lunes, 23 de octubre de 2017

CAPITULO 12 (EXTRAS)





Es un nuevo día. De hecho creo que es un nuevo estúpido día especial creado por las grandes empresas para vender cosas. Es ridículo, no tiene sentido y me pone realmente nerviosa. No he querido pensar en esto hasta ahora, pero debo hacerlo.


San Valentín, no hay nada que me haga sentir más mediocre de lo que ya me siento. Solo san Valentín puede lograrlo.


Suelto un suspiro. Muevo mis piernas debajo de las sabanas y al voltearme al otro lado lo veo a él. Me detengo a contemplar como duerme y algo extraño se revuelve en mi interior. Es como si quisiera extender mi mano y posarla sobre su mejilla para que su barba me haga cosquillas como lo hice dos o tres veces.


Nos acostamos, Alfonso y yo nos acostamos hace más de un mes y aún no ha vuelto a suceder. Y no quiero que vuelva a suceder tampoco, no quiero sentir eso de nuevo, no quiero decir todo lo que dije y no quiero que él me diga lo que me dijo… No quiero que nada de eso pase otra vez. Somos solo dos personas que no tienen nada mejor que hacer con sus vidas y usan el dinero como excusa de todo. No necesito nada más, no lo necesito a él…


Muevo mi mano que estaba suspendida en el aire. Estaba a punto de acariciarlo. Estaba a punto de hacer algo estúpido. 


Sacudo mi cabeza un par de veces para despejar mis confusos pensamientos y luego aparto el edredón a un lado. 


Él no parece percibir nada, sigue con su sueño y verlo así de tranquilo y relajado me hace sonreír levemente, pero no permito admitirme a mí misma que lo hago porque me gusta verlo.


Solo estoy confundida, eso es todo.


Me dirijo hacia el baño y abro la ducha. Necesito relajarme y sobre todas las cosas necesito convencerme a mí misma que esta estúpida fecha no significa nada para mí.


Cuando salgo, lo veo en el marco de la puerta, cruzado de brazos, observándome. Me pongo tensa pero finjo que no está ahí. Me ha visto desnuda casi todas las mañanas y ya me he acostumbrado, pero francamente no estoy de humor para intercambiar cuatro palabras con él.


—¿Todo en orden? —pregunta, intentando sonar amable.


—¿Por qué no lo estaría? —respondo enrollando la toalla blanca alrededor de mi cuerpo.


—No lo sé, dímelo tú.


Suelto un suspiro. Tomo el cepillo de la mesada de mármol blanco y luego intento salir del baño, pero él se coloca en la salida y no me deja espacio. Es obvio que lo está haciendo apropósito y eso me molesta.


—Apártate —le digo observando el suelo, pero sin dejar de sonar autoritaria.


—Paula…


—Apártate —vuelvo a decir apretando el cepillo entre mis dedos—. Ahora.


Mi voz se quiebra pero me niego a elevar la mirada. Tengo los ojos llorosos y sé que voy a quebrarme en cualquier momento. No sé qué sucede, solo sé que es uno de esos estúpidos momentos en los que comienzo a ver a mi alrededor y a comprender que aunque esté rodeada de gente, sigo sola, más sola que de costumbre.


—Paula… —dice con voz dulce.


Toma mi mentón entre su mano y hace que lo mire directo a los ojos. Quiero convertir todo ese dolor en enojo, pero no lo logro. Verlo desata todas mis emociones. No soy feliz, no soy nada. 


—No, Paula…—me implora cuando ve como una estúpida lagrima se escapa de mis ojos. Veo el horror en su expresión, pero no ayuda a cambiar las cosas—. Yo…


Me zafo de su agarre y él se hace a un lado. Cierro los ojos con todas mis fuerzas mientras que camino en dirección a mi tienda individual para buscar algo que ponerme y aparentar a todo el mundo que todo está bien. El juego es divertido mientras que yo gano, pero ahora solo estoy perdiendo. Me pierdo a mí misma, de hecho, lo hice hace mucho tiempo y seguí jugando porque pensé que podría recuperarme, pero no es así. Cuando pierdes, pierdes.


Quito los molestos mechones de mis hombros y luego abro la sección de ropa interior. Mi respiración se ha vuelto irregular y hay algo gélido y pesado que se acumula dentro de mi pecho. Como un hielo, y no se quita. Solo quiero llorar, por primera vez quiero hacerlo.


