jueves, 14 de septiembre de 2017

CAPITULO 12 (SEGUNDA PARTE)






Una semana ha pasado. El crucero fue fantástico, pude despejar ciertas dudas con respecto a todo lo que me atormenta y ahora sé lo que reamente quiero. Pedro es el esposo perfecto y me encargo de decírselo en todo momento. Las cosas siguen cambiando para bien entre ambos.


Hemos visitado muchas ciudades de Italia, todo fue magnífico. Calles adoquinadas, construcciones antiguas, clases de historia que no me resultaron aburridas y muchas noches en las que le dije una y otra vez que lo amo y que siempre lo haré. Miles de compras nuevas, regalos para todos nuestros conocidos y, además de todo esto, un nuevo vuelo que nos llevará a Múnich en solo unas horas.


Me siento realmente nerviosa. Pedro nació en Alemania, visitaré su hogar, estaré compartiendo recuerdos de su infancia con él y, sobre todo, tendré que compartirlo con todos, porque aunque estemos de luna de miel, sé que se tomará uno o dos días para hacer una visita a EIC y eso realmente me molesta, no quiero ni siquiera imaginármelo, pero debo de soportarlo al menos un poco… Cuando la Paula malvada necesite intervenir, lo hará sin problema alguno. Tengo el control, siempre lo tengo…



****


Se oían risas y gritos a los lejos. Todo era perfecto, mi mente solo se concentraba el llegar al punto exacto para ganar el juego. Mariana corría de un lado al otro e intentaba alcanzarme, mamá estaba ahí y jugaba con ambas antes de empezar a preparar el almuerzo para los señores Chaves. Era solo una niñita, no sabía diferenciar a una hermana de corazón con una hermana biológica. Ella era mi hermana mayor, siempre cuidaba de mí, siempre jugábamos juntas con los miles de juguetes que mamá no podía comprarme, yo era feliz.


—¡Vamos Anabela, corre! —grita mamá.


Era nuestro juego favorito, lo mejor que sucedía los sábados por la mañana, cuando la señora Chaves no estaba en la casa para regañarnos a ambas. Solo éramos niñas, solo queríamos reír.


Jugar a las escondidas en aquella inmensa mansión era el sueño de todo niño. Incluso el mío. Solo tenía cinco años…



***


Abro los ojos y observo el techo de la habitación de la antigua casa de Barent. Mis manos están temblando, hay algo que prime mi pecho y mis ojos se llenan de lágrimas rápidamente. Me siento en el colchón de la inmensa cama cuando siento que me ahogo con mis sollozos que comienzan a oírse cada vez más fuertes.


—¿Paula? —pregunta con los ojos entrecerrados.


Lo miro fijamente y trato de responder, pero no puedo. Él reacciona de inmediato, justo como lo esperaba, como lo necesito.


—Paula, cariño, tranquila, cielo. Todo está bien.


Pedro está a mi lado abrazándome, pero apenas lo percibo, estoy demasiado abatida. Me mueve de un lado al otro para que hable, pero, simplemente, no puedo decir nada. Otra vez, una de esas pesadillas, otra vez, la culpa me invade, otra vez, me siento como la mierda de mujer que realmente soy.


Seco mis mejillas y me pongo de pie. Pedro me grita para que pueda oírlo, pero su voz se vuelve lejana, estoy sola en un momento como este. No puedo decirle nada, ni siquiera yo puedo decirme a mí misma que sucede, estoy en modo automático.


Corro al baño de la habitación y me encierro. Deslizo mi espalda por la puerta y dejo que mi cuerpo descanse sobre el frío piso de cerámica del amplio y elegante baño de la vieja casona en donde pasaremos nuestra primera noche solo porque Barent, el viejo metiche, nos molestó más de una semana para que nos quedemos.


Me pongo a llorar como una tonta. No podré superar esto.


Hace más de diecinueve años que esto sucedió, pero no puedo olvidarlo. No soy quien realmente soy o jamás fui quien creo.



