viernes, 1 de septiembre de 2017

CAPITULO 24 (PRIMERA PARTE)






Una hora después me detengo frente a su hotel y lo veo rápidamente. Me alegra que sea puntal. No toleraría tener que esperar. Baja las escaleras y apresuradamente se introduce en mi coche. Se acerca y besa mi mejilla tomándome completamente por sorpresa. Me quedo perpleja.



– Hola, nena. –Dice con una sonrisa. Tiene su cámara colgando de cuello y luce tan desalineado y urbano como un adolescente. Jamás me lo imaginaría vestido con camisa y zapatos como Pedro… ah, Pedro. Solo de pensar en el suspiro inconscientemente.


–No me llames ‘nena’. –Le advierto lanzándole una mirada amenazante que hace que sonría.


–Bien. Paula, lo siento. –Murmura de manera despreocupada. – ¿A dónde vamos, hoy?


Acelero el coche y luego volteo mi cabeza hacia su dirección con una amplia sonrisa en el rostro. Sé que funcionará.


–Iremos a una clase de cocina.


Él frunce el ceño y me observa desconcertado por varios segundos. Ignoro su mirada y sigo conduciendo como si nada. Aprenderé a hacer un maldito pastel, sobré cocinar algo y le cerraré la boca a Pedro Alfonso. Es solo el comienzo de mi gran sorpresa.


– ¿Por qué iremos a una clase de cocina? –Pregunta luego de varios minutos de silencio. Aún lo veo desconcertado y eso me provoca una risita interior.


–Porque quiero aprender a preparar un pastel. –Admito con la mirada clavada en la avenida.


– ¿No sabes hacer un pastel? –Cuestiona con una sonrisa burlona en su rostro. Puedo ver cada uno de sus movimientos con el rabillo del ojo y si sigue burlándose como Pedro lo hizo ayer, lo golpearé. Lo juro.


–Deja de hacer preguntas sin sentido. –Le advierto de mala manera.


–Bien, no te enfades. Solo quería saberlo. Además, lo supuse desde un principio. No tienes cara de ama de casa.



Por un segundo me siento completamente ofendida. Acaba de insultarme de la peor manera. Aunque sé que tiene razón está abusando de la poca confianza que le di. Pongo mala cara y lo aniquilo con la mirada. No necesito decir nada. 


Sabe lo que pienso de la estupidez que acaba de decir.


–Bien… –Dice a modo de disculpas que no funcionan para mí. – solo digo que no creo que seas una de esas mujeres que hacen la limpieza y todas esas cosas.


–Jamás he hecho la limpieza. –Admito. –Para eso están mis mucamas.


–Sí, lo supuse.


–Deja de suponer cosas. –Chillo perdiendo la poca paciencia que dios me ha dado.


–También supuse que te molestarías. –Espeta con sorna.


¡Maldición!


–No quiero ser grosera, pero mejor cierra la boca.


Permanecemos en silencio, que me resulta perturbador durante varios minutos. Ni siquiera suena música en el coche, así que presiono el botón de mi volante y la canción I got you comienza a sonar. Sonrío ampliamente y los recuerdos de Pedro me invaden por completo.


– ¿Por qué sonríes? –Pregunta.


–Me gusta esta canción. –Admito sin necesidad de explicar demasiado. –Me recuerda a mi esposo. –Le digo con una amplia sonrisa.


Él se mueve incomodo y enciende su cámara.


–Hoy te ves muy linda. –Murmura señalando la lente hacia mi dirección. Sonrío y percibo que me toma una o dos fotografías.


–Siempre me veo linda. –Alardeo.


–Tienes razón. –Responde.


–Aunque deberías dejar de tomarme fotos. Hay cosas más lindas que fotografiar.


Obviamente no lo digo en serio. Soy lo más hermosos que puede haber en Londres pero ser un poco humilde a veces es bueno. Aunque claro, que mi Paula interior no se cree esa mentira. Ni siquiera yo me la creo, pero es la verdad. Tal vez soy lo más hermoso y fotografiable de la ciudad.


–No finjas conmigo. –Me dice con una sonrisa traviesa.


