jueves, 14 de septiembre de 2017

CAPITULO 13 (SEGUNDA PARTE)





Son las cuatro treinta de la mañana. Pedro aún no ha regresado y en el silencio de la inmensa habitación, solo logro oír mi respiración agitada y frustrada. No podré dormir. 


No sin él a mi lado. Necesito solucionar esto.


Me siento en la cama y tomo mi teléfono celular. Sé que no debo llamar, pero necesito hacerlo. Necesito que me dé un consejo, algo que me ayude a resolver este desastre.


Marco su número y luego de varios segundos oigo su adormilada voz el otro lado de la línea.


—¿Paula? —pregunta algo confundido.



—Hola, papá —digo en un susurro.


— ¿Qué sucede, princesa? ¿Todo está bien?—cuestiona con desesperación.


—Tengo un problema, pero, en palabras generales, todo está bien.


—Aquí son las tres treinta de la mañana, cielo —murmura en medio de un bostezo.


—Lo sé. Créeme que no hubiese llamado si no fuese importante.


— ¿Qué ocurrió? ¿Qué hiciste ahora?


—¿Cómo sabes que hice algo? —pregunto con un ligero tono de indignación.


—Porque si no, no hubieras llamado —responde con obviedad en medio de una risita.


—Es Pedro —me apresuro a decir—. Me enamoré perdidamente de él, papá —confieso—. Lo amo, ¿Comprendes? Es la persona más importante en mi vida. Se suponía que esto no debía ocurrir.


—No estoy entendiendo, princesa.


—Tuve otra pesadilla, no puedo ocultarle esto para siempre y creo que es momento de decirle la verdad ¿no crees…?


Me coloco mi bata de seda para cubrir mi corto camisón, recorro el pasillo y bajo las escaleras con desesperación. 


Voy a hacerlo, voy a decírselo y nada me lo impedirá. Confío en él, confío en nosotros. Él es la única persona que sabrá lo que realmente me sucedió.


Lo busco en la cocina, en la sala de estar y en el comedor, pero no lo encuentro y comienzo a desesperarme. No hay muchos lugares en los que pueda estar.


Recorro uno de los pasillos de planta baja y veo una tenue luz, proveniente de una de las habitaciones. No conozco del todo la casa, pero me atrevo a abrir la puerta cuidadosamente, para poder observar en el interior. Pedro está sentado de espaldas a mí, frente a una enorme chimenea que le da completo calor a la habitación rodeada por estanterías repletas de libros de texto. No sé si es una biblioteca o un despacho como el que tiene Pedro en casa, pero el lugar me parece acogedor e íntimo.


Me acerco a él sin decir nada. Tiene un vaso entre sus manos y solo ruego que no sea whisky o algo así porque si bebió será muy difícil explicarle lo que ocurrió. Pedro fuera de control es imposible.


—Quiero estar solo, Paula —dice, sin quitar su mirada de las flameantes llamas que devoran poco a poco los trozos de leña añeja—. Vuelve a la cama.



Lo ignoro. Ahora no me importa lo que él quiere, simplemente, haré de las mías y tomaré el control de la situación. Quiero decírselo, es una necesidad que se incrementa al paso de los segundos. Sé que si lo hago todo estará bien, él me comprenderá y me ayudará a hacerlo de la manera correcta.


Me siento en el sillón individual a su lado y me acomodo. 


Miro el fuego unos segundos y, luego de un suspiro, decido abrir la boca.


—Mi madre murió cuando tenía cinco años… —Él voltea su mirada cargada de sorpresa y confusión hacia mi dirección, pero cuando intenta decir algo, coloco mi dedo sobre sus labios y lo callo—. Hablaré ahora, no quiero que me interrumpas. Si quieres saber lo que sucedió en mi infancia, te lo diré, te explicaré porque tengo esas pesadillas…


Miro el vaso que tiene entre las manos y se lo arrebato. 


Bebo un sorbo del líquido y sonrío en mi interior al notar que es agua inofensiva que no me hará daño ni a mí ni a él. 


Muevo el vaso de vidrio una y otra vez para calmar mis nervios y sigo hablando.


—Mi madre se llamaba Christina, trabajaba en la mansión Chaves y yo vivía ahí con ella…


—Paula… ¿De qué estás hablando?