Oigo como el grifo de la ducha se abre y el agua corre. Me dedico a pensar que nada sucede y me visto como todas las tétricas y aburridas mañanas. Es una rutina y puedo predecir todo lo que sucederá durante el día al menos en lo que de Pedro se trate. Mis ojos han dejado de llorar, pero ese hielo en el pecho no se va, sé que no se irá al menos hoy. Me siento como una mierda y no sé por qué.


Termino de colocarme un vestido negro y me miro al espejo. 


Es lo de siempre. Tomo las pinzas calientes y comienzo a rizar mi cabello. El tiempo se me hace eterno mientras que termino con las puntas que ahora tienen perfectas ondas. 


Cuando logro ver más allá de mí y de toda mi perfección observo a través del espejo que Alfonso está recostado contra el marco de la puerta, otra vez, y esta vestido de traje.


Finjo que no lo veo, pero todos mis sentidos se ponen en alerta cuando se acerca a mí, solo hay unos pocos centímetros que nos separan.


Siento su mano en mi cintura y suelto las pinzas rápidamente. Mis ojos encuentran los suyos en el espejo. 


Los cierro por unos segundos e intento convencerme a mí misma que no quiero esto. Él me toma por sorpresa, voltea mi cuerpo hacia su dirección y cuando hago fuerza para que se aparte, el vuelve a sorprenderme y me da un abrazo. 


Ahogo un grito y siento que el aire comienza a hacerme falta. 


Sus brazos me rodean de una forma protectora y a pesar de mi rigidez él sigue ahí, intentando derribar mis muros, intentando romper todo tipo de máscara y todo tipo de escudo, pero no puedo permitirlo. Mi cuerpo quiere rendirse, necesito un abrazo, necesito sus brazos, pero no me dejo a mí misma admitirlo. Siento mis ojos repletos de lágrimas de nuevo y lo único que logro hacer es ocultar mi cara en su pecho. Inspiro y siento su colonia, luego sollozo y percibo como su agarre se vuelve más intenso. Es un abrazo perfecto, pero no durara mucho. Nunca dejaré que esto vaya a más. Tengo que detenerlo.


—Suéltame —le digo de manera cortante y me muevo—. Suéltame, ahora. —ordeno con el tono de voz seco. Él lo hace lentamente y observa mi expresión. Elevo la mirada y me trago el llanto reprimido. No dejaré que me vea así de rendida, nunca.


—Lo necesitas y yo también… —me dice intentando no rendirse—. Sé que quieres esto, yo lo quiero. Tu y yo…


—¡Tú y yo nada! —grito de repente, sorprendiendo a ambos—. ¡No hay un tu y yo, Alfonso! ¡Entiéndelo!


—¡Entiéndeme tu a mí! —me grita saliéndose de control, pero no me intimida ni un poco.


—¡No, tú entiéndeme! —replico—. ¡No somos lo que tú crees! ¡Jamás lo seremos! ¡Nunca!


—No digas estupideces —murmura con la mandíbula apretada al igual que sus puños.


—¿Qué no diga qué? —pregunto con una risita burlona. Es momento de destrozarlo o él me destrozará a mi luego—. ¿Qué no diga la verdad sobre todo esto? ¿Crees que no lo he notado? ¿Crees que soy estúpida?


—Basta.


—No te has comportado de la misma manera desde que nos acostamos.


—No fue solo algo del momento, Paula, y lo sabes —dice pareciendo más molesto.


Me rio de nuevo. Daño, solo debo de hacerle daño antes de que consiga romper mi último muro, antes de que irrumpa en mi por completo. Mis máscaras son frágiles, pero no van a caerse con facilidad.


—¿Crees que de verdad sucedió lo que tú crees? ¿Crees que de verdad hicimos el amor como una pareja normal? ¿Crees que las cosas funcionan? ¡Pues no! ¡No funcionan! 
—Me acerco más a su rostro y lo miro directo a los ojos. Me gusta verlo perdido—. Tú quieres hacerme creer que yo te necesito, pero soy independiente de ti y de tus estúpidos sentimientos, Alfonso. Yo no te necesito en el sentido que crees. Esto es solo por dinero.


—Hubo mucho más que sexo aquella mañana —asegura volviendo a calmarse. Estoy desesperada porque no sé cómo hacerlo pedazos. Quiero que él sufra y no yo. Jamás admitiré que algo sucede. Nunca. Porque solo estoy confundida.