–Tienes razón. –Respondo. –Soy lo más hermoso que puede haber en la ciudad. –Él se ríe y luego escuchamos la lista de reproducción de mi coche hasta que llegamos a nuestro destino. Aprender a cocinar será un gran reto, pero quiero hacerlo.


Llegamos al imponente edificio ‘Chef academy of London’ y subimos las escaleras de entrada rápidamente. Damian sigue mis apresurados pasos mientras que toma algunas fotografías a la impresionante arquitectura del lugar. Todo es de color blanco y crema y hay muchos detallen en piedras negras con manchas blancas. Se ve muy lujoso y elegante. 


Jamás me imagine estar en un lugar así. Me siento extraña. 


Estoy a punto de meter mis manos en la masa literalmente.


Me paro delante de la mujer que espera impaciente en el mostrador mientras que marca un número en el teléfono de linea. Ella me observa de pies a cabeza claramente intimidada por mi presencia. Le sonrío falsamente y luego quito un mechón de cabello de mi cara.


–Soy Paula Alfonso y tengo una clase con Christopher Michlank. –Musito emanando seguridad y confianza en cada una de mis palabras. Ella me mira y abre un poco la boca. 


Sí, yo Paula Alfonso conseguí una clase con uno de los pasteleros más importantes de toda Francia y lo mejor de todo es que tengo la suerte de que se encuentre en Londres el día de hoy.


–Un momento por favor, señora Alfonso –Dice y toma el teléfono. Espero unos segundos y luego ella cuelga con su llamada y me sonríe tímidamente. Está sorprendida, sabe cuánto cuesta esa clase particular y yo también lo sé.


– ‘Señora Alfonso’ que aterrador suena eso. –Musita Damian haciendo muecas graciosas hacia mi dirección.


–Cierra la boca. –Le ordeno golpeando su brazo levemente. 


Me rio y luego vuelvo a ser formal cuando la chica del mostrador se dirige a mí.


–Señora Alfonso. Por el pasillo a la derecha, salón siete.


Asiento sutilmente con la cabeza y luego comienzo a mover mis pies hacia la dirección que me indicó. Mis tacones resuenan en el suelo y mi hermoso y sedoso cabello se mueve detrás de mis hombros con estilo y elegancia. Al pasar alguno de los pasteleros aprendices me observan y sonrío a cada uno de ello. Soy perfecta, estoy acostumbrada a este tipo de atención. Damian sigue mis pasos apresuradamente y permanece en silencio por muy poco tiempo.


– ¿Y quién es ese tipo? –Pregunta despreocupado.


–Él es uno de los pasteleros más importantes de toda Francia, así que no hagas tonterías. –Le advierto apuntándolo con mi dedo índice de la manera más amanzánate que puedo. Él eleva ambos brazos como gesto inocente y me sonríe.


–Me comportaré excelentemente bien. –Dice sonriente.


–Eso espero.



Ingresamos a la cocina número siete y me asombro por lo grande e imponente que es. Hay todo tipo de utensilio e incluso algunos ni siquiera se para que se utilizan. Todo es inmenso, impecable y extremadamente ordenado.


–Carajo… –Dice Damian volteando su cabeza trescientos sesenta grados sobre su eje. Los techos son extremadamente altos y hay una enorme ventana que da en dirección a las calles de Londres que demuestran la fría lluvia del día acompañada por las enormes nubes grises.


–Bonjour!–Exclama una voz extremadamente aterradora a nuestras espaldas. Doy un brinco del susto y ambos nos volteamos en dirección a hombre algo regordete, con mala cara que nos fulmina ambos con la mirada. Lleva una cuchara en sus manos y un gorro de chef que combinan con su uniforme. Oh, esto será muy pero muy difícil…


–Bonjour. –Musito sonriéndole, pero mi gesto no parece convencerlo. Él da un paso al frente y me observa de pies a cabeza. No le agrado, lo sé. Lo cual me resulta extraño, yo le agrado a todo el mundo. Luego observa a Damian con desaprobación y yo le doy un leve codazo en el estomago para que lo salude. Él mueve su cabeza rápidamente y entiende por completo lo que sucede.


