lunes, 16 de octubre de 2017

CAPITULO 57 (TERCERA PARTE)






Un nuevo día en Barcelona. Aún no puedo creer que esté aquí. Solo he pasado veinticuatro horas sin Pedro y sin mi niño hermoso, y siento que fueron mil años. Quiero regresar a casa, quiero pedirle perdón a mi esposo por todas las cosas que hice y que sé qué haré en el futuro, pero no me siento lista. La Paula de antes se aferra a esta nueva Paula con uñas y dientes y grita para que la deje salir. Es esa Paula que quiere tener el control, que quiere hacerlo todo a su manera, pero esta Paula, la de ahora, trata de luchar por sus hijos, por su familia. Quiero ser esa madre y esa esposa que mis hijos y Pedro necesitan. 


—Tenéis una niña preciosa, señora —dice Carolina cuando le estoy cambiando la ropa a Kya. 


Ella ha estado muy inquieta en la noche, pero ahora todo es diferente. Tiene esos inmensos ojos azules clavados en mí y mueve sus piecitos y sus manitos de un lado al otro. 


—Oh, claro que eres preciosa, mi cielo —le digo con esa voz de mamá que me sale cada vez que hablo con ella—. ¿Verdad que sí lo eres? 


Se la entrego con sumo cuidado a Carolina y luego le coloco su chupón de mariposa. 


—Disfrute su baño, señora. La cuidaré —asegura. 


Beso la cabecita de mi niña y corro al baño. 


Sofía llegará antes de las diez y quiero estar ahí para ver la reacción de Lucas. Ese hombre ha tenido un humor de perro desde que la llamó. Lo vi pasarse la mano por su pelo unas doscientas veces, me gruño en la cena y me maldijo por hacer que las invitara. Está nervioso, lo sé, pero le tengo fe. 


Será el mejor padre de todos.


Abro la ducha y luego me desnudo. 


Tengo que hacer esto. 


Tengo que empezar por algo. Me miro al espejo unos segundos y luego bajo mi mirada hacia mis senos. 


Esas líneas blancas están ahí y no se irán. Las de mi vientre son mucho más pequeñas, pero superan en cantidad a las demás. No sé qué es peor. Tengo que acabar con esto. 


Estoy enferma, lo sé. Tengo un problema y cuando regrese a Londres lo trataré con un especialista, pero debo enfrentarme a esto como un primer paso. 


—Tu... —balbuceo mirándome a mí misma—, tú no eres perfecta, Paula. Nadie lo es —susurro con la voz quebrada—, y tus hijos... —digo al borde del llanto—, tus hijos necesitan a una madre fuerte y segura. Hazlo por tus hijos —Mis ojos se llenan de lágrimas, dejo que se deslicen por mis mejillas y me miro al espejo. Trato de sonreír, pero no es una sonrisa genuina. 


Me meto a la ducha, me doy un baño de unos cuantos minutos y quito todo ese llanto que tengo acumulado por todos los problemas que tengo en mi vida. Me seco rápidamente y regreso a la habitación envuelta en la bata de baño. Kya se ha dormido y Carolina mece su sillita individual encima de la mesa de madera que da al mar. 


—La niña se ha dormido mirando el mar —dice ella con una sonrisa. 


Me acerco. La tomo en brazos y la dejo en el centro de la cama, mientras que ella me ayuda a rodearla con los almohadones. Acaricio su frente y luego beso su mejilla. No podría imaginar mi vida sin ella. El amor que siento por esta niña es inmenso. Carolina me deja sola y me desnudo otra vez. 


Me miro al espejo y me coloco la ropa interior de algodón color blanco. Acaricio mis estrías, si, ahora me atrevo a decirlo, luego miro a mi princesa y sonrío. Soy su madre y estos son recuerdos de esos ocho meses hermosos. 


—Hoy será diferente —me digo a mi misma—. Hoy será diferente en todos los sentidos. Tus hijos te aman y tú esposo también. Eres madre ahora y... —Me quiebro sin poder evitarlo. Necesito a Pedro conmigo—, eres madre ahora y este es tu nuevo cuerpo. 


Me volteo de costado y miro las secuelas del embarazo. 


Luego me volteo de espaldas al espejo y sonrío al ver mi trasero. Está más grande que antes, pero se ve bien. No ha cambiado para mal. Y además, con la tanga blanca debo admitir que me veo sexy. 


Tengo que quererme a mí misma, tengo que amar mi cuerpo porque Pedro me ama así como soy... 


Sonrío y tomo mi teléfono celular. Me tomo una foto y se la envío a Pedro. No sé si funcionará, pero quiero intentarlo. 


Quiero sentirme segura con todo esto.



*Esto si me gusta, ¿tú qué crees?* 


Espero su respuesta mientras que me observo. Ya no me veo como antes, pero no es tan malo. Tengo que quererme a mí misma. Tengo que hacerlo. Es algo que se lo repito en mi cabeza una y otra vez. Mi teléfono comienza a sonar y contesto antes de que Kya despierte. 