—¡Fue solo sexo! —grito perdiendo los estribos—. ¡Solo me acosté contigo porque sentí lástima por ti! ¿Oíste? ¡Lástima! —chillo viendo como su rostro se descompone. Sus facciones no son las mismas de antes y hay sorpresa en sus ojos—. Estabas llorando como un idiota por la muerte de tu padre, y yo quería sexo ¡Eso fue todo! —grito de nuevo.


Si quería hacerle daño, lo hice por completo, pero no me siento como esperaba.


—No lo dices de verdad —asegura con la voz entrecortada—. Gemías, jadeabas, lo disfrutaste tanto como yo, ¡y no quieres admitirlo!


—¡Claro que gemí, claro que jadeé! ¡Estábamos teniendo sexo! —exclamo con obviedad—.¿Qué esperabas? Eso hacen las personas cuando tienen sexo. Solo fue sexo. —aseguro intentando convencerme a mí misma—. ¡Puede haber jadeado y gemido con cualquier otro hombre, pero en ese momento solo estabas tú!


—No sabes lo que dices. Tú no piensas eso realmente —asegura tomando de mi muñera para que no me mueva.


—Se perfectamente lo que pienso, Alfonso. Te utilicé, te utilicé esa mañana como quería, me liberé de mis tensiones y te hice un favor. Eso es todo. Nunca seré lo que tú quieres. Si el sexo y el amor estaban en el acuerdo yo jamás habría firmado. Nunca.


Sus ojos se ven más furiosos que antes, su agarre se vuelve más fuerte y trato de no parecer débil, pero comienza a hacerme daño. 


Esto no es suficiente.


—¿Así es como quieres jugar? —pregunta bruscamente—. ¿Esta es la mierda de vida que quieres para ambos?


—Suéltame —le digo con autoridad.


Para mi sorpresa él lo hace. Se voltea de espaldas a mí y coloca ambas manos sobre su cara. Intento reprimir todo lo que siento. No quería esto, no quería nada de todo esto, pero soy una maldita y no puedo evitarlo.


—Es increíble que pierda mí tiempo contigo —me dice mirándome con desprecio—. No vales la pena.


Luego, sale de la habitación y me deja ahí parada con miles de preguntas en la cabeza. No sé si lo dijo para lastimarme o si lo dijo de verdad, de todas formas siento que ese hielo sigue presionándome el pecho y ya no puedo soportarlo. 


Suelto un sollozo involuntario y el hielo parece lavarse dentro de mi pecho, como si quisiese salir hacia afuera. Está rompiéndome por dentro y destrozándome por fuera también. Me abrazo a mí misma y por primera vez dejo que esas lágrimas se escapen. Él se ha ido porque oí ese portazo en la habitación y también en la entrada de la mansión. Quería estar sola y ahora lo estoy. Podía haberme quedado entre sus brazos, pero no podía hacerlo. Todo es tan malditamente confuso…


Camino hacia la habitación, no sé qué hacer, quiero una almohada a la cual abrazar y golpear.


No lo necesito, claro que no.


Elevo la mirada hacia la cama desarreglada y siento como me rompo aún más. Hay un perfecto y hermoso ramo de rosas rojas sobre ella junto con una caja de terciopelo negro. 


Me cubro la boca y siento como la culpa me invade, me destroza, me desestabiliza. Él solo quería ser amable, solo quería consolarme y yo me comporté como una perra. Soy una perra. Lo rechacé, lo humillé… y él solo se limitó a irse.


Me acerco a la cama y me limpio las lágrimas. Veo mis manos y están machadas de negro por el maquillaje de ojos. 


Tomo el ramo entre manos y leo la tarjeta que me destroza mucho más. No tengo corazón, pero me siento como si lo tuviera completamente hecho añicos en mi interior, en algún lugar de mí.




Feliz San Valentín, Paula.
No tengo muchas palabras en este momento,
pero creo que tú puedes saber lo que quiero decir.
Pedro



Suelto otro sollozo, abro la caja de terciopelo y veo un hermoso collar de diamantes blancos. Me quedo sin palabras y llena de culpa.


Esto está mal, esto no debería estar pasando.


