martes, 12 de septiembre de 2017
CAPITULO 5 (SEGUNDA PARTE)
Suelto un suspiro, tengo que hacerlo. Es el momento. Estoy nerviosa, debo admitirlo. Lo estoy como el primer día, es como si me casara de nuevo.
Miro la puerta de nuestra habitación de hotel y compruebo que coloqué el pestillo en ella. Pedro no puede entrar a la alcoba por ningún motivo. Debe ser una sorpresa perfecta.
Me miro al espejo para comprobar que todo está en orden.
Mi cabello se ve suave y sedoso, las ondas caen sobre mis hombros como la primera vez y el tocado con detalles de diamantes sujeta una gran masa de rizos, para recrear el peinado del día de nuestra boda. No fue tan difícil como creí que sería. Mis ojos brillan y mis mejillas están sonrosadas.
Sigo siendo hermosa, eso jamás cambiará, pero hay algo extraño en mí. Tal vez sea miedo, tal vez sea curiosidad por saber cómo reaccionará, o tal vez, solo tal vez, sea ansiedad.
Sigo observando mi aspecto, intento buscar algo imperfecto, pero no encuentro nada. Todo está en su lugar. El labial roba la atención por completo, pero lo que más le gustará será el vestido. El que él escogió para nuestra ceremonia en la iglesia. Fue difícil traerlo en la maleta más grande sin que él lo notara, pero ahora, estoy vestida de novia, como hace más de un año atrás lo estuve. Haré lo que sea para poder recrear las emociones de ese mágico día en mi mente.
Quiero nuestra noche de bodas, quiero cumplir parte de mi sueño.
Aliso la amplia falda del vestido con detalles de encaje por todas partes, tomo el perfume de la mesada de mármol del lujoso baño y me aplico un poco en el cuello y en mi escote.
Suelto otro suspiro y veo dentro de mi bolso las pastillas anticonceptivas. No sé qué hacer, ¿Es lo correcto? ¿De verdad quiero esto?
No tengo mucho tiempo para pensar. Lo amo, él me ama a mí. No es tan complicado.
Tomo la tableta y observo los días marcados en el envase de plástico. Si, puedo hacerlo, quiero hacerlo, en realidad. Claro que estoy lista para esto y para lo que sea.
Cruzo el cuarto de baño y dejo caer todas las minúsculas píldoras dentro del basurero. Las quito de su empaque una a una y las arrojo a la basura con desprecio. Le daré lo que tanto desea, lo haré tan feliz como él me hace a mí, al fin y al cabo, estamos juntos en esto.
Quiero darle un bebé a Pedro. Voy a hacerlo. Y nuestra noche de bodas es el momento y el lugar perfecto para empezar.
Tomo el ramo de rosas que él me obsequió hace un día atrás y comienzo a esparcir los pétalos sobre la cama doble, de época victoriana, con dosel. Todo tiene que ser romántico.
Será nuestra noche de bodas. La noche que nunca tuvimos, la que no pudimos aprovechar porque éramos lo suficientemente idiotas como para no hacerlo. Esparzo más pétalos por el piso, creando una especie de sendero desde la puerta del cuarto hasta la cama. Busco entre las bolsas de compras y saco las decenas de velitas aromáticas que compré sin que él lo notara. Las enciendo, son más de veinte, y comienzo a ponerlas en diferentes partes de la habitación. Estoy temblando, sigo con miedo, no sé qué haré realmente. Estoy asustada. Todo está a punto de comenzar.
Camino hacia la puerta del cuarto y le quito el seguro, luego, tomo mi celular de la mesita de noche y le envío un breve mensaje a mi esposo.
*La sorpresa está lista*
Me posiciono a unos pocos pasos de la cama y suspiro una y otra vez. Me siento extraña, es como si volviéramos a casarnos de nuevo. Algo que jamás pensé que haría. Son innegables mis ansias y mis miedos. Oigo como la puerta se abre lentamente. Él ya está aquí. No demora ni un minuto.
Esto está por suceder. Debo elevar mi mirada y sonreír.
Quiero hacerlo feliz, quiero cumplir su sueño, debo hacerlo por ambos. Sus ojos me observan, veo como su boca se abre levemente, se queda sin aliento, parece realmente sorprendido y sé que le gusta lo que ve. Necesito alguna otra reacción, pero no hace nada, está completamente congelado delante de mí y no aparta sus ojos de mi vestido. Sonrío, me gusta su reacción. Doy un paso al frente y veo como balbucea.
—Paula… —expresa a duras penas. Se mueve en mi dirección y acorta la poca distancia que hay entre ambos.
