viernes, 1 de septiembre de 2017
CAPITULO 26 (PRIMERA PARTE)
Ambos hacemos contacto visual y luego de unos segundos estallamos en risas. No sé porque me rio, sinceramente, pero debería estar llorando.
– ¿Viste su cara cuando le dije que se largara? –Cuestiona colocando una de sus manos en su estomago. No podemos contener el ataque de risa. Es mucho más divertido que la harina. Es incontrolable y hace que me sienta mejor conmigo misma.
–Bien, ahora que se fue, hagamos algo más divertido. –Dice poniéndose de pie. Frunzo el ceño y lo veo tomar su cámara, me paro de inmediato y veo como deja dos billetes sobre la mesa. Toma mi mano y luego me arrastra hacia la salida. No sé qué hacer.
– ¿A dónde vamos? –Exclamo confundida al cruzar el umbral del restaurante. Solo sonríe y sigue caminando. Lo sigo lo más rápido que puedo. Cruzamos la calle y luego llegamos hasta mi coche estacionado sobre la acera.
–Dame tus llaves. –Me pide amablemente con una sonrisa divertida en el rostro.
¿Qué? ¿Para qué?
– ¿Para qué quieres las llaves de mi coche? –Pregunto confundida. Él me da su cámara para que la tenga entre mis manos, abre mi bolso de manera descarada e invasiva y luego encuentra las llaves. Las toma entre sus manos y luego se introduce en la zona del piloto. – sube, nena. Te llevaré a comer comida de verdad.
Me introduzco del lado del acompañante y luego cierro la puerta. Lo observo con miles de dudas en mi cabeza. No dice nada, coloca las llaves y el motor arranca. Conduce en silencio por dos o tres minutos y luego presiona el botón del volante y una alegre canción comienza a sonar. Eso parece animarlo y a mí también.
I could lift you up
I could show you what you want to see
And take you where you want to be…
Canta la canción y mueve su cabeza de un lado al otro. Lo observo detenidamente y comienzo a reír. Es muy divertido verlo. Sus expresiones faciales y la manera que tiene de cantar me hacen reír más de la cuenta.
– ¿Qué haces? –Cuestiono cuando comienza a bailar exageradamente mientras que nos detenemos en una luz roja.
–Bailo, nena. –Responde con obviedad. – Vamos, sé que te sabes la canción.
I know that we’ll be safe and sound
Safe and sound…
– ¡Canta! –Exclama cuando acelera el motor nuevamente.
Dudo de hacerlo pero luego envío todo al maldito demonio y lo hago.
You could be my look
Even in a hurricane of frowns
I know that well be safe and sound
Safe and sound
Safe and sound
Canto a todo volumen. No me importa lo que pueda salir de esa extraña improvisación. Jamás he cantado a volumen alto y por primera vez no me importa lo que los demás piensen de mí. Si lo hago más... ¿Qué más da? Estoy divirtiéndome.
Ambos comenzamos a reír y me libero de mis propios miedos. Me muevo dentro del coche y bailo de un lado al otro. Él sigue conduciendo y cuando creo que seguirá de largo se introduce al estacionamiento de un local de comida rápida.
– ¿Comeremos aquí? –Cuestiono frunciendo el ceño. Se voltea en mi dirección y sonríe.
–Exacto. –Se baja del coche y cuando voy a hacerlo también el toma su cámara y me la da. –Debemos llevar la cámara. –Dice sonriente.
– ¿Por qué? –Cuestiono.
–Porque esto será muy divertido…
Entramos al local y el olor a comida no saludable invade mis fosas nasales. Todo es muy… informal y para nada elegante.
Hay niños y mujeres de todas las edades. La fila que comienza en los mostradores en inmensa y veo a muchas personas que se mueven de un lado al otro con bandejas en sus manos como si fuese una cafetería de una preparatoria norteamericana. El ruido es demasiado para mis odios. No me agrada para nada.
–Es muy ruidoso. –Digo rápidamente con disgusto.
Él se ríe y luego se posiciona para hacer la fila. Yo lo acompaño, pero aun así el lugar no me agrada.
–Cuando pruebes la comida me lo agradecerás. –Musita esperanzado y seguro de sí mismo. Suelto una risita irónica y niego con la cabeza.
–Olvídalo, no comeré esto. Es demasiado.
–Comerás quieras o no.
Lo miro sorprendida. No puede hablar en serio. Soy Paula Alfonso lo hago todo a mi manera. Comeré si quiero, beberé si quiero y lo golpearé si es necesario. Yo tengo el control de todo lo que hago y de lo que hacen los que están a mí alrededor. Su confianza sigue sorprendiéndome.