—Eres perfecta, Paula, eres perfecta —me digo a mi misma—. No te merece, nadie te merece. Eres perfecta… —murmuro una y otra vez intentado acallar esas voces en mi cabeza. Me siento en el piso y abrazo mis piernas mientras que intento calmarme—. Eres perfecta, lo haces todos bien, no lo necesitas…













CAPITULO 11 (EXTRAS)





No puedo verlo de esa manera. Hace más de una semana que está así y eso realmente me incomoda. Sé que es doloroso, sé que fue sorpresivo, pero no puede pasar el resto de su vida lamentándose. Han pasado casi ocho días desde la muerte de su padre. La noticia también me impactó, lo admito, fue de un segundo al otro, pero... Los últimos seis meses de este matrimonio arreglado no fueron los mejores y, ahora que el señor Alfonso murió, sé que todo será peor. No puedo verlo así. Su actitud segura, irritante y confiada se ha desvanecido. Ya no es el mismo. Ni siquiera me dirige la palabra, tampoco me mira. Me siento completamente invisible y más sola que nunca.


Jamás hemos hablado mucho, pero ahora el silencio me está matando. Necesito hacer algo para que se sienta mejor. 


Sé que él también lo haría si yo estuviera en su situación.


Camino de un lado al otro en la biblioteca, intentando buscar una solución a este problema. Tengo que hacer algo que sea desinteresado, sincero y honesto. De verdad quiero que se sienta mejor. Eso me beneficiará después.


Suelto un suspiro y dejo que toda la frustración salga de mí.


Corro a la cocina y ordeno a una de mucamas que me prepare un té. Ella lo hace sin chistar mientras que espero impaciente. Lo tomo entre mis manos y lo coloco en una bandeja de desayuno junto con un pedazo de pastel. Me dijo que le encanta y tengo esperanzas que eso levante su ánimo, al menos un poco.


Subo las escaleras con cuidado y abro la puerta de nuestra habitación. Cruzo el umbral y luego la cierro con el pie. Me detengo en seco y lo observo a la distancia. Está viendo la televisión con la espalda pegada a la cabecera de la cama y su mirada está llena de tristeza.


Pedro —murmuro para llamar su atención. Se voltea rápidamente y al verme una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios.


—¿Que necesitas, Paula? —me pregunta, intentando sonar amable y dulce.


—Te traje té y pastel —respondo. Camino hacia la cama, dejo la bandeja sobre el colchón y me siento a su lado.


—No tengo hambre, pero gracias por el detalle.


Bien, no funcionará. Suspiro y me pongo de pie. Me rindo. 


No hay solución a esto.


—Dejaré la bandeja por si te arrepientes —siseo con frialdad. Salgo del cuarto y regreso a la biblioteca. Estoy molesta, esto no tenía que suceder. Quiero que se sienta mejor. Verlo triste me hace sentir completamente miserable.


Mi celular suena e interrumpe mi incesante caminata de un lado al otro.


—Hola —digo rápidamente.


—Buenos días, princesa —responde mi padre. Sonrío ampliamente y me siento en el sillón.


—Hola, papá.


—¿Cómo va todo?


No sé qué decirle, tal vez, si hablo con la verdad, él sabrá ayudarme.


Pedro sigue de la misma manera. No ha comido nada en días y solo está en nuestro cuarto, estoy empezando a preocuparme.


—Fue una muerte inesperada, una gran pérdida, hija. Su padre era un buen hombre, él aún está dolido. Y lo estará por mucho tiempo —asegura derribando mis pocas y casi inexistentes esperanzas.


Bien, papá. Dime algo que yo no sepa.


—Lo sé, pero he intentado hacer algo lindo para que se sienta mejor y no ha funcionado.


—¿Qué has hecho?


—Le llevé té y pastel.


Se ríe levemente al otro lado de la línea, como si fuese gracioso. ¿Por qué se ríe?


—Princesa... Debes abrazarlo, debes darle afecto, hazlo sentir mejor demostrándole que de verdad estás abatida por lo que le sucedió. Es tu esposo, puedes hacerlo.


—¿Estás seguro de lo que dices? —pregunto con el ceño fruncido.


—Ya no eres una niña, Paula. Sabes a lo que me refiero.


Bien, le haré caso a mi padre. No lo he intentado aún, pero espero que funcione. No soy muy cariñosa con nadie, jamás abracé a alguien por voluntad propia y nunca dejé que nadie me abrazara sin mi consentimiento. Siempre fue fingir. Llevo toda una vida fingiendo ser algo que no soy.