Hago una seña con mi mano para que se calle. Solo quiero hablar y que no me interrumpa.


—Los señores Chaves tenían una hija. Ella era un año y unos meses mayor que yo. Era como mi hermana, se llamaba Mariana y éramos muy unidas —Al recordarla una triste y tonta sonrisa se forma en mi rostro—. Todos los sábados por la mañana jugábamos a las escondidas y yo siempre ganaba. Mi madre era una tramposa y me ayudaba a buscarlos mejores lugares para esconderme… jugábamos a las muñecas y a todo tipo de juegos que te puedas imaginar. Fue una hermosa infancia. Éramos hermanas de corazón.


Pedro se voltea para mirarme de frente. Veo lo confundido que está y quiero hacer que esto sea sencillo así que decido acabar con tanto secreto. Confío en que él comprenderá todo lo que ocurrió.


—Estoy empezando a desespérame. Dime que sucedió.


—Íbamos al mismo instituto, pero en años diferentes. Yo estaba en preescolar y ella en primaria. Marcos, es decir, mi padre, ya sabes... Pagaba mis años escolares, él de verdad era una buena persona y Carla no era tan malvada, como lo es ahora. Un día, íbamos en el coche al colegio y hubo un accidente… —No puedo contenerme, siento como las lágrimas comienzan a asomarse en mis ojos. No podré soportarlo—. Mi madre… Mariana… el chofer del coche y yo salimos ilesos, pero ellas sufrieron la peor parte —Mi voz comienza a entrecortarse, Pedro se mueve de su silla, me carga en brazos y me deposita sobre su regazo. Veo lo asustado y sorprendido que está. No se esperaba algo así y yo tampoco, pero sucedió—. Ellas murieron, Pedro. Ninguna resistió. Me quedé sola, completamente sola, sin madre, sin hermana… No sabía quién era mi padre y tampoco tenía una abuela o a alguien. Estaba sola.


—Paula…


—Carla y Marcos decidieron adoptarme. ¿Comprendes? 
Ellos no son mis padres, Pedro. Cambiaron mi nombre, me dieron todo lo que alguna vez quise, me trataron como a su hija. Querían eliminar ese dolor que sentían y me convirtieron en una persona que no era. Pasaron los años y yo los llamaba mamá y papá, todo comenzaba a tener algo de sentido, pero a medida que fui creciendo comencé a sentirme como… Ellos intentaron reemplazar a su hija conmigo, me convertí en una niña vanidosa, egocéntrica, solitaria y fría…


Mi voz se apaga por completo. Pedro me rodea con sus brazos y deja que lloriquee en su pecho sin cesar. Esto aún no ha acabado, pero me siento más tranquila. No está enojado por la verdad, si abatido y sorprendido, pero no enojado.


—Paula, cariño… —murmura, besando mi cara por todas partes mientras que sus pulgares limpian las lágrimas que se escurren de mis ojos—. Lo siento, cariño, lo siento, no puedo creerlo, esto parece una locura, lo siento —sisea una y otra vez con desesperación.


—No tengo muchos recuerdos de mi madre biológica, pero las pesadillas me recuerdan a las miles de veces que las tres jugábamos juntas. Pedro, lo siento, nunca se lo he dicho a nadie. Este es un secreto entre mis padres y yo… Y ahora tú…


—Paula… —susurra. Y, evidentemente, le faltan palabras.


Yo tampoco sabría que decir en una situación así, pero es necesario que me responda, que diga lo que piensa de todo, que me comprenda, eso es lo único que quiero. Nunca le dije esto por miedo a su reacción y siento temor al ver que no está furioso y ni enojado por mi engaño.



—No soy Paula Chaves, Pedro —Dejo que los sollozos se escapen. No puedo evitarlo. Esta es una nueva Paula, una Paula que llora y que se deja afectar por lo que siente. Ya no tengo miedo ni vergüenza, he cambiado—. Mi nombre era Anabela, pero no soy tu preciosa Paula, no lo soy —digo una y otra vez negando con la cabeza. No soy nadie en realidad. 


Nunca lo fui y eso me parte el corazón.


