sábado, 16 de septiembre de 2017

CAPITULO 19 (SEGUNDA PARTE)





Salimos del ascensor tomados de la mano. En mi interior me siento un poquito nerviosa, solo un poquito. Pedro toma mi mano fuertemente y camina por el pasillo con completa seguridad y orgullo.



La sonrisa en su rostro logra calmarme rápidamente. Todo lo hago bien, todo saldrá bien, siempre tengo el control de todas las situaciones y esta situación no es la gran cosa.


A lo lejos, veo la sección de cubículos de oficina. Hay cientos de ellos y gente correteando con papeles de un lado para el otro. Suenan muchos teléfonos y hay demasiado ruido. 


Jamás creí que esto sería así de atareado y ruidoso.


—¡Al fin llegas! —exclama una rubia delgada, de cabello corto por los hombros, ojos azules y labios color carmín, vistiendo una camisa blanca y una falda negra que no combinarían nunca en toda una vida entera.


Sé que es ella, me desagrada demasiado, no puedo creer que me sentí celosa por un momento. Ella no es nada a comparación a mí. Ni siquiera me llega a la suela del zapato. Sonrío en mi interior. Mi ego se acaba de elevar y mi sonrisa se hace inmensa.


—¡Te dije que vendría! —dice Pedro en alemán abrazándola con dulzura.


Me detengo a una distancia aceptable y finjo ser la esposa buena, tímida y comprensiva. Todos deben de pensar que soy adorable y amable. Ese es el plan.


Ambos comienzan a hablar, pero me pierdo en la conversación. Hablo alemán, pero no del todo. Sé que solo intercambian alguna que otra palabra, pero es momento de que la dueña y señora entre en escena.


Pedro recuerda que soy su esposa y que estoy aquí. Se voltea y con una dulce sonrisa, me toma de la mano y me hace avanzar hacia ella.


—Karen, ella es mi preciosa esposa, Paula —le dice con una sonrisa cargada de orgullo.


Estiro mi brazo hacia su dirección, me quito los anteojos y con una mirada repleta de seguridad la escaneo de arriba a abajo. No le agrado del todo, lo sé. Puedo sentirlo, puedo verlo, pero, simplemente, no me importa. Soy mucho más que ella.


—Paula Alfonso. Es un placer —miento hablando su mismo idioma. Quiero dejarle muy en claro que no soy ninguna tonta, que nadie me lleva ventaja, y sé que lo logro.


—El placer es mío —me responde con una sonrisa tan falsa como la mía.


—Quiero presentarla a todos, Karen. ¿Me harías el favor?


—Claro, lo haré —responde velozmente—. ¿Pero… crees que ella estará bien aquí? Hay mucho trabajo por hacer.


Es el momento en el que comprendo que están hablando de mí. Tengo que interferir y defenderme.


—Es la empresa de mi esposo, Karen —espeto de manera desafiante—. Cuando estamos juntos nada es aburrido. Hay muchas cosas que podemos hacer —le indico de la manera más fría y distante que puedo, ella comprende mi mensaje y eso me gusta. Su cara es de disgusto total, es decir que yo gané de nuevo—. ¿Verdad, cariño?


—Claro que sí, mi cielo —responde acariciando mi mejilla.


Ella sonríe incomoda y luego camina delante de nosotros hasta que nos adentramos en la zona de cubículos. Los hombres y mujeres del lugar me miran a mí en particular. No pueden evitarlo. Soy el centro de atención otra vez. Además, soy hermosa y perfecta, sorprenderé a todos, lo sé.


—¡Señores, dejen sus actividades, por favor! —exclama la rubia provocando que todos en el lugar le presten atención—. Como sabrán, el señor Pedro Alfonso estará varios días en la empresa —dice señalando sutilmente a mi esposo—. Es por eso que quiero que presten suma atención a su mensaje.


