasar por esto, no ahora. No puedo contenerme y siento deseos de llorar.
—No llores, Paula, todo estará bien —me dice Damian con una convincente sonrisa.
Tania deja de abrazarme y comienza a llorar también. Él la abraza y luego la besa en los labios con suma ternura, provocando que una sonrisita se me escape. Es extraño verlos juntos, pero puedo notar que se quieren.
Segundos más tarde, tomo un pañuelo de mi bolso y Emma se acerca a mí. La abrazo muy fuerte e intento encontrar palabras para consolarla, pero nada de lo que digo es suficiente. Ella solo necesita que su hija esté bien. Ella necesita que todo vuelva a ser como antes. No dejo de pensar en ponerme en su lugar. Si algo así me sucediera estaría devastada y, por alguna extraña razón, puedo comprenderla, puedo sentir ese miedo y ese dolor en el pecho.
—Ella estará bien, Emma, ya lo verás —insisto abrazándola de nuevo. Logro calmarla, sus sollozos son cada vez más leves y sus manos dejan de temblar al igual que las mías.
—Familiares de Laura… —pronuncia un doctor vestido de azul mientras que intenta pronunciar el apellido de la niña.
Emma y Stefan se apresuran y comienzan a invadirlo con preguntas sin parar. Me acerco al tumulto de gente nerviosa y eufórica. Pedro me rodea la cintura y al mirarme mis defensas desaparecen. Verlo así de asustado e inseguro, me hace sentir insegura también. Siempre supe que soy como soy, y soy lo que soy, porque él es fuerte por ambos, él puede soportar mis miedos y también los suyos, pero si ahora él deja de hacerlo, siento que soy capaz de derrumbarme…
—Todo salió a la perfección. El cuadro de la niña es estable y acaba de despertar —pronuncia el doctor, logrando que todos sonrían y se alivien rápidamente.
Todo el peso que sentía en el pecho se esfuma de un segundo al otro. Ahora me siento mucho mejor. Laura está bien. Pedro se voltea hacia mí con una sonrisa en el rostro mientras que Emma y Stefan se abrazan y Tania se lanza en brazos de Damian y comienza a gritar de felicidad.
—Te amo, Paula, te amo —me dice una y otra vez en un susurro. Aún siento un poco de miedo por su parte, pero creo que puedo ser lo suficientemente fuerte por los dos.
—Todo está bien, ahora, Pedro —le respondo acariciando su cabello. Beso sus labios y sonrío ampliamente.
Estoy realmente asustada. Laura está bien, todos están felices, pero ahora la que tiembla sin sentido y se siente nerviosa, soy yo. No creí que esto sucedería en un momento como este, pero las náuseas me dieron el alerta y sé que debe de ser por algo. Solo han pasado unos pocos minutos desde que el doctor nos informó que Laura está bien. Corrí al baño desesperada porque sabía que iba a vomitar y, lo peor de, es que lo hice.
Nunca creí que me realizaría la prueba de embarazo en el baño de un hospital, pero la desesperación vence todos mis planes. Solo es cuestión de tomar el test de embarazo oculto en mi bolso...
—Cálmate, Paula —me digo a mi misma mientras que me miro al espejo—. Puedes controlar esto, era lo que querías y si estás embarazada Pedro será el hombre más feliz de la tierra.
No puedo evitar sonreír. Una extraña sensación recorre todo mi cuerpo, como una especie de calor agradable que hace que tiemble. Estoy emocionada, pero la mezcla de emoción y nervios hacen que me comporte como una loca.
Es el momento. El test está ahí, en frente de mí, sin que pueda ver el resultado. Son solo unos pocos segundos para definir el resto de mi vida.
Un bebé... Aún no puedo creer que sea yo la que está pensando esto. Nunca me imaginé con un bebé en brazos, nunca creí que esto funcionaría, pero, ahora, solo puedo verme a mí misma y sonreír.
Sin notarlo coloco mis manos en mi vientre y acaricio mi plano abdomen una y otra vez.
Cierro los ojos y suelto un suspiro. Extiendo el brazo hacia la mesada del baño y tomo la prueba entre manos. Tengo que mantener el control. Si es más, significa que estoy embarazada y si es menos, no lo estoy. Sinceramente, quiero ver un signo positivo aquí, pero si es negativo me sentiré un poco aliviada, porque siento que no estoy cien por ciento preparada para algo así.
—Puedes hacerlo, Paula —me digo soltando un suspiro.
