Tomo mi bolso, camino por la habitación, le doy un fuerte y prolongado beso a mi niña y luego acarició su frente.
—¿A dónde vas? —pregunta él acercándose.
—No te importa —respondo secamente y salgo de la habitación.
Busco a mi pequeño, me despido de él con un beso y un brazo y le digo que regresaré pronto. Son las tres de la tarde, tengo la cabeza llena de nubes negras y necesito despejarme un poco. No quiero dejar a Kya en casa, pero al parecer todo lo que hago está mal.
Nunca podré conformar a nadie y no pienso seguir haciéndolo. Soy buena madre, sé que lo seré mucho más y debe de importarme una mierda lo que todos piensen.
Detengo el coche en el inmenso estacionamiento. Desde que Pedro realizó todos los papeles para hacer esto no he venido. Quería tomarme mi tiempo, quería estar lista. Ni siquiera pude verlo en ese momento. Este fue uno de los mejores regalos de cumpleaños de todos, sin mencionar el coche nuevo o el collar de diamantes representando a nuestros dos pequeños. Todo siempre ha sido lujos y excentricidades que no son necesarias. No importa cuánto trate de mejorar, para los demás nunca nada será suficiente.
Cruzo todo el amplio lugar y luego agacho la mirada cuando veo al guardia en la puerta. Todo está rodeado por inmensos muros blancos y arboles excesivamente verdes. Llego a la sección principal, digo mi nombre y luego el pequeño lote que visitaré. Salgo de esa ventanilla y me acerco a la florería que tiene todo tipo de arreglos. Recorro la tienda por unos minutos y me decido por las rosas de color naranja. Son extrañas y por alguna razón me hacer recordarla. Pago todo y camino por el sendero de cemento hasta encontrar mi lugar. Solo veo verde por todas partes y a medida que camino por el césped voy esquivando las placas de metal con diversos nombres y fotografías.
Encuentro la de mi madre y me siento en el césped verde y húmedo sin preocuparme por si ensucio mis jeans. Abrazo mis piernas y descanso mi cabeza en mis rodillas. Los ojos se me llenan de lágrimas y los cierro de inmediato para que esas lágrimas se deslicen.
Necesito una madre, necesito a alguien que esté conmigo en los buenos momentos y en los malos, necesito ese apoyo incondicional, necesito de sus regaño, de sus concejos, necesito abrazos, necesito sentirme segura ahora que estoy hecha un desastre.
No soy perfecta, nunca lo fui, pero mi cerebro me convencerá de lo contrario y la misma cadena se repetirá una y otra vez. Necesito una madre para que pueda guiarme, para que simplemente sea mi madre..., pero mi madre, esa madre amorosa, dulce y comprensiva que recuerdo de mi niñez nunca volverá a estar conmigo. Nunca tendré sus abrazos, sus besos o sus deliciosos platillos caseros. Ya no podrá peinar mi cabello para ir a la escuela y tampoco me ayudará a esconderme para que Mariana no me encuentre... Ya no soy Ana, y al dejar de serlo también he dejado a mi madre...
—Mamá, lo siento... —sollozo y cubro mi boca para contener el llanto, pero es en vano—. Lo lamento mucho... He dejado de ser tu Ana... —Mis ojos están inundados de lágrimas al igual que mis mejillas, sollozo y luego acarició la placa de metal con una fotografía suya. Una de las pocas fotografías que tengo de ella. Solo puedo recordar esa navidad en la que tomaron la foto. Los dueños de la casa daban una inmensa fiesta y mamá se tomó un minuto a escondidas y le suplico al fotógrafo que nos tomara la foto...
—Soy una pésima hija... Siempre lo he sido. Nunca podré hacer nada bien, nunca seré lo que quiero ser. Yo solo... —balbuceo y cierro los ojos con todas mis fuerzas. Quiero golpearme por llorar de esta manera, pero no puedo hacerlo.