Pedro pasa al frente y la rubia se coloca a mi lado. Solo puedo sonreír, este es mi momento, todos sabrán quien soy yo.


—¡Buenos días, señores! —exclama mi esposo comportándose como todo un sexy empresario—. En primer lugar; quiero darles las gracias por formar parte de este excelente grupo, sin ustedes todo sería muchísimo más difícil, de verdad. Y gracias por todo el empeño y la dedicación que le ponen a su trabajo. Estoy muy agradecido de que formen parte de esta empresa.


Los empleados aplauden con emoción y alaban a mi esposo durante varios segundos. Él parece realmente feliz, pero cuando quiere seguir hablando, hace una seña con sus manos y todos guardan silencio.


—Sé que mi padre estaría muy orgulloso de todo lo que AIC ha logrado desde su ausencia… —murmura.


Sé que está dolido, sé que mencionar a su padre lo ha puesto algo sentimental, pero también sé que le encanta recordarlo. De pronto, noto que mis ojos están algo llorosos. 


No me gusta ver a Pedro así de acongojado por la muerte de su padre. Fue hace poco tiempo y sé que lo extraña, pero también sé que hablar de él y recordarles a los demás el gran hombre que fue ayuda a mejorar la situación.


—La verdad es que lo extraño, siempre lo hago... Cuando heredé todo esto, pensé que no podría hacerlo, pero hubo una persona que estuvo siempre ahí, ella fue el único motivo para seguir adelante…


Oh, mi Dios, soy yo. Pedro está hablando de mí. Ahora si estoy llorando. No puedo creerlo, esto me ha tomado por sorpresa.


—Ella es mi preciosa esposa, Paula Alfonso—exclama, tomando mi mano para atraerme a su lado—. Sin ella, creo que esto no sería la gran y exitosa empresa que es.


Todos me aplauden y algunos se ponen de pie. No puedo creerlo. Volví a ser el centro de atención de nuevo. Soy yo, simplemente yo, la dueña del lugar, el motivo por el que todo esto sigue en pie… Me siento única, especial, mi ego se eleva más y más, no puedo contenerlo.


—Gracias por todo, cariño —dice en un dulce abrazo.


Sonrío ampliamente y me quito las lágrimas de las mejillas. 


No es una actuación, estoy emocionada de verdad.


—Gracias a ti, cariño —le respondo.


Todos siguen aplaudiendo con una amplia sonrisa en sus rostros. Los teléfonos siguen sonando, pero a nadie le importa. Somos el centro de atención ahora.


—Que tengan un buen día señores, soy Paula Alfonso y es un placer conocerlos —digo en alemán con una amplia sonrisa.


Todos aplauden de nuevo y Pedro da por finalizado su anuncio. Me toma de la mano y ambos terminamos de cruzar todo el lugar hasta llegar en frente de dos puertas inmensas de color barniz, en donde un letrero en bronce indica claramente la palabra “Presidencia” y debajo, en letras mayúsculas, el nombre de mi esposo.


—Tenemos una junta en diez minutos, Pedro —le dice la rubia, persiguiendo a mi esposo de un lado al otro mientras que mira la agenda electrónica entre sus manos.


—Ahora no, Karen. Quiero estar unos minutos con mi esposa —murmura él secamente, lo cual, me hace sonreír de oreja a oreja. Sí, yo gano de nuevo.


Pedro y yo entramos a su oficina, él se sienta al otro lado de su escritorio mientras que yo camino lentamente y observo el inmenso lugar. Hay un ventanal de vidrio del lado derecho, que me deja ver todos los techos y terrazas de la ciudad de Múnich. En las paredes hay cuadros abstractos y múltiples diplomas de prestigiosas universidades. En el centro de la habitación está mi esposo, mirando la pantalla de su computadora, en completo silencio. Se ve igual a la primera semana en la que murió su padre. Está reviviendo ese momento y no puedo dejar que ese hombre frío, dolido, distante y triste, regrese. No en mi luna de miel, no ahora.