Muevo mis manos hacia su mejilla y acaricio su cara lentamente. Él cierra los ojos y atrae sus labios hacia mi mano, besándola con delicadeza.
—¿Estás sorprendido?
—Tu vestido… —dice, mirando el hermoso traje de novia, ese traje que estuvo más de un año guardado en un caja, ese vestido con el que le dije que sí, con el que acepté ser su esposa, ese vestido que fue testigo de los primeros minutos más aterradores de mi vida, el mismo vestido que me acompañó cuando todos me llamaron “Señora Alfonso” por primera vez, el vestido que Pedro escogió para mí...
—No traes velo —me dice con una sonrisa traviesa.
Me rio levemente. No, no tengo velo, eso él debe saberlo. No usé uno cuando nos casamos y no lo haré ahora. Lo mío es algo más original.
—No soy una novia tradicional —espeto, como el día de nuestra boda, en esa larga discusión en el coche de camino a la fiesta. Pedro coloca sus manos en mi cintura y me atrae con delicadeza hacia su cuerpo.
—No lo eres —afirma.
—Sabes por qué no lo soy.
—Sí, lo sé —responde—. Tú siempre tienes el control.
Me rio levemente. Sí que me conoce. Claro que tengo el control, tengo el poder, soy la que decide todo lo que sucederá en nuestro matrimonio, soy la reina aquí. Es bueno que él ya lo haya asumido, todo es más fácil cuando por fin lo entiende.
—Pero eso es lo que me gusta de ti. Eres todo lo que quiero, eres mi diamante más valioso, el motivo que hace que me levante todos los días. Te amé desde el comienzo, Paula.
Muevo mis manos hacia su cuello y abro la boca para empezar a besarlo a mi manera. Con desesperación, pasión, amor, muchísimo amor. Su boca se mueve al compás de la mía, nuestras respiraciones se cruzan y un leve jadeo se escapa cuando él muerde mi labio inferior. Estoy perdida y él va a encontrarme. Él toma el control de la situación por completo, yo dejo que lo haga.
—Te amo, Paula —murmura acariciando su nariz con la mía.
Mi respiración se vuelve más pesada, pero solo logro responder con otro mágico e indescriptible beso. Sus manos acarician mi cintura y la parte baja de mi espalda, debo echarme hacia adelante para que la amplia falda del vestido no nos moleste. Él sonríe de vez en cuando, dándonos a ambos tiempo para respirar. Me voltea con delicadeza, de manera que quedo de espaldas a él, y percibo como besa mi hombro derecho.
—Tendremos nuestra noche de bodas, Paula —Corre mi cabello hacia un lado, y su reguero de besos me inunda de miles de sensaciones y emociones. Mi temperatura corporal va en aumento y mis deseos de ser suya se incrementan desesperadamente—. Será inolvidable, lo prometo.
—Lo sé.
Él comienza a bajar el cierre de mi corsé, lentamente, con paciencia y delicadeza. Mi cuerpo empieza a sentirse liberado, justo como la primera vez que me desvestí delante de él, en aquella suite del hotel en el que celebramos nuestra boda. Suelto un suspiro inevitable, cierro los ojos y percibo su dedo índice acariciando mi columna vertebral paulatinamente. Muevo mi cabeza hacia un lado y dejo que sus labios rocen mi piel de nuevo. No puedo contenerme, pierdo todo el control. Me muevo rápidamente, tomo su camisa blanca entre mis manos y entre besos apasionados, comienzo a quitarle la prenda desesperadamente. Mis manos recorren su torso y sus brazos, mi boca acaricia cada centímetro de la suya sin detenerse, mientras que él se deshace de mi vestido con impaciencia. Es una mezcla extraña de sensaciones que nos poseen a los dos. Nos lanzamos a la cama cubierta por pétalos de rosas rojas. Solo somos tenuemente iluminados por las velas aromáticas y lo único que percibimos es el calor de nuestros cuerpos, muertos de desesperación por sentirse por completo. Me pierdo en sus besos, en sus caricias y en su mirada. Ya estamos completamente desnudos debajo de las sábanas, devorándonos sin poder controlarnos. Su peso esta sobre mi cuerpo, pero no me importa, el calor de nuestra piel es agradable, hace que mi excitación y mi deseo aumente. Sus manos recorren mi cuerpo y nunca puedo saber en qué parte va a tocarme. Es completamente sorpresivo. Quiero disfrutar de esto con todos los sentidos, pero más que nada con el tacto.
—Quiero que me hagas el amor, Pedro—susurro, tomando su cara con ambas manos.