Ahora me siento sola, por más que Pedro esté como un loco desesperado, golpeando la puerta, me siento sola. Son uno de esos momentos en donde el dolor y el vacío que tengo en el pecho, superan todo tipo de distracción. Solo lo siento y lloro porque sé que no lograré sacarlo del pecho tan fácilmente.


—¡Paula, abre la maldita puerta! —grita desesperado. Oigo las voces de él y de Barent al otro lado mientras que mi espalda vibra por los fuertes golpeteos.


—¡Paula, querida! ¿Estás bien?—chilla el viejo, golpeando la puerta una y otra vez.


Me siento como una completa estúpida. No soy ni fuerte ni segura, ni nada de lo que en realidad digo que soy. Es una mentira, yo soy una completa mentira y ya estoy cansada de ellas.


—¡Necesito estar sola! —exclamo con la voz entrecortada—. ¡Estaré bien!


Minutos después, ya no oigo ni voces ni pisadas, sé que me han dejado sola y me siento decepcionada. No pensé que sería así de sencillo alejar a Pedro de mí. Pensé que abriría la puerta de un golpe o algo así, pero veo que me equivoqué de nuevo. No todo es como lo imagino.


Salgo del cuarto de baño cuando ya me siento más tranquila y mi rostro no demuestra ni una secuela del llanto y las lágrimas. No pensaré más en esto, no volveré a soñar con todo el pasado de nuevo. Haré lo que sea necesario, pero esas pesadillas deben de alejarse de mí o me volveré loca.


—Creí que estabas dormido —murmuro desde el umbral de la puerta del baño.


Mi esposo está en piyama, parado frente al inmenso ventanal con vista al gran jardín trasero de la mansión campestre.


—Ya no tengo sueño —responde un modo cortante sin siquiera voltearse a verme—. Ve a la cama, Paula —ordena con el tono de voz cargado de autoridad.


No sé qué debo decir, necesito asegurarme que no está molesto por mi culpa porque me sentiré mucho más mierda que antes.


—¿Todo está bien?


Él se voltea rápidamente y da tres largos pasos que acortan la distancia entre ambos.


—¿De verdad crees que todo está bien? —me pregunta a gritos—. ¿Crees que todo entre nosotros está bien? ¿Cómo puedes hacerme una pregunta así, Paula? Has estado llorando sola en varias ocasiones y cada vez que pregunto qué sucede, huyes y evitas hablar tema. Quiero saber que mierda está sucediendo. Estoy desesperado, quiero ayudarte en lo que sea, quiero saber que sientes, pero, simplemente, no funciona. Cada vez que quiero estar ahí, tú te alejas y me dejas con miles de dudas y de preguntas que no tienen respuesta…


—Hay cosas que nadie sabe sobre mí, Pedro —siseo, soltándome de su agarre con delicadeza.


No quiero una pelea a las tres de la mañana. Estoy cansada y algo abatida, hablaremos de toda esta estúpida situación en otro momento.


—¿Qué es lo que nadie sabe sobre ti, Paula?


—No quiero hablar de eso ahora, son pesadillas, solo eso.


—Bien. Haz lo que se te dé la maldita gana. No volveré a insistirte. Ya tuviste la oportunidad de decirme que sucede.


—¡Bien! —exclamo más que molesta. No sé qué decirle, no tengo por qué explicarle todo lo que me sucede y eso es lo que me altera, él no lo entiende.


—¡Bien! —me responde volteándose antes de salir del cuarto.


Esto es un desastre. No pensé que nuestra luna de miel sería así, no deberíamos estar discutiendo por esta estupidez. Debería estar dormida entre sus brazos, sintiéndome como una princesa, y no de esta manera…


—¡Bien! —grito más fuerte que antes, con el único objetivo de tener la última palabra en toda está discusión estúpida y sin sentido. Él se marcha del cuarto y cierra la puerta provocando un gran estruendo y, lo peor de todo, dejándome sola.






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