El llanto va a liberarme momentáneamente de este vacío en el pecho, pero será solo eso, será por un momento. Nunca podré apagar todo este dolor. Ahora soy madre, tengo dos pequeños y mi único miedo es no ser buena, tengo miedo de no darles el amor que necesitan, tengo miedo de que ellos no me quieran... Tengo miedo a muchas cosas, pero, sobre todas las cosas, tengo miedo a fallar. Mis hijos son mi todo, lo he entendido hace poco tiempo y aún me cuesta creerlo, quiero lo mejor para ellos, pero para eso tengo que sacar lo mejor de mí misma...
“Para amar a tus hijos debes de amarte primero a ti misma”
No puedo amarme a mí misma, no luego de todo lo que hice, no luego de todos esos errores. No soy perfecta, nunca lo fui, pero antes, al menos podía engañarme a mí misma, ahora... Ahora Pedro me ha quitado la venda de los ojos y en vez de ver el camino correcto solo observo oscuridad. No podré hacerlo sola...
****
Son las seis de la tarde. Sorbo mi nariz y cierro la puerta de la entrada principal. Acabo de llegar a casa. Estoy mojada y sucia, no me importó quedarme con mi madre cuando comenzó a llover, no me importaron las advertencias del guardia de seguridad. Solo quería quedarme ahí con ella.
Estoy molesta, dolida y decepcionada de Pedro... Lo odio por momentos y lo entiendo por otros. Lo que sucedió me abrió los ojos, pero también me hizo sentir humillada, dolida, despreciada. No tuvo piedad en desnudarme y obligarme a qué me mire en el espejo. Todo es complicado, todo lo he hecho mal en los últimos años, y sé que Pedro tiene razón.
Tengo un problema, un problema que será resuelto con ayuda. Necesito hacerlo por mí, por mis hijos, por mi familia... Ya lo he pensado, buscaré ayuda, pero no podré salir de esto si él no me apoya. La manera en la que me trató no fue la correcta, las palabras que me gritó no estuvieron bien y su orden de no acercarme a mis hijos, mis pequeños... eso fue lo peor de todo.
Claro que no le haré caso, nunca lo haría.
Mis hijos son mi todo, mi pequeña me necesita y Pedro jamás podría hacer nada para separarme de ellos.
Fue una estúpida pelea en la cual los dos salimos heridos...
Sacudo mi cabeza y trato de relajarme. Hay silencio absoluto en todo el lugar. Los juguetes de Ale están tirados por el suelo y algunos de los pañales limpios de Kya están en el sillón. Sonrío levemente y dejo las llaves del coche en la primera superficie que veo. Me quito el leve abrigo que tengo y lo dejo caer. Camino hacia las escaleras las subo con cuidado y lo primero que hago es acercarme a mi habitación.
Me detengo en el umbral de la puerta y la sonrisa de mi rostro se hace más amplia. Doy un par de pasos hacia la cama y veo a las tres razones de mi vida, durmiendo. Kya está en el medio de su padre y de su hermano y duerme como un angelito. Ale y Pedro toman de sus manitos y se acomodan para estar muy cerca de ella sin hacerle daño. Es la imagen más hermosa que he visto. Me río levemente al ver que Ale ha perdido un calcetín y río de nuevo al ver a Pedro con la boca abierta.
Me quito los zapatos con sumo cuidado, corro al baño. Me doy una ducha rápida, me pongo el pijama de algodón y luego seco mi cabello.
Después, aparto el ligero edredón y me acuesto al lado de mi niño. Rodeo su cuerpito con mi brazo de modo que puedo cuidarlo a él y también puedo acariciar a mi angelito con mis manos. Beso la cabeza de Ale, suelto un suspiro y observo a Pedro por varios minutos.
Él parece profundamente dormido y aún hay ojeras debajo de sus ojos. Quiero acariciarlo, besarlo, quiero decirle que tiene razón, que tengo un problema y que quiero que él me ayude a superarlo, pero cada vez que recuerdo lo que me hizo, mi pecho se llena de rencor.
La vieja Paula toma el control y se niega a perdonarlo.
Nunca podré cambiar del todo y eso es lo que me aterra. No quiero perderlo a él y no quiero perder a mi familia... Estiro mi brazo hacia la mesita de noche y tomo mi celular.
*Necesito un respiro de todo esto y solo tú puedes ayudarme, Lucas*
 
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