Tengo que terminar con esto. No puedo evitar que se sienta triste, pero tengo el deber de hacer que esa tristeza no dure demasiado.


Me acerco a su escritorio y dudo, por una milésima de segundo, en abrazarlo o no, pero suelto un suspiro y poso mi mano en su hombro. Él me mira de reojo y me sonríe a medias, esa sonrisa es como la primera vez que nos vimos.


No lo resisto, no puedo verlo así.


Me lanzo a sus brazos y lo estrecho lo más fuerte que puedo. Cierro los ojos y hundo mi cara entre su hombro y su cuello. Me siento completamente destrozada. Puedo sentir su dolor y lo mucho que extraña a su padre. Él coloca ambos brazos alrededor de mi cuerpo y oigo el primer sollozo.


—Lo lamento, Pedro. Lo lamento —murmuro, cerrando mis ojos con todas mis fuerzas. No podré verlo así. Pedro es mi fuerza y si esa fuerza se debilita yo lo haré también. No quiero verlo en este estado.


—Lo extraño, Paula, me siento muy presionado —confiesa en un susurro, mientras que sus manos acarician mi cabello—. Eres lo único que me mantiene fuerte, cariño, eres lo único que le da sentido a mi vida.


Ahora la que suelta un sollozo soy yo. No puedo contener las lágrimas. Pedro me ha hecho llorar y ahora me siento demasiado triste.


—No quiero que llores tú también —musita, tomando mi rostro con ambas manos para que lo mire. Seca mis lágrimas y luego las suyas. Esto se convierte en todo un drama y no sé cómo retomar el control.


—No me gusta verte triste, Pedro —sollozo—. Si tú estás triste, yo también lo estoy.



Me siento en su regazo y deposito mi cabeza en su pecho. 


Siento como su respiración acelerada comienza a volverse más regular mientras que acaricio su brazo y sus hombros intentando que la situación se relaje.


—Te amo, Pedro —susurro besando la tela de su camisa—. Te amo demasiado y no me gusta verte triste.


Él acaricia mi cintura y luego besa mi cabello.


—Yo también te amo, Paula. Te prometo que no volveremos a estar tristes por esto, tú y yo seremos muy felices.


Sonrío ampliamente. Claro que seremos felices. Él no tiene idea de lo que se viene en camino, todo saldrá a la perfección.


—Todo estará bien. Sé que tu padre está muy orgulloso de ti, y yo me siento orgullosa de lo que haces y de lo que dices. Sé que ha sido difícil, pero sin ti ninguna de esas miles de personas tendrían un trabajo estable, tú eres el responsable de que ellos puedan vivir. Tú y solo tú, Pedro Alfonso.


Él me estrecha entre sus brazos y hunde su nariz en mi cuello. Aspira mi perfume y besa mis labios desesperadamente.


—Te amo, mi cielo. Te amo.


—También yo —respondo devolviéndole el beso.


Solo quiero que esté bien, quiero que se dé cuenta de todo lo que hace, quiero que comprenda que sin él, nada de esto sería posible. Antes yo tampoco lo notaba, pero ahora sé lo duro que es su trabajo y todo el esfuerzo que implica tener una empresa como esta.


Minutos después se hace el silencio en el lugar. Sigo en su regazo y sus brazos continúan envolviendo mi cuerpo. 


Aparto mi mirada de los botones de su camisa y observo su escritorio. Hay una hermosa foto de ambos en un marco plateado. Es de nuestra boda, estamos posando dentro del salón de la inmensa fiesta y sonreímos hacia la cámara. Es una de mis fotografías favoritas. Es la portada de nuestro video de bodas.


—Me encanta esa fotografía —murmura al ver que estoy viendo la foto.


—A mí también me gusta.