Entro a la habitación nuevamente y observo la bandeja que dejé hace minutos. Está de la misma forma y el té probablemente esté frío. Pedro ni siquiera se movió. ¿Cómo lo hago? ¿Qué le digo? ¿Y si me rechaza? Si lo hace me sentiré completamente patética y humillada. Solo espero que funcione.


—¿Cómo te encuentras? —cuestiono en un leve murmuro mientras que me siento a su lado en la cama.


—Estoy bien, Paula, no te preocupes —me responde en un tono de voz distante, como si me hablara desde otro planeta. 


No sé si debo hacerlo. Lo veo triste y mortificado, me duele verlo de esa manera. Me muevo nerviosa y lo rodeo con mis brazos rápidamente en un abrazo. Su cuerpo se tensa y parece sorprendido. Cierro los ojos y oculto mi cara en su pecho. Imploro en mi mente que no me rechace y, para mí suerte, no lo hace. Su cuerpo se relaja y percibo como sus brazos también me rodean fuertemente. Esconde su rostro en mi cuello y huele mi perfume desesperadamente. Sus manos acarician mi cabello y las mías su espalda. Quiero que se sienta mejor.


—Lo lamento, Pedro. De verdad.


Me estrecha con más fuerza sobre su cuerpo y acaricia mi cabello suavemente.


—Gracias, Paula, gracias de verdad. No tienes idea de lo bien que me haces, cariño.


Permanezco así como estoy por varios minutos. Escuchar el latido de su corazón me relaja, sentir sus caricias sobre mi espalda hace que sonría en mi interior y su aroma me vuelve completamente loca. Nada tiene sentido. Hay algo en mi pecho, algo fuerte que no sé qué es. Compasión no es la palabra, es mucho más fuerte y me asusta.


Me separo de él y ambos nos miramos a los ojos. Parece estar emocionado o con deseos de llorar. Mi mano se mueve sobre su mejilla y antes de que pueda detenerme tengo mis labios sobre los suyos. Nos besamos lentamente, como si quisiéramos que el beso sea eterno. Siento su lengua acariciando la mía con delicadeza, sus manos toman ambos lados de mi cara y sonríe. Me dejo llevar por emociones y sentimientos que desconozco por completo. Su pecho choca con el mío y lentamente me voy echando hacia atrás.


Pedro ubica sus manos sobre mis brazos y luego se coloca a horcajadas sobre mí sin hacerme daño. Me aferro a su cuello y alboroto su pelo con mis manos en un profundo y sensual beso que me arrebata el aliento y todas las emociones.


Muevo mis manos desesperadamente hacia los botones de su camisa blanca. Se los desabrocho uno a uno, mientras que su boca recorre mi cuello y mi clavícula desesperadamente. Ambos estamos perdiendo el control que tuvimos durante seis meses de dormir juntos. Siempre supe que esto sucedería, pero jamás me imaginé nada así, esta situación es inesperada y al mismo tiempo imponente. 


Quería que sucediera alguna vez y ahora está pasando.


Quito su camisa y la arrojo a algún lado de la habitación. 


Acaricio su pecho y observo su tórax detenidamente. Me encanta, siempre me gustó su cuerpo, pero es una de las pocas veces que soy capaz de admitirlo. Acaricio sus hombros, los músculos marcados de su espalda y sus bíceps mientras que nos devoramos el uno al otro. Es como si lo necesitara justo en este momento, como si él me diera el oxígeno que necesito para respirar. En los seis meses que llevamos de casados, jamás nos hemos besado de esta manera.


Siento como los movimientos de su cuerpo y el acercamiento de ambos elevan mi vestido dejando a la vista la mitad de mis muslos. Pedro se detiene y me mira fijamente con la respiración acelerada al igual que los latidos de su corazón.


—¿Estás segura que quieres hacer esto? —cuestiona buscando algún gesto que exprese lo que siento. Claro que lo quiero, siempre lo he querido, pero soy demasiado orgullosa para admitir que lo necesito de vez en cuando.


—Estamos casados, Pedro. Podemos hacer esto —afirmo en un leve susurro—, pero si no quieres, lo entenderé.


No me responde, pero comienza a bajar el cierre de mi vestido con desesperación. Acaricia mi columna vertebral con su dedo índice, besa mi cuello, mi hombro derecho y me deja solo en ropa interior. Me mira detenidamente por unos segundos. Analiza cada parte de mi cuerpo, como si estuviese buscando algo.


