lunes, 16 de octubre de 2017

CAPITULO 56 (TERCERA PARTE)





Carolina me prepara un baño de sales y pétalos de rosas. Mi pequeña sigue despierta, tomo todas mis pertenencias y luego me encierro en el cuarto de baño. Me desnudo frente al espejo y me observo durante unos segundos. No quiero recordar todo lo que sucedió con Pedro, no quiero recordar cada una de sus palabras. Sé que comenzaré a llorar como estúpida si lo hago. 


Tengo un problema, eso lo sé, pero no podré hacer nada si él no está conmigo. Necesitamos de esta separación momentánea para que todo vuelva a ser como antes. 


—Señora, su aparato no deja de chillar —grita Carolina con ese increíble acento español al otro lado de la puerta. 


Camino, la abro un poco y estiro mi mano. Ella me pasa mi móvil y al ver la foto mía y de Pedro en la torre Eiffel el corazón se me congela. 


Dudo por varios segundos si responder o no, mientras que imagino esa posible conversación en mi mente. Tengo a nuestro angelito conmigo, tengo que hablar con él aunque eso me destroce todavía más. 


—Hola —digo en un murmuro y me meto dentro de la tina con sumo cuidado. 


—Hola —responde él de la misma manera, con esa voz que me hace temblar—. ¿Ya has llegado? ¿Y mi niña? ¿Qué estás haciendo? 


—Estoy dándome un baño y Kya está despierta —respondo sin más. 


—¿Cómo qué despierta? —exclama espantado—. ¿Has dejado a la niña sola? ¿Y si se cae de la cama? ¿Y si... ? 


—Tengo ayuda, Pedro. Carolina trabaja para Lucas y me ayudará con Kya —espeto secamente. Me molesta que piense eso de mí. No soy ese tipo de madre . 


—Te extraño, Paula... —murmura. Cierro los ojos y muevo mis piernas en el agua caliente. 


—Solo han pasado unas cuantas horas. 


—Eso no significa que no te extrañe. 


—No haga esto, Pedro... Estoy tratando de no llorar por esta situación. 


—Pero es la verdad —asegura—. Te extraño, siento que voy a perderte y tengo miedo. 


Pedro... Quiero relajarme, y no podré hacerlo si tú sigues con esto. 


—¿A pesar de toda la mierda de hombre que soy, tú me amas? —indaga con miedo en su tono de voz. 


Cierro los ojos con fuerza y me trago el nudo de la garganta.



Pedro... 


—Necesito que me digas lo que sientes. Yo te amo como jamás amaré a nadie en mi vida, Paula, pero necesito oírte decirlo. Necesito que me digas que me amas , dime que me amas —me suplica. 


Todas mis fuerzas se debilitan, balbuceo, pero logro hablar. 


Él lo sabe, yo lo sé. 


Adiós, Pedro —digo rápidamente, y finalizo la llamada. 


Suelto un suspiro, pero mi celular vuelve a sonar otra vez y me veo obligada a contestar. Tengo que acabar con todo esto de una buena vez. Si respondo lo que él quiere oír ya no me molestará. 


—Tú sabes que te amo, Pedro. No importa cuál sea la pelea, tu sabes que no puedo dejar de amarte —confieso al contestar. 


Esto no me hace bien a mí y a él tampoco. Será difícil mantenerme lejos si él está cada vez más cerca, incluso con los kilómetros que nos separan. 


—Y yo a ti, Paula. Te amo. Regresa a casa. 


—Regresaré en unos días. Sabes que tú y yo necesitamos esto —Oigo un largo suspiro al otro lado de la línea. 


Parpadeo para quitar esas lágrimas de mis ojos y suspiro también. 


—Dime que eres mía, por favor. Necesito que lo digas. 


—Basta, Pedro —imploro—. No podemos seguir con esto. 


—Por favor. Dímelo y te dejaré en paz —asegura. 