Me he arrepentido de enviar esa foto. Tal vez no le ha gustado. Soy una tonta. 


—Lo siento, yo... 


—¿Cuál es el propósito de esa foto, cielo?—murmura, y por su tono de voz sé que está sonriendo. 


—No lo sé —respondo en voz baja. 


Esto es una locura. No debí hacerlo. 


—Te ves muy sexy —asegura y mágicamente me hace sonreír—. Paula, tu eres hermosa, eres mi esposa y... El amor que siento por ti es tan grande que está matándome lentamente —susurra en medio de un suspiro—. Yo te amo y nuestros hijos te aman —asegura. Eres perfecta para nosotros con cada una de tus imperfecciones. 


—¿Lo juras? 


—Lo juro. 


La llamada finaliza y miro mi pantalla para ver qué es lo que sucede. Golpean la puerta de mi habitación, me coloco la bata y cuando la abro mis ojos se abren de par en par. No puedo creer lo que estoy viendo. 


—Oh, por Dios... —susurro. 


Pedro se mueve rápidamente y me toma entre sus brazos. 


Me carga a horcajadas y al cerrar la puerta me apoya sobre ella. Gimo cuando muerde mi labio inferior y paso mis manos frenéticamente por su pelo. No puedo creer lo que está sucediendo. No puedo creer que esté aquí. Quiero hacer millones de preguntas, pero no puedo. Solo me concentro en ese beso, en una de sus manos recorriendo mi cuerpo. 


Quiero que me posea aquí y ahora, pero no podemos hacerlo. Lo necesito.



—Te deseo... —dice sobre mi oído, y mueve su boca hacia mi clavícula. Tiro mi cabeza hacia atrás para darle acceso a todo lo que él quiera, pero el llanto de Kya nos interrumpe. 


Pedro me deja en el suelo lentamente. Recupera su aliento con prisa y luego se mueve en dirección a su pequeña niña. 


La mira con todo el amor del mundo y la toma en sus brazos. 


La besa, le dice unas cuantas cosas y luego le canta al oído. 


Ella deja de llorar cuando él coloca su chupón rosa en su boca. La sacude un poquito y ella vuelve a dormirse. No soy capaz de reaccionar, no sé si esto es real o es parte de mi imaginación. Él está aquí, está en España, en Barcelona precisamente, y es algo que no puedo comprender. 


—Ale... —murmuro horrorizada y miro a Pedro. Él deja a Kya de nuevo en la cama y luego se acerca—. Ale... —vuelvo a decir. No me atrevo a preguntar. 


Pedro sonríe y luego me toma de la cintura. 


—Se quedó dormido de camino hasta aquí. Se bajó del avión con la emoción del vuelo a flor de piel y se durmió —asegura. Ale, ni niño precioso está aquí, está conmigo ahora. 


—Pero... —balbuceo—, ¿qué es lo que…? 


—¿Me crees si te digo que he venido por asuntos de trabajo? —cuestiona con una sonrisa arrogante. 


—No, no te creo —le digo, cruzándome de brazos. 


Él se ríe y luego me abraza. Dejo que lo haga porque lo necesito. Me aferro a él y hundo mi cara en su pecho, huelo su colonia y me relajo. Mi familia está aquí conmigo. No sé cómo lo ha hecho, pero mi esposo y mis dos hijos están aquí. 


—¿Cómo pudiste traer a Ale? 


—¿Me creerías si te digo que la juez de menores es muy comprensiva?—pregunta con esa mirada pícara que hace que me sienta molesta. No me dará celos, de hecho sí, estoy muy celosa—. ¿Qué? —pregunta al ver que me cruzo de brazos y pongo mala cara—. ¿Estás molesta? 


—¿Qué fue lo que tuviste que hacer? —pregunto más que molesta—. Seguro que te pusiste esa camisa blanca con esos pantalones negros, peinaste tu cabello ¡y fuiste a verla con una de esas sonrisas! —chillo, y golpeo su hombro con mi mano—. ¡de seguro le coqueteaste y todo! —aseguro y vuelvo a golpearlo. 


Él comienza a reír y yo me zafo de su agarre. Trato de escapar, pero él me toma del brazo, me hace voltear y provoca que choque con su pecho.



—¿Celosa, señora Alfonso? —pregunta con esa estúpida sonrisa arrogante. 


—No —miento. 


—Dame un beso, entonces —me pide. 


—Que te lo dé tu amiga la juez —respondo secamente. 


El ríe de nuevo y me roba un beso. Caigo rendida a sus pies. 


Sonrío por haber caído en su juego y vuelvo a abrazarlo. 


Besa mi pelo una y otra vez y acaricia mi cabello húmedo. 


—No tienes idea de todo lo que te amo, Paula —dice en ni oído. 


—Y yo te amo a ti —aseguro—. Te amo a ti y amo a mis hijos, pero no puedo amarme a mí. No es tan sencillo —Él suelta un suspiro y luego toma mi cara con ambas manos. 


