martes, 12 de septiembre de 2017

CAPITULO 4 (SEGUNDA PARTE)







Es nuestro segundo día en París. Mañana por la tarde partiremos hacia otro destino, pero aún no sé cuál. Pedro no quiere decírmelo.


Estuvimos toda la mañana recorriendo las calles de la ciudad y visitando muchos lugares turísticos. Mi celular se quedó sin batería por tantas fotografías que nos tomamos juntos. Solo hemos reído, besado, abrazado y acariciado durante casi todo el tiempo. Estoy pasándola de maravilla y debo admitir que Pedro tiene un talento especial para tomarme por sorpresa a cada instante.


Acabamos de terminar con nuestro crucero de tres horas por el rio Sena y ahora nos dirigimos a la torre Eiffel. Por fin veremos París desde las alturas. He esperado demasiadas horas para esto. Está atardeciendo, lo que quiere decir que falta muy poco tiempo para que comience a preparar mi sorpresa. Necesito que todo salga a la perfección y debo admitir que tengo muchísimo miedo. Sé que le gustará, pero aún hay una decisión importante que debo tomar y no sé si estoy lista para ello.


—Llegamos, cariño —murmura, deteniendo el coche a solo un par de calles de la inmensa torre.


Nos bajamos rápidamente del vehículo y tomados de la mano recorremos el trayecto que nos queda hasta el imponente espectáculo. Hay demasiada gente, mucha para mi gusto, pero con Pedro a mi lado el tiempo parece volar. 


Nos tomamos un par de fotografías debajo de la torre y luego hacemos la fila para subir hacia los miradores.



Llegamos a destino y me quedo completamente lúcida al ver el hermoso e imponente paisaje que se proyecta delante de mis ojos. He estado en París más de tres veces, pero no recordaba que la vista de la ciudad fuera tan magnífica como lo es en este perfecto y preciso momento.


Pedro toma mi mano y me mira de reojo, mientras que una hermosa y amplia sonrisa se muestra en sus labios. Camino un par de pasos hacia adelante e intento hacer lugar entre los cientos de turistas para poder ver mejor. Mi esposo me sigue sin soltarme y, cuando por fin logramos tener la vista solo para nosotros, me abraza con fuerza y hunde su nariz en mi cuello. Acaricio sus omóplatos con las palmas de mis manos y descanso mi cabeza en su pecho. Es un hermoso atardecer con tonos de naranja y rosa. El sol se pone lentamente y da su luz sobre nosotros a lo lejos, muy en la distancia, mientras que se funde con los cientos de edificios más adelante. Me encanta estar aquí y me encanta que Pedro esté conmigo.


—Te amo, lo sabes —murmura acariciando mi cabello.


—Lo sé, también sabes que te amo —respondo mirándolo directo a los ojos.


Nunca se lo había dicho tantas veces en un solo día, pero tengo la extraña necesidad de que él lo sepa. Lo amo, es la verdad, no puedo negarlo. No pude evitarlo. Simplemente me enamoré de mi esposo.


—Eres mi tesoro más valioso, preciosa Paula —susurra tomando mi barbilla con delicadeza para que lo mire. No sé por qué, pero todo me resulta tan romántico y especial que tengo deseos de llorar.


—Si sigues diciéndome cosas así, vas a hacerme llorar —me quejo apartando la mirada. Oigo su risita y luego siento sus labios en mi mejilla. A nuestro alrededor todos están completamente ajenos a lo que sucede. Toman fotografías y hablan distraídamente, nadie nota que me estoy derritiendo de amor por este hombre, lo cual, me resulta muy bueno, porque admitir lo que siento se me hace difícil con todo el mundo presente.


—Tengo un obsequio para ti —Coloca una de sus manos en el bolsillo de su chaqueta—. No tiene diamantes, pero espero que te guste —Toma mi mano y deposita una delicada pulsera de plata con un pequeño dije en ella. No es nada similar a lo que estoy acostumbrada, pero es preciosa. 


La miro detenidamente y la extiendo para poder observarla. 


Tomo el dije entre mis dedos y veo la forma de una pequeña llave plateada.



—Es algo así como “La llave de mi corazón” —murmura buscando alguna reacción en mi rostro—. La vi cuando estábamos de compras el día de ayer y creí que sería un lindo detalle.


Sé que le asusta la manera en la que pueda reaccionar porque nunca se sabe cómo me tomaré las cosas, pero esto es… simplemente perfecto. Delicado y dulce.


—Me encanta —digo, viendo el dije una y otra vez. En la parte de atrás de la llave tiene la letra “P” grabada en una cursiva perfecta—. Es hermoso, gracias.


Mi esposo sonríe y me rodea la cintura, y yo beso sus labios y acaricio su cabello con la mano que me queda libre. Es un momento perfecto, nadie puede arruinarlo.


—Déjame colocártela —me dice en un susurro. Le entrego mi mano izquierda y luego él me pone con delicadeza la pulsera de plata. Le miro cuando ya está en su lugar y sonrío. Se ve muy bien en mi muñeca. Fue sorpresivo y hermoso.


—Usted sí que sabe cómo sorprender a una chica, señor Alfonso —susurro sobre su oído derecho mientras que él acaricia el dorso de mis brazos con dulzura.


—No tiene idea de lo que aún me falta para sorprenderla, señora Alfonso…






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