—Soy tuya, Pedro —digo en un leve murmuro, pero no puedo seguir con esto—. Dale un beso a Ale de mi parte —cuelgo la llamada y luego apoyo mi cabeza en el borde del jacuzzi. 


Necesito olvidarme de esto al menos por unos minutos o todo seguirá igual que antes. 


A la una de la tarde Lucas y yo nos reunimos en la terraza para deleitarnos con todo un almuerzo español. Disfruto de la comida y no dejo ni un solo bocado en mi plato. Todo está exquisito, pero tengo cuidado con cada tipo de alimento. Kya se alimenta de mí y todo lo que como está formando parte de mi leche materna. 


Lo último que quiero es que ella se sienta mal por mi culpa. 


Mi niña está despierta, pero tranquila. Estamos en esta impresionante terraza con vista a la ciudad y también al mar, muy a lo lejos. Nos cubre una inmensa sombrilla de tela color crema y Kya mira sin cesar su juguetito con forma de osito que cuelga sobre su cabeza. Esos labios están fruncidos con ese color carmín que tanto me encanta y esos ojos siguen ahí, para hacerme mucho más fuerte a cada momento, cada vez que los veo. 


En el postre decido contarle a Lucas toda mi historia. 


Comienzo con algunos detalles de mi niñez y mi madre, y lo hago con una sonrisa en el rostro. 


Luego hago profundidad a mi adolescencia con Carla y evito recuerdos dolorosos que prefiero fingir que nunca sucedieron. Le cuento mi historia con Pedro, y siento amargura. 


Es extraño pensar que todo sucedió de la manera que lo estoy relatando. Pasamos por tanto en tan poco tiempo y ahora estamos separados como dos imbéciles porque no tuve la fuerza suficiente para enfrentarme al problema, hui como cobarde y el no supo cómo lidiar con la situación para ayudarme a enfrentar el problema. 


Somos iguales y al mismo tiempo completamente diferentes en todos los sentidos. 


Le relato nuestras boda, los primeros días de casados y toda la historia que vino después. Es divertido ver las caras que pone cuando aseguro una y otra vez que nuestro matrimonio fue solo un triste acuerdo basado en mil millones de libras. 


Llego al tema de la familia y los hijos y noto como su expresión se vuelve aún más seria. No conozco a este hombre, no lo haré del todo en tan poco tiempo, pero cualquiera puede notar que hay algo que le disgusta o preocupa. 


—Los niños no tienen la culpa de los errores que cometen sus padres, Paula —dice secamente, sin mirarme. 


Tiene la mirada perdida en el horizonte y por su ceño torcido sé que está recordando algo. Este solitario hombre tiene un largo historial de secretos y quiero ver qué es lo que lo impulsa a ser así como es. 


—¿Por qué dices eso? —cuestiono bebiendo un poco de jugo de frutas naturales. 


—Porque lo sé —responde—. No es justo que los niños paguen por un error. Sí, estás castigando al que lo cometió, pero son los niños lo que sufren. 


—¿Lo dices solo por mí? 


Él suelta un suspiro y luego pasa las manos por su pelo. 


Ahora está molesto y yo confundida. 


—Tengo dos hijas —confiesa en un murmuro que me hace palidecer. Abro mi boca de par en par y lo miro fijamente para comprobar que no está bromeando—. Gemelas —aclara—. Conocí a una mujer hace más de dos años. Ella era abogada defensora y yo el demandante. Nos acostamos una sola vez y luego de un mes supe que estaba embarazada. 


—Lucas... 


—No me lo tomé muy bien. Un hijo era una bomba de tiempo en mi vida, en mi carrera, en todo. 


Tengo la boca abierta y no puedo apartar mis ojos de él. Con todo y su mal genio nunca creí que este hombre sería así por este motivo. Tiene dos hijas, yo tengo dos sobrinas, soy tía de dos niñas y no tenía idea. 


—A los tres meses supimos que eran dos bebés y no uno. Mi padre lo descubrió y bueno... Todo fue una jodida mierda. Ella y yo nos dimos una oportunidad, comenzamos a salir, formamos una pareja algo extraña, pero estábamos juntos cuando podíamos. 