Abro los ojos y miles de recuerdos invaden mi mente en un corto lapso de tiempo. Mi boda, los momentos de tristeza, las risas, los besos... Todo sucede en blanco y negro y en cámara rápida, como si fuese una película. Mis ojos se nublan por un instante y parpadeo para que las lágrimas se deslicen por mis mejillas.
—Estoy embarazada... —murmuro con la voz entrecortada.
Me miro al espejo y la sonrisa que invade mi rostro es genuina. Nunca me había sentido de esta manera. Es una oleada de felicidad que asalta cada centímetro de mi cuerpo al paso de los segundos.
—Oh, por Dios, estoy embarazada.
Muevo mis manos en dirección a mi vientre y elevo la blusa de algodón que cubre mi piel. Me miro una y otra vez mientras que lloro y sonrío. Todo está bien, nada parece fuera de lo normal, pero la prueba de embarazo me dice que hay un bebé dentro de mí. Pedro y yo tendremos un bebé y... Pedro va a ser padre, tendremos a un hermoso bebé, estaremos juntos...
Oh, por Dios, no puedo creerlo.
Intento calmarme, pero la ansiedad y la felicidad me invaden.
Seré madre, tendré un hijo, mi abdomen crecerá, sentiré sus pataditas en mi vientre, podré sentirlo, podré cuidarlo...
—¿Paula, estás bien, cariño? —pregunta Pedro golpeando la puerta del baño. Me exalto exageradamente y limpio mis ojos mientras que me dirijo hacia la salida.
—Estoy bien —respondo entre llanto—. Saldré en un momento.
—Te estaré esperando, cielo —susurra dulcemente.
Regreso hacia el lavabo y miro el test de embarazo de nuevo para corroborar que el signo sigue ahí. Sí, estoy embarazada pero, ¿cómo se lo diré a Pedro? ¿Cómo reaccionará? Ahora estoy muy confundida y emocionada, pero feliz, me siento completa, diferente...
Tomo mis pertenencias y me encargo de que todo quede en perfecto orden. Oculto la prueba dentro de uno de los bolsillos en el interior de mi bolso y luego me lavo las manos.
Me las seco y con el papel sobrante limpio mis mejillas. La sonrisa de sorpresa y asombro sigue ahí, pero sé que no va a marcharse, puedo ver algo diferente, mi mirada cambió, tengo un brillo especial.
Examino mi atuendo y acomodo mi blusa de manera desesperada, como si todos pudiesen notar lo que me sucede, pero sé que es solo la impresión del momento.
Acaricio a mi hijo y camino en dirección a la puerta. Le quito el cerrojo y salgo al pasillo. Pedro está ahí, de pie, espaldas a mí, esperándome. Luce una camisa celeste y unos pantalones azul marino que lo hacen ver perfecto, maravilloso.
—Estoy aquí —murmuro, deteniéndome a unos pocos centímetros de él.
Se voltea y me mira fijamente. Hay ojeras debajo de sus ojos y aunque no lo parezca yo sé que está exhausto y preocupado. Quiero gritar, quiero sonreír, quiero decirle que le daré el hijo que tanto ha anhelado desde hace tiempo, quiero decirle y besarlo una y otra vez, pero sé que no es el momento correcto.
Tengo que sorprenderlo por completo, tengo que hacer que sea especial.
—¿Que ocurre cariño, estabas llorando? —pregunta rodeándome con sus fuertes brazos.
—Últimamente, lloro por todo, Pedro. No te preocupes —le respondo en un susurro.
Él sonríe a medias, besa mi frente, acaricia mis mejillas con su pulgar y luego me abraza. Puedo sentir la preocupación en su gesto, pero por dentro no me puedo sentir mal. Laura está bien y se recupera... Y, además de eso, estoy segura que dentro de mi hay un mini Pedro o una mini Paula y eso es lo único que me alienta a ser más fuerte que nunca. Sé que este bebé cambiará las cosas, todo será mucho mejor que ahora. Si alguien me pregunta si soy feliz, está más que claro que la respuesta es sí.
—Te amo, Pedro —digo de repente, sin siquiera premeditarlo—. Te amo, te amo y te amaré siempre. Lo sabes, ¿verdad?
Él sonríe y me aprieta entre sus brazos nuevamente. Quiero llorar de felicidad, quiero gritarle a todos que tendré un bebé, quiero decirle a medio mundo que voy a ser madre, muero por decirle a Pedro la verdad, pero sé que debo esperar y estar segura de esto…
Mis ojos se llenan de lágrimas de nuevo y no puedo evitarlo.