—Lo superaremos juntos —dice dulcemente—. Tengo amor incluso para que te ames a ti misma, Paula, pero quiero que hagas un intento, ¿lo prometes?


—Lo prometo —digo moviendo mi cabeza en modo de afirmación—. ¡No puedo creer que estés aquí! —grito enojada otra vez y golpeo su hombro. Estoy confundida y sorprendida. 


Los dos reímos. 


—Tu hermano me contó todo lo que sucedió, y también debo decirte que él me ayudó a traer a Ale. Le pedí que me representara. Fue un verdadero milagro que dejaran que Ale viniera. 


—Lamento haber causado todo esto. Coloca su dedo índice sobre mis labios y luego me mira fijamente. 


—Ahora vas a ponerte aún más hermosa para que podamos recibir a esas visitas. Quiero que escojas un lindo vestido y, sobre todas las cosas, quiero que veas lo hermosa que eres... 


—No es tan sencillo, Pedro


Él se mueve hacia el otro lado de la cama. Abre los cajones de la mesita de noche, busca algo y me nuestra un marcador de color rojo que me hace fruncir el ceño de inmediato.


 —¿Qué?



Sus manos toman los breteles de mi sostén blanco. Me los desliza y me pide permiso para desabrochar la parte de atrás. Le digo que sí, y él me desnuda. Me quita bombacha y con cuidado hace que me voltee hacia el espejo. Se coloca detrás de mí y rodea mi vientre son su brazo. 


—Mírate —me pide con suma dulzura. 


Sé lo qué hará. Va a compensar todo lo malo que me hizo con algo que será hermoso. Lo sé. Lo conozco. Me miro a mí por unos segundos y luego siento un beso en el lóbulo de ni oreja. 


—Ahora mira mis ojos y dime que ves. Hago lo que me dice, lo miro a los ojos y trato de describir a ese hermoso y perfecto hombre. 


—Veo... Veo a un hombre maravilloso, tú eres... 


—Solo dime que ves —me pide. 


—Veo... 


—Lo que tú siempre verás en mis ojos es amor, Paula —me interrumpe—. Siempre habrá amor en mis ojos, cuando te veo a ti o cuando veo a nuestros hijos. Estoy perdidamente enamorado de ti y eso es lo único que podrás ver. 


Suelto un sollozo y comienzo a llorar como una tonta. Limpio mis mejillas y observo mi cuerpo. Este hombre me ama como soy y es algo que jamás entenderé. No lo merezco... 


Me voltea de espaldas al espejo y me pide que cierre los ojos. Lo hago de inmediato y siento como él comienza a dibujar algo en mis senos, pero no sé qué es. Brinco por la punta gruesa del marcador cuando se agacha y traza más líneas sobre mi vientre. No sé qué es lo que hace, pero tengo marcador por todas partes. 


—Abre los ojos y mírate, cielo. 


Me volteo en dirección al espejo. Abro los ojos y miro mis senos. Hay pequeños corazones dibujados encima de cada una de mis estrías. Sí, eso es y debo de llamarlas por su nombre. Luego observo mi abdomen y me río al ver que tengo más corazones y algunas caras sonrientes en él. 


Estas son más grandes que los demás dibujos y resaltan a lo lejos.



—¿Pero qué has hecho? —pregunto entre llanto y risas. 


Él sonríe y luego vuelve a colocarse detrás de ni. 


—Cada corazón simboliza el amor inmenso que los niños y yo te tenemos —me explica—, y cada una de esas caritas sonrientes, son sonrisas de tus hijos, Paula. Sonrisas que ellos te regalarán a menudo porque tú eres su madre, tu eres la que provocará esas sonrisas. Tú no eres solo un cuerpo, tú eres mucho más que eso, tú eres una madre que... Una madre que sé qué llevará con orgullo esas marcas. 


Pedro... —lloro. 


—Esos dibujos desaparecerán cuando los laves —me dice dulcemente—, pero el amor y la felicidad de tu familia no. 


—No puedo creer que hagas esto —chillo, parpadeando sin parar para poder descargar mis ojos invadidos por lágrimas. 


—Esas marcas en tu cuerpo tal vez no desaparezcan, tal vez se queden ahí, pero representarán lo mismo que los dibujos. Esas líneas blancas, como tú dices, significan que eres una madre, una mujer real que ama a sus hijos y que ama a su familia. Tú cargaste a nuestra pequeña por ocho meses y esas líneas son el mejor recuerdo de la mejor decisión de tu vida, Paula...


—Lo sé —digo con la voz entrecortada—, yo... 


Pedro me abraza fuertemente, es un abrazo único. Nunca he sentido algo así. Comprendo lo que quiere decirme y solo quiero romper en llanto. 


—Te amo, Paula Alfonso. Te ayudaré a superar esto, mi cielo. 


—Lo lamento... 


—Shh... No digas nada. Lo superáremos juntos..




No hay comentarios:

Publicar un comentario