martes, 29 de agosto de 2017
CAPITULO 15 (PRIMERA PARTE)
Llegamos a la mansión y el coche se detiene rápidamente.
Pedro desciende de él y lo rodea para abrirme la puerta.
Tomo mi bolso y luego acepto su mano. Me bajo y doy dos pasos hacia adelante. Él se mueve velozmente, tomándome por sorpresa y nuestros cuerpos chocan. Siento su erección ahí abajo y su mirada penetrante sobre la mía.
–Paula... –Murmura con un hilo de voz. –Entremos a la casa y hagámoslo de una maldita vez.
Su voz resuena desesperada y yo como la atrevida y pervertida que soy, comienzo a mojarme.
Acerco mi boca hacia sus labios, pero en vez de besarlos, los rozo lentamente y poso mi boca sobre su comisura.
–Baja las bolsas por mí. –Le ordeno con mensurada dulzura.
Asiente y luego se aleja de mí. Sonrío y camino hacia la puerta de madera tallada con más de tres metros de alto. Ingreso a la casa y todo se ve impecable. Dejo mi bolso sobre la mesa del recibidor y luego pongo en marcha mi plan. Las mucamas están en la cocina y tienen órdenes específicas de no merodear por la casa si no es necesario.
Me quito el vestido y lo arrojo al sillón. Suelto mi cabello y luego me coloco detrás de la puerta. Me siento como una niña jugando a las escondidas. Esto será muy divertido...
–Vamos, ¡Anabela! ¡Corre!–Gritan esas voces delante de mí para que me apresure.
– ¡Mamá, espérame!–Chillo desesperada, pero por más que lo intente, no puedo alcanzarla.
Mi mente es invadida descomunalmente por recuerdos en blanco y negro. Voces, risas y gritos. Son recuerdos que están enterrados en algún lugar de mis pensamientos y no deben aparecer ahora.
Muevo mi cabeza rápidamente y despejo mi cerebro de malos momentos. Enderezo la espalda y suspiro, necesito aire puro, siento que he arruinado el momento. Veo que Pedro se acerca y mi cara se transforma, ahora soy Paula, no Anabela...
Pedro ingresa en la sala con dos o tres bolsas entre sus manos. Cambio mi actitud y al momento en el que puedo verlo me abalanzo sobre su cuerpo. Él se sorprende y suelta las compras sobre el suelo. Tomo su camisa y al ver su cara de desconcierto, sonrío. Sus ojos descienden hasta mi cuerpo y sus manos se acoplan en mi cintura, ¿Qué me sucede? ¿Porque siento que lo necesito para vivir?
–En el probador, acepté tus reglas. –Musito con el tono de voz sensual que utilizo en ocasiones especiales. –Ahora tú debes aceptar las mías.
Sonríe de lado y luego me toma por el trasero. Envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas y hundo mis manos en su pelo para saborear su boca.
–Bájame. –Le ordeno inmutable. Me suelta y yo intento respirar con normalidad, ese beso me robó el aliento.
– ¿Qué debo hacer para poder hacerte mía, Paula?
Lo miro a los ojos, sonrío con maldad y luego me aparto a una distancia aceptable.
Muevo los pies y cuando me siento lista grito.
– ¡Atrápame!
Comienzo a correr hacia el pasillo y lo oigo reír a mis espaldas. Doblo hacia la esquina y sigo corriendo. Él ríe y grita que me detenga. Sigo corriendo mientras que escucho como mis tacones resuenan en el piso. Siento un dolor en mi tobillo y luego un leve tirón. No sé cómo, pero me caigo al suelo y apoyo mis manos sobre él para no hacerme más daño.
– ¡Paula!–Exclama Pedro horrorizado, mientras que corre hacia mi dirección. Se mueve rápidamente y me toma en sus brazos. Al elevar mi cuerpo siento un dolor más fuerte en mi tobillo y chillo. –Paula, por dios...
Marcha a toda velocidad y sube las escaleras a toda prisa.
No dice nada y yo me siento como una frágil niñita. Abre la puerta de nuestra habitación y me deja en la cama. Su rostro refleja suma preocupación e inquietud que me estremecen por completo.
–Paula, cielo, por dios, ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza y él me quita los tacones y los arroja a un lado de la habitación.
Corre hacia no sé dónde y luego de dos minutos regresa con un trozo de hielo entre sus manos. Toma una toalla del baño y luego lo coloca sobre mi tobillo.
