lunes, 23 de octubre de 2017

CAPITULO 12 (EXTRAS)





Es un nuevo día. De hecho creo que es un nuevo estúpido día especial creado por las grandes empresas para vender cosas. Es ridículo, no tiene sentido y me pone realmente nerviosa. No he querido pensar en esto hasta ahora, pero debo hacerlo.


San Valentín, no hay nada que me haga sentir más mediocre de lo que ya me siento. Solo san Valentín puede lograrlo.


Suelto un suspiro. Muevo mis piernas debajo de las sabanas y al voltearme al otro lado lo veo a él. Me detengo a contemplar como duerme y algo extraño se revuelve en mi interior. Es como si quisiera extender mi mano y posarla sobre su mejilla para que su barba me haga cosquillas como lo hice dos o tres veces.


Nos acostamos, Alfonso y yo nos acostamos hace más de un mes y aún no ha vuelto a suceder. Y no quiero que vuelva a suceder tampoco, no quiero sentir eso de nuevo, no quiero decir todo lo que dije y no quiero que él me diga lo que me dijo… No quiero que nada de eso pase otra vez. Somos solo dos personas que no tienen nada mejor que hacer con sus vidas y usan el dinero como excusa de todo. No necesito nada más, no lo necesito a él…


Muevo mi mano que estaba suspendida en el aire. Estaba a punto de acariciarlo. Estaba a punto de hacer algo estúpido. 


Sacudo mi cabeza un par de veces para despejar mis confusos pensamientos y luego aparto el edredón a un lado. 


Él no parece percibir nada, sigue con su sueño y verlo así de tranquilo y relajado me hace sonreír levemente, pero no permito admitirme a mí misma que lo hago porque me gusta verlo.


Solo estoy confundida, eso es todo.


Me dirijo hacia el baño y abro la ducha. Necesito relajarme y sobre todas las cosas necesito convencerme a mí misma que esta estúpida fecha no significa nada para mí.


Cuando salgo, lo veo en el marco de la puerta, cruzado de brazos, observándome. Me pongo tensa pero finjo que no está ahí. Me ha visto desnuda casi todas las mañanas y ya me he acostumbrado, pero francamente no estoy de humor para intercambiar cuatro palabras con él.


—¿Todo en orden? —pregunta, intentando sonar amable.


—¿Por qué no lo estaría? —respondo enrollando la toalla blanca alrededor de mi cuerpo.


—No lo sé, dímelo tú.


Suelto un suspiro. Tomo el cepillo de la mesada de mármol blanco y luego intento salir del baño, pero él se coloca en la salida y no me deja espacio. Es obvio que lo está haciendo apropósito y eso me molesta.


—Apártate —le digo observando el suelo, pero sin dejar de sonar autoritaria.


—Paula…


—Apártate —vuelvo a decir apretando el cepillo entre mis dedos—. Ahora.


Mi voz se quiebra pero me niego a elevar la mirada. Tengo los ojos llorosos y sé que voy a quebrarme en cualquier momento. No sé qué sucede, solo sé que es uno de esos estúpidos momentos en los que comienzo a ver a mi alrededor y a comprender que aunque esté rodeada de gente, sigo sola, más sola que de costumbre.


—Paula… —dice con voz dulce.


Toma mi mentón entre su mano y hace que lo mire directo a los ojos. Quiero convertir todo ese dolor en enojo, pero no lo logro. Verlo desata todas mis emociones. No soy feliz, no soy nada. 


—No, Paula…—me implora cuando ve como una estúpida lagrima se escapa de mis ojos. Veo el horror en su expresión, pero no ayuda a cambiar las cosas—. Yo…


Me zafo de su agarre y él se hace a un lado. Cierro los ojos con todas mis fuerzas mientras que camino en dirección a mi tienda individual para buscar algo que ponerme y aparentar a todo el mundo que todo está bien. El juego es divertido mientras que yo gano, pero ahora solo estoy perdiendo. Me pierdo a mí misma, de hecho, lo hice hace mucho tiempo y seguí jugando porque pensé que podría recuperarme, pero no es así. Cuando pierdes, pierdes.


Quito los molestos mechones de mis hombros y luego abro la sección de ropa interior. Mi respiración se ha vuelto irregular y hay algo gélido y pesado que se acumula dentro de mi pecho. Como un hielo, y no se quita. Solo quiero llorar, por primera vez quiero hacerlo.