—Eres perfecta, Paula —susurra acercando su boca a la mía.


Sonrío ampliamente y me desespero. Cambio de posición y ahora yo estoy encima de él. Me rio levemente y desabrocho su cinturón. Se lo quito y lo lanzo a otra parte de la habitación. Estoy completamente perdida, no sé qué sucederá mañana y tampoco me importa, solo vivo el momento. No he tenido sexo en varios meses y en mi interior sé que estoy desesperada.


Beso sus labios una vez más, como si los necesitara todo el tiempo. Acaricio su pecho y exploro cada centímetro de su piel con mi lengua. Me encanta hacerlo, es magnífico. Siento su erección ahí abajo y sé que está listo para lo que haremos. ¿Es lo correcto? ¿Se arrepentirá de hacerlo? ¿Lo haré yo? No lo sé, pero ahora no pondré en duda mis emociones.


Él toma los breteles de mi sostén color negro y los desliza por mis hombros con delicadeza. Cierro los ojos y dejo que me acaricie lentamente, mientras que su mirada se clava en cada parte de mi cuerpo. Sus dedos juguetean con la parte trasera de la prenda hasta que se desprende por completo. 


Ahora estoy casi desnuda delante de sus ojos, que me miran con excitación y deseo, ese deseo que yo también estoy sintiendo.


Me toma por sorpresa y posa su boca sobre uno de mis pechos. Tomo su cabeza entre mis manos y lo guio hacia donde quiero. Lo hace de maravilla, inclino mi cabeza hacia atrás y abro levemente la boca. Me muevo sobre su erección y oigo un gruñido que hace que nos movamos rápidamente. 


Se coloca encima de mí y se quita los pantalones a velocidad apresurada. Abre mis piernas y comienza a acariciar el interior de mis muslos delicadamente, se desliza hacia mis pies y luego recorre la longitud de ellas hasta posarme en mi feminidad. Lo observo algo sorprendida, pero sonrío de todas formas. Estoy excitada, quiero que lo haga.


—Hazlo —le ordeno dulcemente.


Sonríe y me quita con delicadeza la bombacha y la arroja junto con la camisa blanca que descansa en algún lugar del suelo de la habitación. Su lengua dibuja una perfecta línea que comienza en mi ombligo y termina en mí…


Oh, mi Dios.


Suelto un gemido y me muevo inconscientemente. Él sonríe y posa su boca por completo en mí. Enloquezco mucho más.


Me retuerzo un poco y cierro los ojos, estiro alguno de los mechones de su cabello y dejo que su boca haga magia en mí.


Pedro… —murmuro.


Él se pone en posición, abro más las piernas y siento como se desliza hasta el fondo, abriendo las paredes de mi feminidad sin problema alguno, como si estuviese hecho para mí. Aprieto sus hombros y me habitúo a esa sensación. 


Su miembro hace presión sobre mi vientre y mi respiración comienza a ser irregular. En leves movimientos jadeo por lo bajo y cuando comienza a moverse un poco más rápido gimo y hecho mi cabeza hacia atrás. Me toma de la cintura y acerca su cara a la mía. Apega nuestras frentes y acaricia mi mejilla con su nariz.


—Ahora eres, mía, Paula —musita besando mi cuello. Si, lo que sea, estoy tan hechizada que nada me importa. Digo que sí con la cabeza al mismo tiempo que sale y se vuelve a introducir en mi interior—. Completamente mía… —susurra. 


Nuestros cuerpos se mueven juntos y me siento completamente hipnotizada. Haré lo que sea, solo quiero esto, por primera vez siento que estamos en el mismo lugar.


Su manera de hacerlo es delicada, sin prisa, disfruta de cada una de las sensaciones. Jamás he hecho algo así de tranquilo y apasionado. Es inevitable que no lo sienta, su corazón late fuerte, sus labios están cargados de deseo y de pasión. Me encantan sus labios, jamás los había besado de
la manera que lo hago ahora. Su cuerpo nunca se sintió tan bien al lado del mío. Incluso cuando dormimos espalda con espalda, jamás sentí esto, ahora todo es diferente y me siento distinta. Algo cambió en mi interior rápidamente y sé que si esto sigue, lo que vendrá después será completamente inevitable. Lo mío siempre fue sexo, pero esta vez es diferente, es mi primera vez con mi esposo…




domingo, 22 de octubre de 2017

CAPITULO 10 (EXTRAS)





Algo interrumpe mi sueño y hace que despierte lentamente. 