– ¡Pedro!–Chillo y él desesperado intenta calmarme.
Comienza caminar de un lado al otro en la habitación y se toma la cabeza con ambas manos.
–Llamaré al hospital, necesitamos una ambulancia...
Me rio levemente. Está exagerando. Muevo mi pie y el dolor ya no es intenso. El hielo sigue sobre el colchón y moja las sabanas lentamente...
–Pedro, estoy bien. –Susurro sutilmente.
Él se acerca a mí y me toma de ambos lados del rostro.
–Paula, cariño. Dime que estás bien.
Está espantado e impaciente.
–Estoy bien, Pedro. –Musito para tranquilizarlo.
Me abraza y suspira. Besa mi coronilla y luego me abraza otra vez.
–Paula... Mi preciosa Paula...
Elevo la mirada y nuestros ojos chocan. Aún brillan por causa del susto y siento como mi pie se relaja. Ya no hay más dolor, fue un simple paso en falso. La actitud de Pedro me resulta extraña y me molesta.
– ¿Te preocupas por mi?–Cuestiono con una risita despechada. Él se sienta al mi lado sobre el colchón. Quiere comunicarme algo de alguna manera, pero percibo que no sabe cómo hacerlo.
–Siempre me preocupo por ti, Paula. –Musita con seguridad y dulzura. Sus ojos se suavizan al igual que la expresión de su rostro. Mi corazón comienza a latir desesperadamente y emana vibraciones por todo mi cuerpo. Algo sucede, aquí y aun no lo he notado. –Tú eres mi mayor preocupación. Pienso en ti todo el tiempo y me pregunto una y otra vez si tú logras notar lo que sucede, pero simplemente sé que la respuesta es no.
–No juegues a ese juego, Pedro porque no sigo tus reglas. –Respondo bruscamente. No Quiero palabras confusas y sin sentido. Necesito solucionar mi vida y aclarar dudas que merodean por mi mente pero aun así no logro hacerlo.
– ¿Lo ves Paula? Acabas de arruinar un precioso momento. –Musita disgustado. Frunzo el ceño y luego volteo mi cara hacia un lado. Coloca unos mechones de pelo detrás de mi oreja y cuando lo hace, me toma el brazo que tiene moretones y lo observa fijamente. Presto atención sus facciones, lo veo de perfil, su semblante es serio y la expresión en su rostro surca lo sombrío.
–Nunca quise hacerte daño. –Murmura con un hilo de voz.
Traga el nudo que tiene en la garganta y sus dedos recorren las manchas negras que cubren el redor de la parte superior a mi codo.
–Jamás creí que fueses capaz de dejarme algo así en la piel, Pedro. Me diste mucho miedo. –Espeto con sinceridad. Bajo la mirada hacia mis manos entrelazadas que se tocan nerviosamente unas con otras. No sé que me sucede, pero me siento frágil y vulnerable en este momento. Él toma mi mentón y hace que lo mire. La Paula segura y demandante se quita la máscara y ahora mi otro yo, el que no usa disfraces, aparece delante de sus ojos.
–No volverá a suceder, Paula. Quiero cuidar de ti, quiero que seas feliz, no voy a hacerte daño jamás.
Lo miro a los ojos, nuestra habitación se siente invadida por un clima cargado de promesas y justificaciones que me llenan los sentidos de alguna forma ilógica, le creo, no quiero creerle pero le creo y eso me confunde.
–Dime que me perdonas. –Implora con la mirada perdida en la mía. No sé que responder, por primera vez mi filosa lengua no cobra vida propia.
–Jamás vuelvas a hacerlo. –Musito querellante. Él suspira aliviado y luego sus brazos rodean mi cuerpo. Cierro los ojos y permito que esa extraña sensación me invada. Todo comienza en la boca de mi estomago, como si algo revoloteara dentro de este y luego siento que todos mis músculos se cargan de esa energía especial y sumamente desconocida. En el año que llevamos juntos, este ha sido nuestro primer abrazo real. Sin gente, sin cámaras, sin nada que pueda arruinarlo. Coloco mis manos sobre su espalda y dejo que ambos recibamos esas sensaciones. Lo oigo suspirar una vez más y siento como su mano acaricia mi cabello. Me relajo, extrañamente me siento formidable entre sus brazos. Respiro y huelo su perfume.