Me mira fijamente durante varios segundos, que se me hacen eternos. Parece sorprendido y confundido al mismo tiempo, pero sé que él también lo quiere, lo ha querido desde siempre y, aunque jamás lo haya dicho, yo también. Esta será nuestra primera vez real, haremos el amor, porque hay amor entre nosotros, nos amamos, ahora esto sí es todo lo que esperaba. Pedro acaricia mi rostro y sonríe ampliamente. Veo su dentadura blanca y perfecta, solo a unos pocos milímetros de mí, su respiración tibia sobre mi mejilla, sus ojos cristalizados y brillantes por la emoción…
—Te haré el amor, mi preciosa Paula —me responde, para luego atrapar mis labios con los suyos una vez más. Mis piernas comienzan a abrirse para dar lugar a su cuerpo. Me aferro a su espalda con mis brazos y cierro los ojos, más fuerte que nunca. Solo quiero sentir. Mis senos chocan con su pecho y la sensación es arrasadora.
—A partir de ahora solo haremos el amor, cariño —me informa con dulzura. Lo miro a los ojos y asiento levemente.
Estoy perdida en él, en nosotros, en lo que sucede. Es la primera vez que hago el amor, es mi primera vez con mi esposo, es la primera vez más importante para mí porque, simplemente, lo amo y él a mí.
—A partir de ahora solo quiero eso —respondo—. Solo quiero que me hagas el amor, Pedro.
Él me besa castamente y mueve sus caderas hacia mi zona intima. Se introduce en mí, lenta y pausadamente, como si no quisiera hacerme daño o algo así. Elevo las caderas para darle más acceso y cuando lo siento dentro de mí por completo, aferro mis piernas en su cintura. Estamos conectados de todas las formas posibles y no podré, jamás, describir todo lo que estoy sintiendo. Lo miro a los ojos, quiero verlo, quiero sentirlo, todo al mismo tiempo. Es diferente a las demás veces, es completamente especial, mi corazón late desaforadamente, mi respiración se vuelve más acelerada y mi estómago tiene un cosquilleo extraño.
Es amor, amor por Pedro… Comienza a moverse dentro de mí, hasta el fondo, y luego, hacia afuera. Lo hace una y otra vez a un ritmo pausado y excitante.
—Te amo —Murmura entre jadeos y gruñidos—. Te amo —repite.
—Te amo —respondo y beso sus labios—. Te amo —digo nuevamente y vuelvo a besarlo—.Te amo… Sus manos toman algunos pétalos de rosas del colchón y siento como me acaricia los pechos y el vientre con ellos, mientras que me hace suya.
Jadeo y hecho mi cabeza hacia atrás, me aferro a las sábanas y me retuerzo un poco a causa de todas las sensaciones que me invaden.
Sé que cometí una locura, sé que no debí de hacer lo que hice hace unos minutos atrás, pero en este preciso momento no me arrepiento. Me deshice de las píldoras, me deshice de ese miedo, me deshice de mi decisión final. Quiero hacerlo feliz, quiero sorprenderlo, como él me sorprende a mí, quiero cumplir su deseo, quiero tener un bebé con Pedro.
Ahora eso es lo único que quiero.
—¿Qué sucede, preciosa? —pregunta, al ver que me puse algo tensa y distante de lo que sucede entre ambos, deteniendo sus embestidas. Toma mi rostro entre sus manos y luego besa mis labios. En la tenue iluminación solo me encuentro con sus ojos y algunas sombras que se proyectan en su cara, pero es lo único que necesito.
—Solo estaba pensando —aseguro con una sonrisita.
Él no tiene idea, pero quiero que sea una sorpresa, quiero que sea especial e inesperado. Sé que voy a embarazarme en poco tiempo, lo presiento.
—Es un mal momento para pensar, señora Alfonso
—Lo siento.
—¿En qué pensabas? —pregunta con delicadeza.
He pensado en miles de cosas, como, por ejemplo, las miles de veces en las que me imaginé con un pequeño bebé en brazos, o un vestido rosa lleno de flores y gritos de felicidad por toda la casa. En eso y en mucho más estuve pensando.
Pensé en como seriamos como padres, como podría ser la mejor madre del mundo, en los miles de momentos que podría vivir si esto realmente sucede… Él toma un pétalo y lo desliza sobre mi pezón delicadamente, para que responda su pregunta, haciéndome enloquecer.
—En que voy a hacerte muy feliz —murmuro como respuesta. Él frunce el ceño y yo comienzo a besarlo.
Muevo mis caderas, él cede a mis peticiones y vuelve a hacerme completamente suya con gusto, como lo estaba haciendo anteriormente.
—También voy a hacerte muy feliz, Paula…
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