Oigo como el grifo de la ducha se abre y el agua corre. Me dedico a pensar que nada sucede y me visto como todas las tétricas y aburridas mañanas. Es una rutina y puedo predecir todo lo que sucederá durante el día al menos en lo que de Pedro se trate. Mis ojos han dejado de llorar, pero ese hielo en el pecho no se va, sé que no se irá al menos hoy. Me siento como una mierda y no sé por qué.


Termino de colocarme un vestido negro y me miro al espejo. 


Es lo de siempre. Tomo las pinzas calientes y comienzo a rizar mi cabello. El tiempo se me hace eterno mientras que termino con las puntas que ahora tienen perfectas ondas. 


Cuando logro ver más allá de mí y de toda mi perfección observo a través del espejo que Alfonso está recostado contra el marco de la puerta, otra vez, y esta vestido de traje.


Finjo que no lo veo, pero todos mis sentidos se ponen en alerta cuando se acerca a mí, solo hay unos pocos centímetros que nos separan.


Siento su mano en mi cintura y suelto las pinzas rápidamente. Mis ojos encuentran los suyos en el espejo. 


Los cierro por unos segundos e intento convencerme a mí misma que no quiero esto. Él me toma por sorpresa, voltea mi cuerpo hacia su dirección y cuando hago fuerza para que se aparte, el vuelve a sorprenderme y me da un abrazo. 


Ahogo un grito y siento que el aire comienza a hacerme falta. 


Sus brazos me rodean de una forma protectora y a pesar de mi rigidez él sigue ahí, intentando derribar mis muros, intentando romper todo tipo de máscara y todo tipo de escudo, pero no puedo permitirlo. Mi cuerpo quiere rendirse, necesito un abrazo, necesito sus brazos, pero no me dejo a mí misma admitirlo. Siento mis ojos repletos de lágrimas de nuevo y lo único que logro hacer es ocultar mi cara en su pecho. Inspiro y siento su colonia, luego sollozo y percibo como su agarre se vuelve más intenso. Es un abrazo perfecto, pero no durara mucho. Nunca dejaré que esto vaya a más. Tengo que detenerlo.


—Suéltame —le digo de manera cortante y me muevo—. Suéltame, ahora. —ordeno con el tono de voz seco. Él lo hace lentamente y observa mi expresión. Elevo la mirada y me trago el llanto reprimido. No dejaré que me vea así de rendida, nunca.


—Lo necesitas y yo también… —me dice intentando no rendirse—. Sé que quieres esto, yo lo quiero. Tu y yo…


—¡Tú y yo nada! —grito de repente, sorprendiendo a ambos—. ¡No hay un tu y yo, Alfonso! ¡Entiéndelo!


—¡Entiéndeme tu a mí! —me grita saliéndose de control, pero no me intimida ni un poco.


—¡No, tú entiéndeme! —replico—. ¡No somos lo que tú crees! ¡Jamás lo seremos! ¡Nunca!


—No digas estupideces —murmura con la mandíbula apretada al igual que sus puños.


—¿Qué no diga qué? —pregunto con una risita burlona. Es momento de destrozarlo o él me destrozará a mi luego—. ¿Qué no diga la verdad sobre todo esto? ¿Crees que no lo he notado? ¿Crees que soy estúpida?


—Basta.


—No te has comportado de la misma manera desde que nos acostamos.


—No fue solo algo del momento, Paula, y lo sabes —dice pareciendo más molesto.


Me rio de nuevo. Daño, solo debo de hacerle daño antes de que consiga romper mi último muro, antes de que irrumpa en mi por completo. Mis máscaras son frágiles, pero no van a caerse con facilidad.


—¿Crees que de verdad sucedió lo que tú crees? ¿Crees que de verdad hicimos el amor como una pareja normal? ¿Crees que las cosas funcionan? ¡Pues no! ¡No funcionan! 
—Me acerco más a su rostro y lo miro directo a los ojos. Me gusta verlo perdido—. Tú quieres hacerme creer que yo te necesito, pero soy independiente de ti y de tus estúpidos sentimientos, Alfonso. Yo no te necesito en el sentido que crees. Esto es solo por dinero.


—Hubo mucho más que sexo aquella mañana —asegura volviendo a calmarse. Estoy desesperada porque no sé cómo hacerlo pedazos. Quiero que él sufra y no yo. Jamás admitiré que algo sucede. Nunca. Porque solo estoy confundida.