Muevo mi cabeza y siento la necesidad de besarlo con urgencia. Acaricio su mejilla y registro su piel rasposa a causa de su barba de tres días. Él abre su boca y luego une sus labios a los míos. Por un momento me pierdo en pensamientos y sensaciones. Todo ha dado un giro inesperado y la Paula pervertida y sexual ha desaparecido.
Solo soy yo, sin ningún tipo de matiz, sin máscaras, sin nada que decir. Un simple beso del cual me veo hechizada y atrapada.
Su cuerpo se inclina sobre el mío y siento las almohadas sobre, mi cabeza. Él se mueve con delicadeza y sigue besándome los labios de una manera muy dulce. Sus manos acarician mi mejilla y mi brazo lastimado, como si quisiese borrar el daño con besos y caricias. Sé que con cada movimiento me dice 'lo siento' y le creo.
Comienzo a desprender uno a uno los botones de su camisa blanca, sus manos recorren mi cuerpo y no se detiene ni un segundo. Estamos haciendo algo que jamás habíamos hecho, es un nuevo punto para mí, no sé como sentirme realmente y cada vez que lo pienso, me gusta. Ni siquiera han pasado veinticuatro horas de la fiesta y sucedieron todas estas cosas que logran confundirme por completo, ¿Qué sucederá cuando pase un mes? ¿Otro año?
Pedro mueve su boca sobre mi cuello y gimo. Sus manos descienden ambas tiras de mi sostén a la vez. Acaricia mi brazo magullado y luego vuelve a besarme. Mis manos acarician su cabello y lentamente comienzo a abrir las piernas para que se aproxime más a mí.
–Quiero hacerte el amor, Paula. –Murmura acariciando mi mejilla.
Oh… esto es nuevo. Me quedo perpleja. Sé lo que implica esa frase y siento aun más confusión en mi cabeza. Observo sus ojos, su mandíbula, su cara en general detalladamente.
No sé qué responder, quiero sentirlo, quiero saber, quiero disfrutar de esas sensaciones que deben ser únicas e indescriptibles, quiero que él lo haga, estoy dispuesta a esto y a mucho mas… abro la boca para responder, pero unos golpes en la puerta me interrumpen.
– ¿Pedro? –Pregunta el viejo metiche. Suspiro molesta y aparto a mi esposo de mí. La magia del momento, los sentimientos encontrados y mis deseos de ser suya de otra manera diferente, se esfuman. Ya no quiero nada.
Me pongo de pie y cuando siento un dolor mínimo en mi tobillo hago una mueca, pero no le tomo importancia. Pedro me toma del brazo con delicadeza para retenerme.
–Paula, por favor no hagas esto. –Me implora con desdén. Lo miro de reojo y luego me suelto de su agarre.
–Me daré un baño. No cenaré esta noche. –Espeto disgustada.
Él no dice nada, pero lo oigo murmurar alguna que otra grosería entre dientes. Cierro la puerta del baño y me quito la poca ropa que llevo encima, quiero un momento para mí, para aclarar todas estas dudas que rodean mi mente y quiero saber qué demonios sucedió entre nosotros en un lapso mínimo de cuarenta y ocho horas. Es todo un misterio, algo que no tiene respuesta.
Coloco música en mi celular, para relajarme por completo.
Me sumerjo en la tina de agua caliente y dejo mi mente en blanco…
Me visto con un pijama de algodón y luego me cubro con el edredón hasta el cuello. Me siento agotada y necesito descansar mi cerebro por unas s horas. Veo que en el suelo están algunas de las bolsas de compras que realizamos juntos esta tarde. Sonrío al recordar los buenos y extraños momentos que vivimos. Estiro mi brazo y apago la luz de mi mesita de noche. La ventana que dirige al balcón ilumina la habitación y deja sombras de diferentes formas producidas por los arboles del jardín.
Intento dormir, pero no puedo. Es extraño no tener la espalda de Pedro pegada a la mía. Aún es temprano, Barent y mi esposo deben de estar cenando y yo aquí… sola.
Cierro los ojos y me duermo lentamente. O al menos eso creo. Comienzo a sentir que el sueño real se aproxima, mis ojos están casi cerrados, pero los abro cuando oigo que la puerta de la habitación se separa del marco lentamente.
Escucho pasos que se detienen al otro lado de la cama.
Pero no es solo Pedro.
–Se ha dormido. –Dice Barent con obviedad. Pues claro que me dormí, ¿Qué cree que hago? ¿Pescar moscas?