–Oh, lo siento. Hola. –Dice sonriente. – ¿Qué tal, chef?


¡Oh mierda! Lo mataré.


Lo fulmino con la mirada y el sonríe avergonzado.


–No seas insolente. –advierto.


–Eh… es decir… Bonjour. –Musita Damian nervioso. Voy a asesinarlo. No puedo creer que esto me esté sucediendo.



–Parlez–Vous français? –Cuestiona en mi dirección. Vuelvo a sonreír y comienzo a sentiré nerviosa. Ahora se porque mis padres estaban tan empeñados en que aprenda cuatro idiomas. Todo servirá algún día. Este es el momento y este hombre parece gruñón y la cuchara de madera que sostiene entre sus manos me da cierto temor. Oh, esto será terrible.


–Oui, ca l’est. –Respondo. Él parece conforme así que me siento un poco más tranquila. Se mueve hacia una mesada enorme y luego nos llama a ambos con la cuchara. Damian y yo nos movemos y nos colocamos delante de él.


– ¿Quién cocinará? –Pregunta en un tono poco amigable y al menos es generoso y habla es español para que ambos entendamos mejor. Soy buena con el francés, pero no logro hacer nada si estoy nerviosa y este hombre me pone muy nerviosa.


–Yo cocinaré. –Murmuro.


–Bien. Delantal. ¡Ahora! ¡Rápido! Un Chef debe ser práctico y no perder tiempo. –Grita señalándome con la bendita cuchara nos delantales blancos que están a un lado. –Solo son dos horas, rápido, rápido. –Corro rápidamente y tomo uno. Damian me sigue y se coloca otro. No cocinará, pero ese hombre da miedo y con lo desastrosa que puedo ser, es mejor estar protegida por este pedazo de tela.


Regresamos a la mesada y nos colocamos delante del maestro pastelero.


– ¿Lista? –Pregunta.


–Lista. –Respondo con una sonrisa.


Todo el desastre comienza. El chef me habla una y otra vez a los gritos sobre cómo hacer un maldito pastel y lo importante que debe ser la temperatura del horno, el maldito preparado, la cantidad de chocolate y todo eso. Anoto lo que puedo desprolijamente sobre el papel blanco que el maestro me dio. Luego presto atención a lo que hace e intento seguirlo. Esto de verdad me hace sentir patética, pero debo hacerlo. Es algo así como una meta.


Christopher coloca la harina en el bol y luego me incita a que lo haga. Tomo la fuente de color trasparente e intento hacer lo que él hace. Pero cuando volteo el recipiente toda la harina se esparce por la mesada y rebota en mi cara y en mi delantal. Damian estalla en risas y el chef golpea la mesada fuertemente con la cuchara. Esto es completamente humillante.


–Te ves patética. –Dice Damian tomándome una fotografía y luego otra. Oh, no puedo creer que esto suceda. El muy maldito está disfrutando de mi sufrimiento. El chef se voltea para buscar un paño y limpiar mi desastre, tomo un puñado de harina y lo lanzo directamente a la cara de Damian. Él se sorprende y parece molesto, luego el chef se voltea y al vernos cubierto de harina niega con la cabeza y golpea su cuchara sobre la mesada otra vez. Damian y yo fingimos seriedad y cuando el maestro se voltea de nuevo nos miramos y estallamos en risas por varios minutos. Él se acerca a mí y luego dispara su cámara tomando una divertida fotografía de ambos empapados de harina.


– ¡En cocina, seriedad! ¡No más tonterías! –Gruñe y ambos nos quedamos callados.


Dejamos los juegos de lado y por primera vez en toda esa media hora me pongo seria. Necesito tomarlo con calma, sé que en algún momento saldrá. Todo debe salir perfecto. No quiero decepcionarme a mí misma. Christopher es muy exigente y me regaña a cada respirar, me siento completamente presionada, pero de apoco lo logro, repito los pasos como tres veces y el tercero es el único que sale bien. Damian sigue tomando fotografías a lo lejos. Sé que al chef le molesta, pero no pude quejarse, pagué más de ocho mil libras por estas dos horas de clases particular y no puede decir nada. En ese sentido yo tengo el poder.





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