—¿Por qué me cuentas esto? —indagó confundida. 


—Quiero que entiendas algo —dice sin mirarme—. Meses después, por fin te había encontrado, y no como Anabela, sino Paula. Me fui a Londres y... Me dejé seducir por tetas grandes y un par de largas piernas. 


—Oh, no. 


—Sí. Le fui infiel —dice como si esas palabras no pudiesen salir de su boca—. La engañé esa noche, le fui infiel y ella lo descubrió. Sé que fui un imbécil y ahora estoy pagando por ello. Es por eso que siempre estaré solo. No merezco nada de lo que la vida quiso darme y lo aceptó. 


—No, eso está mal —interfiero—. Tú tienes... 


—Ella se fue a Madrid con sus padres, me alejó de mis hijas... No las vi nacer, no estuve en su primer cumpleaños o en alguno de esos momentos especiales. Las conozco por alguna que otra fotografía y eso es todo. Tengo dos hijas hermosas y no están conmigo porque me lo merezco. Yo estoy pagando por mi error, pero las niñas necesitarán a su padre algún día y no estaré ahí. 


Mis ojos se nublan y trato de hablar y decir todo de una vez. 


Esto es desesperante y me ha puesto los pelos de punta. Es algo ilógico.



—Tu... Tu amas a esas niñas y dejas que ella te aparte porque crees que es lo que tu mereces, pero no es así —digo elevando el tono de voz—. Esas niñas te necesitan, necesitan un padre y tú las quieres contigo, Lucas. ¡Es absurdo! ¿Qué clase de mujer hace algo así? Los problemas de pareja son solo de ambos, no puede ella involucrar a los niños —digo indignada. Lucas voltea su mirada en mi dirección, se pone de pie y lanza la servilleta de tela sobre la mesa. 


—Solo quería que lo sepas porque tú eres muy parecida a Sofía —espeta moviendo su silla a un lado—. Tu esposo te ama, eso puede verse a millas de distancia, el jamás te traicionaría como yo lo hice con la madre de mis hijas. Sin embargo, tu tomas tus problemas de pareja y los compartes con el mundo, usas como escudo a tus hijos y te defiendes con eso. 


—No... —susurro, negando con la cabeza. Yo no hago eso. No, no puedo hacer eso. Yo solo... 


—Si lo haces, Paula —asegura—. Estoy tratando de abrirte los ojos. Pedro puede ser lo que tú quieras, pero ese alemán te ama, ama a tus hijos y por una estúpida pelea tú estás aquí, estás alejando a tu hija de su padre y tratas que el mundo te dé la razón. 


—No es verdad —me defiendo. 


—Sí, sí lo es —asevera—. tú eres mi hermana, te quiero y me encanta que estés aquí, pero no creas que porque estoy solo todo el tiempo voy a dejar de decirte la verdad. Tendremos enfrentamientos como estos muy a menudo, y más si tú haces las cosas mal. 


—No estoy haciendo las cosas mal. 


—Tú no sabes lo que se siente estar lejos de tus hijos, sin saber cómo están exactamente o que están haciendo. Llevo casi dos años sin conocer a mis hijas personalmente. Dinero para ropa y alimentos por mes no me convierte en un padre. Sé que no lo soy porque ellas no merecen una mierda como yo, pero tu esposo, tu esposo si es un hombre y no merece todo el drama que has armado. Piensa muy bien lo que te estoy diciendo, porque esta vez el que tiene razón aquí soy yo. 


—No... —sollozo con los ojos cargados de lágrimas 


—Piénsalo bien. Buen provecho.



Me quedo en mi lugar sin poder moverme. Estoy anonadada y con la cabeza repleta de dudas. Estiro mi mano y acaricio a Kya que está casi dormida. Seco mis mejillas con el dorso de mi mano libre y pierdo la mirada en el mar a lo lejos. Doy un brinco al oír un portazo al otro lado de la casa y cierro los ojos por un momento para intentar esclarecer todas estas dudas que me invaden. 