—En mi primer viaje de negocios, luego de nuestra boda, traje esa fotografía en la maleta. Tenía que tener un lugar en mi despacho. Siempre que necesito concentrarme esa fotografía está ahí para hacerme recordar que tú eres la razón por la que hago todo esto.



Lo miro directo a los ojos y beso sus labios. Sus palabras me hipnotizan por completo. Lo amo, lo amo más que a nada en la vida.


—Quiero que estés bien.


—Solo estoy bien si estás conmigo.


—Entonces no me iré.


—Jamás dejaría que lo hagas.


—En eso tienes razón.


Me pongo de pie y luego me siento a horcajadas en su cintura. Sé que no es el momento, pero esto cambiará las cosas. Él no podrá resistirse.


Se ríe y luego niega levemente con la cabeza. Sus ojos aún siguen húmedos, pero no veo la tristeza y el dolor, como hace algunos minutos atrás.


—¿Qué tienes en mente? —cuestiona colocando ambas manos en mi trasero.


Estoy a punto de responder, pero golpean a la puerta y, sin poder evitarlo, suelto un suspiro de frustración.


—Esto no puede estar pasando —murmuro a regañadientes. 


Pedro me besa en la mejilla y luego coloca mis piernas en su regazo. Aquí nada ha pasado.


—¡Adelante!


La puerta se abre y Karen se mueve de un lado al otro hasta el escritorio de mi esposo. Su sonrisa se borra cuando me ve en su regazo, pero la mía sigue ahí, intacta. Es mi esposo y estoy entre sus brazos ahora. Soy la reina aquí.


—Lamento interrumpir —se disculpa en alemán—. Hay cosas que debemos resolver para la fiesta de mañana en la noche. Son muy importantes.


¿Fiesta? ¿Qué fiesta?


Pedro suelta un suspiro y coloca ambas manos en su cien. 


Está cansado y frustrado, y el día recién comienza.


—¿Es muy necesario? —Cuestiona con un suspiro.


—Sí, Pedro. Lo sabes, es crucial que me ayudes a decidir muchas cosas.


¿Qué la ayude? ¿Enserio? Creo que ella se ha equivocado de roles. La que debe ayudar es ella y no al revés. Debo de dejárselo en claro.



—¿Podrías darnos tres minutos, Karen? —cuestiono con una sonrisa sínica. Ella mira a Pedro y luego se retira del despacho insultándome en su mente. Puedo oírla incluso en su silencio. Conozco a las de su tipo porque yo soy peor que ella.


Mi esposo me mira con el ceño fruncido, pero no me preocupo. Sé muy bien lo que haré.


—¿A qué fiesta se refiere? —cuestiono acariciando su barbilla.


—No tiene importancia, cielo —me dice con desinterés—. Es una estúpida fiesta para empresarios, algo que me está volviendo completamente loco.


—¿Cuántas personas habrá?


—Más de trescientas


—¿Quieres que te ayude a planificar los últimos detalles de la fiesta? —cuestiono con completa seguridad—. Puedo tomar las decisiones que sean necesarias. Es una fiesta, cariño. Creo que puedo ayudarte. Trabajas demasiado y no es justo que en nuestra luna de miel tengas tantas presiones.


Me mira con dulzura y luego sonríe a medias. Sus ojos brillan y sus labios se acercan para besar los míos.


—¿Harías eso por mí?


—Haré lo que sea necesario. Será la mejor fiesta de todas —murmuro emocionada. Él no tiene idea de todo lo que soy capaz de hacer por él.


—Ve y habla con Karen. Tú tienes el control ahora —me dice seriamente—. Eres la que da las órdenes y toma las decisiones. Tengo una reunión en unos pocos minutos así que hazme sentir orgulloso, preciosa —espeta palmeando mi trasero. No puedo evitar reírme ante su comportamiento.


Me pongo de pie, beso sus labios y luego de despedirme, salgo de su despacho y me dirijo a buscar a Karen. Ahora la que da las órdenes soy yo y sé que esto será demasiado divertido.






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