—¡Fue solo sexo! —grito perdiendo los estribos—. ¡Solo me acosté contigo porque sentí lástima por ti! ¿Oíste? ¡Lástima! —chillo viendo como su rostro se descompone. Sus facciones no son las mismas de antes y hay sorpresa en sus ojos—. Estabas llorando como un idiota por la muerte de tu padre, y yo quería sexo ¡Eso fue todo! —grito de nuevo.


Si quería hacerle daño, lo hice por completo, pero no me siento como esperaba.


—No lo dices de verdad —asegura con la voz entrecortada—. Gemías, jadeabas, lo disfrutaste tanto como yo, ¡y no quieres admitirlo!


—¡Claro que gemí, claro que jadeé! ¡Estábamos teniendo sexo! —exclamo con obviedad—.¿Qué esperabas? Eso hacen las personas cuando tienen sexo. Solo fue sexo. —aseguro intentando convencerme a mí misma—. ¡Puede haber jadeado y gemido con cualquier otro hombre, pero en ese momento solo estabas tú!


—No sabes lo que dices. Tú no piensas eso realmente —asegura tomando de mi muñera para que no me mueva.


—Se perfectamente lo que pienso, Alfonso. Te utilicé, te utilicé esa mañana como quería, me liberé de mis tensiones y te hice un favor. Eso es todo. Nunca seré lo que tú quieres. Si el sexo y el amor estaban en el acuerdo yo jamás habría firmado. Nunca.


Sus ojos se ven más furiosos que antes, su agarre se vuelve más fuerte y trato de no parecer débil, pero comienza a hacerme daño. 


Esto no es suficiente.


—¿Así es como quieres jugar? —pregunta bruscamente—. ¿Esta es la mierda de vida que quieres para ambos?


—Suéltame —le digo con autoridad.


Para mi sorpresa él lo hace. Se voltea de espaldas a mí y coloca ambas manos sobre su cara. Intento reprimir todo lo que siento. No quería esto, no quería nada de todo esto, pero soy una maldita y no puedo evitarlo.


—Es increíble que pierda mí tiempo contigo —me dice mirándome con desprecio—. No vales la pena.


Luego, sale de la habitación y me deja ahí parada con miles de preguntas en la cabeza. No sé si lo dijo para lastimarme o si lo dijo de verdad, de todas formas siento que ese hielo sigue presionándome el pecho y ya no puedo soportarlo. 


Suelto un sollozo involuntario y el hielo parece lavarse dentro de mi pecho, como si quisiese salir hacia afuera. Está rompiéndome por dentro y destrozándome por fuera también. Me abrazo a mí misma y por primera vez dejo que esas lágrimas se escapen. Él se ha ido porque oí ese portazo en la habitación y también en la entrada de la mansión. Quería estar sola y ahora lo estoy. Podía haberme quedado entre sus brazos, pero no podía hacerlo. Todo es tan malditamente confuso…


Camino hacia la habitación, no sé qué hacer, quiero una almohada a la cual abrazar y golpear.


No lo necesito, claro que no.


Elevo la mirada hacia la cama desarreglada y siento como me rompo aún más. Hay un perfecto y hermoso ramo de rosas rojas sobre ella junto con una caja de terciopelo negro. 


Me cubro la boca y siento como la culpa me invade, me destroza, me desestabiliza. Él solo quería ser amable, solo quería consolarme y yo me comporté como una perra. Soy una perra. Lo rechacé, lo humillé… y él solo se limitó a irse.


Me acerco a la cama y me limpio las lágrimas. Veo mis manos y están machadas de negro por el maquillaje de ojos. 


Tomo el ramo entre manos y leo la tarjeta que me destroza mucho más. No tengo corazón, pero me siento como si lo tuviera completamente hecho añicos en mi interior, en algún lugar de mí.




Feliz San Valentín, Paula.
No tengo muchas palabras en este momento,
pero creo que tú puedes saber lo que quiero decir.
Pedro



Suelto otro sollozo, abro la caja de terciopelo y veo un hermoso collar de diamantes blancos. Me quedo sin palabras y llena de culpa.


Esto está mal, esto no debería estar pasando.


—Eres perfecta, Paula, eres perfecta —me digo a mi misma—. No te merece, nadie te merece. Eres perfecta… —murmuro una y otra vez intentado acallar esas voces en mi cabeza. Me siento en el piso y abrazo mis piernas mientras que intento calmarme—. Eres perfecta, lo haces todos bien, no lo necesitas…













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