Lucas es un hombre herido que no sabe cómo resolver su problema. Está tan herido y dañado como yo. Ambos nos despreciamos por algún motivo, pero no todo debe de ser así en realidad. 


Pude ver ese dolor en su mirada al hablar de esas niñas. 


Sigo sorprendida, pero puedo entenderlo. Él las necesita, cree que no las merece, pero sus hijas son una parte de él. 


No puedo evitar pensar en Pedro cuando miro a mi pequeña. Pedro no me fue infiel, sólo trató de abrirme los ojos de una manera horrible y despiadada, pero lo hizo pensando en sus hijos y en lo que era mejor para su familia, mientras que yo me comporté como una maldita perra y lo alejé de su hija solo por el simple hecho de saber que yo tengo el control. 


“Quieren tener el control de sus vidas y de los demás” 


Recuerdo toda la información que leí sobre el síndrome y seco mis mejillas. Estoy enferma, ya lo sé, voy a tratar esta situación, pero es difícil evitarlo. Reacciono sin pensar en las consecuencias y ahora temo que este viaje haya sido un completo error. Huir de los problemas no es la solución, resolverlos demasiado tarde tampoco funcionará. 


No sé qué hacer por mí, por mi matrimonio y por mi vida. 


Nunca fui buena pidiendo perdón, es algo que me cuesta horrores, pero esta vez debí hacerlo. Esta vez es necesario. 


Amo a ese hombre y él me ama a mí. No hay demasiadas vueltas que dar. A las tres de la tarde estoy paseando a Kya en su carrito por todo el verde jardín. A mi pequeña le gusta el sol y lo sé por esa hermosa sonrisita que vi en su rostro hace instantes. Llevo jeans, una sandalia y una simple blusa de algodón, tengo mi cabello recogido en una cola alta y dejo que el sol caliente mis hombros, eso me hace sentir mejor, pero aún no he dejado de pensar en todo lo que mi hermano me ha dicho.


No lo he visto salir de su habitación y supongo que necesita su momento. Tal vez, nunca había hablado con nadie acerca de sus hijas, tal vez, nadie lo sabía... Es un hombre duro y al mismo tiempo frágil. Es como yo en cierto modo. Me asusta pensar que tenemos tanto en común referido al pasado y a los errores.



Miro la pantalla de mi celular y sonrío al ver la foto de mis dos angelitos de fondo. Kya ya ha tomado un poco de sol y no quiero acostumbrarla demasiado. Me siento más tranquila y ahora solo quiero tratar de ayudar. Ingreso a la casa y Carolina se acerca de inmediato. 


—Cuídala unos minutos, por favor —le pido, beso a mi niña y luego ella se queda con Kya moviendo su carrito de un lado al otro. Subo las escaleras y me detengo frente a la inmensa puerta doble de la habitación de Lucas. Golpeo un par de veces y espero. Golpeo de nuevo y de nuevo. 


—¡Joder, Carolina, he dicho que quiero estar solo, mierda! —grita al otro lado haciendo que de un brinco del susto. Él no está bien, ya lo he notado. 


—Eh... Soy yo —digo para que pueda escucharme—. ¿Podemos hablar? 


—Vete, Paula —ordena—. Quiero estar solo, joder, ¿es tan difícil entenderme? 


—No te comportes así —le pido amablemente—. Quiero hablar contigo, quiero proponerte algo. 


—Ahora no. 


—¡Lucas, en cuanto no abras esa puta puerta, juro que tomo un taxi hasta el centro de la ciudad y me quedo en un jodido hotel! —grito con un cambio de humor repentino. 


Oigo como se acerca a la puerta y la abre rápidamente. Me observa y enmarca una ceja. 


—¡Ole, tía! —exclama—. Tienes toda la furia española dentro de ti, inglesa —me dice con sorna. Le sonrió y luego me cruzo de brazos. 