–No puedes obligarme. –Espeto secamente.
–No, pero comerás de todas formas.
–Ya lo veremos.
Diez minutos después llegamos al mostrador y un chico con la cara repleta de acné y una horrible gorra nos atiende.
Damian pide varias cosas mientras que señala la inmensa cartelera con diferentes tipos de hamburguesas. El otro chico escribe todo en su computadora y luego Damian paga todo con dos billetes.
Me detengo a observar la cocina que está a la vista del público. Hay más de diez personas que corren de un lado al otro. Todos lucen el mismo uniforme y generalmente son muy jóvenes. Tal vez son universitarios con un empleo de medio tiempo. Si yo siguiese siendo Anabela tal vez estaría en un lugar así.
Observo todo con repulsión y luego sacudo mi cabeza para eliminar esos pensamientos de mi mente. No soy Anabela, soy Paula.
Lo que el ordenó ya está listo. Toma la bandeja color cereza y luego sale de la fila. Comienza a buscar algún lugar con la mirada y cuando lo encuentra me indica con la cabeza hacia la dirección correcta. Lo sigo y nos sentamos en uno de los cubículos al fondo del gran lugar. Al pasar muchas de las madres de esos niñitos ruidosos me observan. Si, lo sé. Soy hermosa y tal vez se preguntaran que hace una perfecta mujer como yo en un lugar como estos… bien, confieso que yo también me pregunto lo mismo.
– ¿Y ahora qué? –Digo observando la caja de colores que tengo delante de mí. Hay patatas y refrescos en vasos de cartón. ¡Vasos de cartón! Que desagradable.
–Abre la caja y come la hamburguesa. –Dice con obviedad.
Observo como él lo hace y me sorprendo al ver una hamburguesa de cuatro pisos infestada de carne, aderezos, tocino y queso.
Oh, dios. Creo que estoy a punto de desmayarme.
– ¿Comerás todo eso? –Cuestiono sorprendida. –Puedes alimentar a tres familias con esa hamburguesa. –Él observa lo que tiene entre manos y luego se ríe.
–Puedo comer tres de estas y sobrevivir. –Me dice. –Vamos, la tuya es una pequeña. Cómela.
Hago lo que me dice, pero no porque lo obedezca sino porque la curiosidad y la intriga me están matando. Abro la caja que está delante de mí y veo una hamburguesa pequeña y simple. Solo lleva una gruesa feta de queso y la carne. Siento un poco de alivio.
–Ponle aderezos y pruébala. –Me dice tendiéndome amablemente un pequeño sobre con salsa de tomates.
– ¿No hay platos o cubiertos? –Pregunto observando la bandeja. Él niega con la cabeza y se ríe en mi cara. –Comer con las manos es repugnante. –Siseo. Come unas patatas como todo un adolescente mal educado y luego bebe su refresco.
–Exacto. Con las manos, nena. Esto no es un restaurante elegante.
Lucho con mi Paula interior y todas sus reglas de etiqueta y buenos modales. A ella no le agrada que lo haga, pero tomo la hamburguesa entre mis manos y luego la acerco a mi boca. Damian me detiene y luego quita el pan que cubre la carne de esa cosa y coloca muchísima salsa de tomates sobre ella. Pone la tapa de pan de nuevo y me sonríe.
–Ahora sí, cómelo. –Dice y cuando voy a hacerlo, me detiene de nuevo. –Espera. Hay algo más. Debes encorvarte para comerla.
¿Qué?
Frunzo el ceño, él se encorva y come su hamburguesa en gesto de demostración.
Ah, claro, ya lo entendí.
La acerco a mi boca y la observo unos segundos. Damian toma su Nikon y la apunta hacia mi dirección mientras que sonríe.
–No tomes fotografías. –Le advierto con una mala mirada.
Sonríe y dispara con su cámara. Abro la boca y lo ignoro, salgo bien en todo tipo de fotografías, qué más da. Frunzo el ceño y la muerdo. Primero registro las nauseas en mi estomago y luego comienzo a sentir todos los sabores mezclándose en mi boca. Primero la carne, luego el aderezo y por fin mis gestos se suavizan cuando el queso se mezcla con los demás ingredientes y no me parece tan desagradable.
– ¿Y, que tal? –Pregunta expectante. Muerdo unos segundos y saboreo. Lo miro y luego sonrío.
–Es genial –Admito sorprendida. Él ríe y sigue tomándome fotos. Si, es completamente delicioso, es como comer felicidad. Muerdo otro pedazo un poco más grande y la salsa de tomates se derrama sobre mis dedos y la mesa. Damian estalla en risas y yo también lo hago.
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Ojalá no se mande ninguna macan, pero dudo de este Damián.
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