Hundo mi cara en el pecho de mi esposo y lo abrazo muy fuerte. Esto me afecta de manera positiva. Por Dios, tendremos un bebé, es posible que tengamos un bebé, es más que seguro, de hecho.
—Te amo, mi preciosa, te amo —me dice en un susurro.
Beso sus labios una y otra vez y no puedo dejar de sonreír, tengo que contenerme porque si no lo hago, él sabrá que algo sucede y no podré sorprenderlo. Ahora lo único que necesito es ir a ver a la doctora Pierce para estar más que segura.
Esperamos unas horas más hasta que por fin el doctor nos permite hacerle una pequeña visita a Laura. Entramos al cuarto todos juntos, con un enorme oso de felpa que Pedro se encargó de comprar. No tengo idea de cómo lo hizo, pero sé qué hará que la niña se sienta mucho mejor.
No dejo de sonreír ni un solo segundo, me siento diferente, renovada, me siento como jamás me he sentido antes y Pedro ya pudo notarlo. Solo estoy esperando que me haga preguntas. En todo este tiempo estuve pensando en la manera de decírselo y también estuve pensando en acelerar el proceso de todo esto. Quiero ver a la doctora Pierce ahora, pero no podré y, esperar hasta una cita será devastador. ¿Y si le digo que estoy embarazada sin hacerme la consulta? Tengo el test de embarazo y es positivo, esas cosas casi nunca fallan y…
Disipo mis pensamientos y veo a la niña tendida en la camilla del hospital. Se ve algo cansada y asustada. Mis ojos se ponen llorosos rápidamente. Emma y Stefan están a su lado y acarician su manito una y otra vez. Pedro deja mi mano y cruza la habitación rápidamente hasta llegar a su lado. Besa su frente y con sumo cuidado la abraza. Veo como se relaja, percibo como la preocupación se esfuma al paso de los segundos.
Tania deja la mano de Damian y corre hacia su sobrina, al igual que Daphne, que parece más preocupada que todos nosotros juntos.
Damian y yo nos miramos por unos segundos, ambos sabemos que no tenemos nada que hacer aquí. No somos parte de la familia en este aspecto tan íntimo, me siento fuera de lugar y sé que él también se siente igual que yo.
—Que susto me has dado, princesa —le dice mi esposo corriendo algunos mechones de pelo de su carita.
Me muevo a través de la habitación con el oso de felpa colgando de un brazo y me detengo detrás de mi esposo.
Emma me sonríe y, con la mirada, me dice que no llore, porque todo está bien, pero ahora comprendo lo que sucede.
Si yo estuviera en su lugar, estaría destrozada.
Laura mueve su cabecita en mi dirección. Pedro se coloca a un lado y, sin prestar atención, casi me golpea con su espalda, no sé cómo describirlo, pero mi cuerpo se mueve rápidamente y mis manos protegen mi vientre, sin que pueda notar que lo hice. Es un reflejo completamente sorpresivo, pero nadie lo nota, por suerte.
—Tía Paula… —murmura con su voz de niñita—, estás aquí.
Me acerco a la camilla y Pedro y yo tomamos juntos una de sus manos. Nos miramos cuando lo hacemos y nos sonreímos.
—Claro que estoy aquí, pequeña. ¿Cómo te sientes?
—Me duele —responde haciendo una mueca—. Mamá dijo que estaré bien, pero sigue doliendo.
Sonrío y acaricio su frente. Nunca fui cariñosa con ella, pero en un momento así, no pienso en eso, solo quiero que sepa que la quiero, a pesar de todo, y que estoy muy feliz porque ella está bien.
—Verás que pronto no sentirás nada y volverás a jugar como antes —le dice Pedro con la voz cargada de dulzura.
—Mamá me dijo que me quitaron una perdiz de mi barriga —comenta con inocencia. Todos reímos al unísono y ella frunce el ceño sin comprender.
—Creo que quieres decir apéndice, princesa —le responde Tania con una amplia sonrisa—.Y no te preocupes, estarás mejor sin ella.
Todos volvemos a reír y segundos después le entregamos el oso de felpa. Ella lo estrecha entre sus brazos mientras que nos enseña esa sonrisa angelical y esos ojitos inocentes y traviesos, al mismo tiempo. Verla bien me deja mucho más tranquila.
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