No quiero abrir los ojos, pero ese maldito sonido no se detiene. Siento como todo mi cuerpo se llena de furia. No sé qué sucede, pero solo quiero que se detenga. Estaba soñando algo y no puedo recordar que era.


—¡Apaga esa mierda, Pedro! —grito volteando mi cabeza al otro lado, pero ese ruido sigue ahí, sobre la mesita de noche.


Me volteo en su dirección y abro los ojos, finalmente rendida. 


Estoy furiosa con él y con ese estúpido teléfono.


Golpeo su brazo, él frunce el ceño y abre sus ojos.


Me mira por un instante y el teléfono se calla.


—¿Qué sucede? ¿Estás bien? —pregunta con confusión y el tono de voz apenas audible.


Su teléfono comienza a sonar una vez más, y ya no necesito decir nada, pero debo hacerlo de todas formas.


—Apaga esa mierda de teléfono por las noches —espeto secamente, y le doy la espalda.


Él contesta rápidamente, pero no oigo sus palabras, solo escucho el silencio que hay en la habitación. No sé qué sucede, pero un escalofrío recorre mi cuerpo y hace que me voltee a verlo una vez más.


Está ahí, parado frente a mí, blanco como el papel y sus ojos brillan incesantemente. La expresión de su rostro no tiene palabras para que pueda describirla y en ese momento, sé que algo malo sucede.


—¿Qué?


No hay nada, ni una sola palabra.


Aparto el estúpido edredón y me pongo de pie, mientras que él sigue sosteniendo su teléfono. Su mirada está perdida en algún lugar.


—¿Qué sucede? —vuelvo a decir, pero él no habla.


Segundos después, estoy sola en la habitación y completamente asustada. Tomo el celular de Pedro de la mesita de noche y observo su ultima llamada, mientras que él se mueve de un lado al otro en nuestra tienda individual.


Emma, Emma acaba de llamarlo.


Pongo los ojos en blanco porque estoy completamente segura que la niñita irritante está haciendo berrinches estúpidos por un poco de fiebre. Seguramente reclama a MI esposo como ya lo hizo dos veces a media noche.


—¿Emma? —pregunto cuando por fin contesta.


Oigo sollozos y murmullos al otro lado, pero no entiendo nada.


—Paula… —lloriquea y me hace poner los ojos en blanco de nuevo.


—¿Qué sucede?


—Es… es papá, está muy mal.


Abro mis ojos de par en par, pero luego frunzo el ceño. Bien, no es la niñita irritante, es Alejandro, eso es extraño, pero los Alfonso son generalmente exagerados, así que no me preocupo demasiado.


—Debo colgar —le digo rápidamente, y termino la llamada.


No me importa saber más. Sé que tengo que fingir que soy una buena esposa. No tengo otra opción aunque los Alfonso me importen muy poco.


Cuando entro a mi tienda individual, Pedro ya está completamente vestido. Tiene una camiseta gris y unos pantalones deportivos.


—Iré contigo —digo en un murmuro.


Sé que en un momento como este debo fingir que estoy preocupada y por eso decido sacar una de mis máscaras del baúl, una máscara y un vestuario completo. Se supone que estoy asustada y desesperada, así que tomo unos jeans claros y una camiseta de algodón. Algo en mis pies y acomodos mi cabello con mi mano.


Pedro sigue blanco cuando nos subimos a su coche, y sé que esto será un completo desastre. Me coloco el cinturón de seguridad y él acelera en menos de un par de segundos. 


Me agarro fuerte del asiento al ver como nos movemos por la autopista y más de una vez le pido que baje la velocidad, pero él no se detiene. Creo que ni siquiera está oyéndome. 


Se fue a su propio mundo, con sus pensamientos y sus miedos.


Quiero decir algo, pero francamente nada se me ocurre. No tengo la culpa de lo que sucede. Seguramente exageran de nuevo. El viejo no debe tener nada.


—Calmate un poco —le digo cuando camina a paso apresurado por los pasillos.


El sigue sin abrir su boca, miro en todas las direcciones y veo como los enfermeros y enfermeras se mueven de un lado al otro sin preocuparse por nosotros dos, que deambulamos por el hospital sin un destino en concreto.