–Fuimos de compras esta tarde. –Musita Pedro y sé que sonríe al decirlo. – no quería que se molestará conmigo, tío y dejé que gastara lo que quisiera.
–Es una hermosa mujer, Pedro. Es inteligente, bonita y por lo que he podido observar en estos tres días, es desafiante.
Pedro suelta una risita, ¿Qué le da tanta gracia?
–Es la mujer más complicada que he visto. –Murmura con dulzura. –Paula es todo un misterio. Jamás sabes cómo puede reaccionar, pero aún así es la razón de mi vida, es ese misterio que quiero resolver.
Sus palabras suenan tan firmes y seguras que me lo creo.
Bueno la primera parte, porque lo último es una gran mentira como nuestro matrimonio y la falsedad de sus palabras fueron más obvias que la inmensidad de mi casa.
Permanezco quieta y me siento incomoda, quiero que se larguen de mi habitación.
– ¿Ya se lo has dicho? –Pregunta Barent.
¿Decirme qué?
Abro los ojos en la oscuridad de la habitación e intento activar todos mis sentidos. ¿Qué me tiene que decir? Oh, no.
Esto no me suena nada bien.
–Aún no he tenido la ocasión. –Responde brevemente.
–Recuerda que nuestro vuelo es mañana. –Murmura.
¿Vuelo? ¿Qué vuelo? ¿Se irá? ¿Va a macharse? Si, va a marcharse.
De pronto mi corazón se estruja y mis sentidos no saben cómo reaccionar. Estoy confusa y no, no quiero que se vaya.
Lo quiero aquí, conmigo.
Oigo como ambos se despiden con un ‘buenas noches’ y luego Pedro cierra la puerta y corre hacia el baño. La ducha se abre y más tarde su figura se proyecta a través de sombras en la habitación. Huelo su gel de ducha y su colonia. Reprimo mis deseos de hacer algo indebido e intento dormir. Estoy muy molesta.
El colchón se hunde a mis espaldas y percibo como su cuerpo se apega al mío. Me siento extraña y tengo leves deseos de llorar, no sé que me sucede. Él se inclina y besa mi mejilla.
–Duerme, mi preciosa Paula. –Murmura en un leve susurro.
Me volteo en su dirección y al ver que estaba despierta, sus ojos reflejan sorpresa.
– ¿Por qué no me dijiste que te marchabas? –Pregunto de manera acusadora. Me siento sobre la cama y me cruzo de brazos con la peor cara que pueda tener.
–Estabas despierta. –Afirma con un hilo de voz. No respondo a esa idiotez. Claro que estaba despierta. No soy idiota. –
Paula… quise decírtelo hoy en la mañana, pero no me permitiste hacerlo.
–Hicimos muchas cosas hoy en la mañana, Pedro. –Murmuro y me refiero al sexo en todos los sentidos. –No me eches la maldita culpa de todo. –Él sonríe levemente y luego intenta correr un mechón de pelo de mi cara, pero no se lo permito. Su sonrisa se borra de inmediato y su mirada se vuelve fría y seria.
–Paula, no te molestes conmigo, por favor. No sabía que debía viajar y si te soy sincero, no quiero marcharme. No quiero dejarte. –Afirma.
Mi Paula interior necesita una máscara ahora mismo para ocultar mi cara de tonta sentimental, necesito fingir que esas palabras no me derritieron el corazón.
– ¿Cuándo te vas? –Pregunto. Necesito parecer desinteresada. Debo hacerlo. Me coloco mi máscara de ‘vete al demonio’ y luego vuelvo a recostar mi cabeza sobre la almohada y le doy la espalda.
–Mañana a medio día. –Me informa con dulzura. –Debo estar en una importante reunión en España el lunes por la mañana.
–Bien, asegúrate de no molestarme cuando te vayas. –Le digo duramente.
– ¿Solo eso vas a decirme? –Cuestiona como si buscara alguna otra respuesta, que no pienso dársela.
–Sí, solo eso. –Respondo.
Lo oigo suspirar con molestia y luego su peso se dispersa del colchón. Sus pasos se oyen sobre el piso seguramente frío y las puertas del armario se abren.
–Abre los ojos, Paula. Ábrelos ahora, porque cuando lo hagas será demasiado tarde y no estaré ahí.
La puerta se cierra y él se marcha. Sola… otra vez estoy sola.
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Uyyy, qué complicado está todo.
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