Pedro se pone de pie y me observa detenidamente. Hago lo mismo que él, si va a decirme algo, quiero que sea cara a cara y, que al menos, estemos a la misma altura. Estoy rota por dentro, no pensé que hablar de esto me haría tanto daño, pero una vez más me desconozco a mí misma.


—Dime qué piensas —imploro secando mis lágrimas con el dorso de mi mano.


—No sé qué decir.


Asiento con la cabeza, no hay nada más que pueda hacer. 


Tal vez, deba dejarlo solo, seguramente se enfadará por completo y luego podrá decirme todo lo que piensa, podrá cuestionarme miles de cosas y podrá tratarme como la mierda que soy.


Me volteo en dirección a la salida. Las esperanzas se esfumaron y ahora solo queda miedo en mi interior. Camino hacia la puerta, pero Pedro me toma sorpresivamente del brazo y me hace voltear hacia su dirección. Mi cuerpo se balancea hasta golpear contra su pecho. Sus ojos siguen siendo inexpresivos y sus rasgos fáciles siguen tensos, pero por la forma en la que me toma del brazo sé que no está enfadado.


Su mano acaricia mi piel y sus ojos se suavizan rápidamente. No puedo evitarlo y sollozo nuevamente. Él une sus labios a los míos, tomándome desprevenida. Su lengua busca la mía con desesperación y concedo su deseo sin pensarlo por mucho tiempo. Cierro los ojos y dejo que la negrura me transporte hacia otro lugar en donde solo somos nosotros dos, sintiendo esto que sentimos, tan inesperado, diferente y especial. No es correcto dejarlo todo atrás, este beso significa que nada ha cambiado. Ya lo he confesado y recibo un beso como respuesta.


Hundo mis manos en su pelo y abro más la boca para profundizar ese beso. Estamos devorándonos con desesperación y ansiedad mientras que sus manos acarician mi espalda y mi cabello.


Se aparta de mis labios unos milímetros, apoya su frente con la mía y sonríe ampliamente.



—Siempre serás mi preciosa Paula, no importa lo que suceda.


Me toma de los muslos y hace que rodee su cintura con mis piernas. Cruzo mis brazos detrás de su cuello y dejo que todo su cuerpo aprisione el mío contra la pared blanca de la habitación. Nos besamos nuevamente y no podemos resistir la tentación de tocarnos por todas partes. Sus labios besan mi cuello, haciéndome jadear de placer y excitación, sus manos aprietan mis muslos y mi trasero, su aliento sobre mi mejilla me vuelve completamente loca y todo él hace que pierda el control por completo.


Se deshace de mi bata y de mi camisón, rápidamente. Solo estoy en bragas delante de sus ojos y lo ayudo a desvestirse. Beso sus bíceps, poso mi dedo índice sobre su abdomen y lo recorro pausadamente, sintiendo su piel caliente y suave. Tomo su barbilla y nos miramos a los ojos por unos cuantos segundos. Me pierdo en ellos, me pierdo en Pedro y en todo lo que sentimos el uno por el otro. Nos besamos de nuevo y nos dejamos caer sobre el tapete del despacho de Barent. El fuego es lo único que nos ilumina y al mismo tiempo incrementa el calor que ambos sentimos.


—Te amo, Paula. No me importa quién eres o quien eras, solo te quiero a ti —susurra en mi oído mientras que me penetra por primera vez. Me aferro a sus hombros y enredo mis piernas alrededor de su cuerpo. Cierro los ojos y suelto un jadeo cuando repite sus embestidas de manera lenta y desesperante—. Te necesito, te necesitare siempre.


Pedro... —jadeo con la voz entrecortada. No puedo decir nada, sus movimientos me vuelven loca—. Oh, Pedro


—Nada, absolutamente nada, hará que deje de amarte como te amo, Paula Chaves.


—Te amo, de verdad te amo.—digo con la voz ronca.


Cierro los ojos y le clavo las uñas en la espalda cuando ambos llegamos juntos al orgasmo. Siento como toda su excitación se derrama en mi interior y pienso en la palabra “Bebé” nuevamente. Lo hemos hecho muchas veces sin protección. En cualquier momento, lo que él desea sucederá, solo así estaré tranquila. Quiero sorprenderlo, estoy ansiosa por hacerlo.





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