—¿Dónde están? ¿Te lo han dicho?


Jamás hago tantas preguntas, pero estoy desesperada por salir de aquí lo más rápido posible. No tenía que haber venido, no tenia que acompañarlo. Es su familia, no me interesa.


—¡Pedro! —grita Stefan cuando cruzamos uno de los pasillos, los dos nos detenemos unos unos segundos para comprobar que son ellos y luego nos aceramos. La sensación escalofriante que tengo en mi estomago no se quita con nada, es algo que parece que se apodera de mi cuerpo y hace que mi pecho se congele. Ya sentí eso una vez, ya sé lo que sucederá y simplemente no quiero creerlo.


—¿Que le ocurrió? —pregunta Pedro mientras que Emma y Tania se lanzan a sus brazos con los ojos cargados de lagrimas.


No debería de haber venido, esa es la cruel verdad. No tengo nada que hacer aquí.


Me quedo a unos aceptables tres metros, mientras que escucho como, entre llantos y balbuceos, le explican a Pedro que Alejandro comenzó a sentirse mal a media noche.


Observo a mi alrededor y veo a Daphne, sentada en un rincón. Su rostro está completamente mojado por causa de las lagrimas y el pañuelo que tiene entre manos tiembla al igual que ella.


Es una situación desgarradora.


Ya llevamos veinte minutos en este lugar, Pedro aún no ha dicho ni una sola palabra, está ahí, parado a un costado de su madre y mira la nada.


Solo quiero regresar a casa y dormir. Es de madrugada y sinceramente no soporto tanto llanto y tanta tensión.


Suelto un suspiro y me acerco a él. Esto será lo más patético que haré en toda mi vida, pero tengo una máscara, estoy fingiendo justo ahora y todos deben creer que estoy preocupada y que quiero verlo bien.


Pedro... —lo llamo. Él se voltea en mi dirección y me mira fijamente.


Espero a que me diga algo, pero solo se limita a mirarme y eso francamente me molesta.


—Iré a buscar café, ¿quieres uno?


Él asiente levemente con la cabeza y me regala una media sonrisa, es solo una misera sonrisa, pero logra calmarme, al menos un poco.


Camino por el pasillo y Stefan decide hacerme compañía. 


Bajamos dos pisos hasta la maquina que vi al pasar y llenamos cuatro vasos con café. Él tampoco dice nada, pero no se ve tan abatido como todos los demás.


—¿No te sientes fuera de lugar? —le pregunto para romper el silencio incomodo.


—¿Cómo si no perteneciera a la familia? —me responde frunciendo el ceño. Solo asiento levemente y oprimo como puedo el botón del ascensor—. No lo sé, es complicado. Es un momento extraño y muy intimo...


Stefan no puede terminar de hablar, antes de doblar por el pasillo oímos un grito desgarrados y llantos. Él y yo nos congelamos por unos segundos, pero sabemos que tenemos que seguir caminando.


Apresuro el paso y hago una mueca de dolor cuando las gotitas de café queman mi piel, pero cuando llego hasta ellos, pierdo las fuerzas y mis ojos se abren por causa de la sorpresa.


Todo sucede en cámara lenta, no logro moverme de mi lugar y lo único que noto es como Stefan suelta las vasos con café y corre en dirección a Emma que grita y llora. El doctor sigue ahí, sin saber que hacer, mientras que Daphne golpea su pecho y jalonea la tela de su bata blanca. Tania cubre su boca sin poder creerlo y se sienta en el piso. Y Pedro... 


Pedro está ahí, con la mirada perdida, pero sus ojos están cargados de lagrimas.


Alejandro está muerto.


Oh ,por Dios, Alejandro está muerto. No puedo creerlo.


Me paralizo, no sé como reaccionar. Estoy en shock, jamás habría imaginado una cosa así ni en la peor de las pesadillas.


Busco la mirada de Pedro y por fin logro encontrarla. Él está destrozado y abraza a su madre, mientras que ambos lloran desconsoladamente. Todos tiene a quien abrazar, pero yo me siento más fuera de lugar que nunca. No debería estar aquí, no merezco estarlo en realidad. Mi máscara acaba de romperse y no quiero ser más la esposa perfecta, sé que debo ir a abrazarlo y darle consuelo, pero me niego a hacerlo.