—Lo he heredado de un hermano muy gruñón —aseguro, y logro robarle una sonrisa.


 —¿Qué quieres? 


—¿Podemos hablar? 


El suelta un suspiro y abre la puerta de su habitación de par en par. Me invita a pasar y lo hago rápidamente. Su habitación es mucho más grande que la mía, es hermosa, perfecta. Le pediré a Pedro que compre una villa como esta para que vengamos de vacaciones.



—Es sobre tus hijas —digo en un murmuro. No sé cómo va a reaccionar. 


—No hablaré de ello. 


—Pero si tú las quieres contigo y estás arrepentido, deberías de luchar lo ellas —aseguro. 


—No lo merezco. Mi destino es estar solo. 


—¡Vamos hombre! —exclamo sin poder evitarlo. Toda la furia española comienza a apoderarse de mí. Adoro estar aquí, adoro hablar así. Es diferente y divertido. 


—Si me hablas con acento español puede que te escuche. 


Abro la boca sorprendida y luego coloco mis brazos en jarra.


 —¿Qué? 


—Vamos, no oyes a una inglesa hablar así todos los días. 


Me partiré de risa, lo sé. 


—No quieras cambiarme el tema. Acabo de enterarme que tengo dos sobrinas que deben de ser hermosas, no las conozco y tu menos. Es una señal. Tienes que aprovechar la oportunidad, Lucas. Llama a esa tal Sofía y dile que quieres que venga y que traiga a las niñas con ella. Muéstrale tu interés por tus hijas y todo será diferente. 


—No. Con esa tía es una jodida mierda hablar. Me odia. 


—Hazlo —le pido acercándome más a él—. Sé que este tema es algo que te hace daño. Hazlo por ellas y por ti —suplico con la voz cargada de dulzura—, y si no quieres hacerlo por ti, entonces hazlo por tu hermanita que quiere verte bien, que quiere conocer a esas niñas.


—Eres una jodida manipuladora.


 —Hazlo —digo con la mejor de mis sonrisas. 


Claro que lo soy. 


Él parece pensarlo unos cuantos segundos, me mira a mí y luego mira su teléfono celular encima de la mesita de boche. 


Está confundido, pero sé que tomará la decisión correcta. 


—Joder... —dice finalmente.



Veo como toma el teléfono y marca el número. Llama y cuando espera que contesten, cierra los ojos y suelta un suspiro.


—Tu hermana perdida aparece y te mandonea como si fueses un imbécil —se dice a sí mismo y me hace reír—. Hola... Sí, soy yo, ¿quién mierda más podría ser? ¿Por qué puedo llamarte, joder. Eres imposible. Pues que te den entonces, Sofía. 


Abro los ojos de par en par y le hago señas para que se detenga. 


Él suelta otro suspiro y me mira. 


—Oye, lo siento. Sí, qué sí estoy disculpándome, joder... Porque quiero hablar contigo de las niñas... Porque son mis hijas, maldición Vale, lo siento de nuevo... 


Comienzo a reír en silencio al ver su nerviosismo y la torpeza con la que habla por teléfono. No podría imaginarme a este tipo siendo romántico. Él me hace una seña grosera que me hace reír aún más y luego se va a hablar al balcón. 


Oigo de lejos su discusión con la mujer, maldice, se disculpa, maldice y se disculpa. Minutos más tarde lo veo venir. Está blanco y parece asustado. 


—¿Qué ocurrió? 


—No puedo creer que acabo de invitar a ese demonio de mujer a mi casa —espeta de mal humor. 


—¿Vendrá? 


—Estará aquí mañana —dice sin poder creerlo—. Voy a ver a las criaturas... Joder, Paula. No estoy listo, no soy buen padre... 


Me río nerviosa y luego me acerco a él. Lo abrazo dulcemente y siento como se relaja. Sus brazos me rodean y sus labios se posan sobre mi pelo. 


Esto será muy divertido. 


—Ven —digo tomando su mano—. Te enseñaré a cambiar pañales...





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