lunes, 25 de septiembre de 2017
CAPITULO 48 (SEGUNDA PARTE)
Salimos del restaurante y antes de bajar las escaleras me detengo en seco y observo detenidamente a Santiago. Primero acaricio su cabello y luego examino las partes dañadas de su cara.
—Esto es mi culpa —digo con un hilo de voz—. Todo esto es mi culpa.
—No, claro que no es tu culpa —dice, tomando mi rostro entre sus manos—. ¿Ese tipo es tu ex esposo?
Lo miro fijamente y asiento con la cabeza.
—Así es… —digo entre sollozos—. Lo lamento.
Él me abraza dulcemente, intentando que su camisa manchada de sangre no me roce, y yo comienzo a llorar como una idiota. Pierdo el control, me dejo derribar. No podré superarlo de un día para el otro. Aún siento cosas por Pedro, pero lo único que deseo es odiarlo con todas mis fuerzas.
—Su coche, señor —dice el ballet parking, mientras que vemos como el otro chico estaciona coche de Santiago delante de nosotros.
Él toma las llaves y me ayuda a bajar las escaleras con sumo cuidado.
Cuando Santiago abre su puerta para sentarse a mi lado, la mía también se abre y el imbécil de Pedro me toma del brazo y me arrastra hacia afuera.
—¡Déjame! —chillo, intentando alejarme de él. Santiago corre rápidamente en mi dirección e intenta apartarme de sus manos—. ¡Pedro, basta! —grito de nuevo.
Esto es completamente desesperante. Todo se sale de control, no puedo creer que sea capaz de seguir haciendo esto.
—¡Eres mi esposa y vendrás a dormir conmigo esta noche, quieras o no! —grita, provocando que algunas personas que circulan por la transitada avenida se detengan a ver el show —. ¡Me cansé de tus jueguitos, Paula! ¡Volveremos a nuestra casa y hablaremos de toda esta mierda!
Intento alejarme de él, pero cada vez aprieta mi brazo con más fuerza y me arrastra un par de metros.
—¡Suéltala! —grita Pedro, poniéndose delante de él.
Pedro se detiene y lo fulmina con la mirada, como si fuese un insecto. James no es tan alto, pero eso no quiere decir que no se atreva a enfrentarlo
—Déjala —dice de nuevo, pero esta vez mucho más calmado.
Pedro suelta una risita irónica y luego voltea su cabeza en mi dirección.
—Solo han pasado cinco días, Paula.
Él no es el Pedro que quiero. No suena ni dulce ni comprensivo. Su voz está cargada de rencor y desesperación.
—¡Solo han pasado cinco malditos días y ya estás besándote con cualquiera!
Santiago se mueve velozmente y logra colocarse entre Pedro y yo. Ahora estoy protegida por su cuerpo y me siento mucho mejor.
—Vete, Pedro —le pido con voz severa—. Te dije que todo se acabó.
—¡Eres mía! —grita, empujando a Santiago a un lado.
Cierro los ojos y al abrirlos tengo el cuerpo de Pedro encima del mío, está acorralándome contra el coche de Santiago y no puedo hacer nada para liberarme. Solo dejo que las lágrimas cargadas de enfado y disgusto escapen de mis ojos. Esto no será sencillo, tendré que luchar para conseguir lo que quiero y no podré lograrlo tan fácilmente.
Pedro no se dará por vencido.
—Eres mía —susurra, tomándome de la cintura, mientras que intenta besarme.
Veo a Santiago y, con un gesto de mano que Pedro no puede ver, le digo que se detenga. Sé que está dispuesto a atacar, pero no quiero que lo haga. Puedo controlar esto al menos ahora, sé lo que tengo que decir para alejarlo.
—He dejado de ser tuya en el momento que permitiste que esa mujer me humillara de aquella forma —susurro, apartando mi cara de la suya. La insistencia sigue ahí, en medio de los dos, separándonos por una fina barrera que Pedro romperá enseguida—. Pedro, estás fuera de control, suéltame y hablemos con calma —le pido, desconociendo mi voz por completo.
—Eres mía… siempre serás mía, Paula —dice, uniendo nuestras frentes. Cierro los ojos con fuerza e intento resistirme, mientras que él acaricia mi rostro con su pulgar—. Regresa a la casa, duerme conmigo esta noche, nada es lo mismo sin ti. Te extraño…
Coloco mis manos en su pecho e intento hacer algo de distancia entre ambos. No puedo permitir que me bese. Ya es tarde para eso. Me perdió, perdió a su hijo y no nos recuperará jamás. Tengo que dejárselo muy en claro.
—Déjala en paz —brama Santiago a unos pocos metros de distancia—. Está embarazada, no puede estar en ese estado. ¡Comprende que no quiere verte!
—¿Quién demonios eres tú? —pregunta de manera amenazante—. ¿Qué estás haciendo con mi esposa?
—No tienes por qué ser agresivo —le dice muy calmado.
—¿Quién mierda crees que eres para besarla?
Santiago se pone en una pose sumamente protectora y se acerca a Pedro, dispuesto a enfrentarlo tanto física como verbalmente. Estoy en medio de una lucha de titanes que no tendrá fin si no puedo decir basta.
—Santiago, vámonos —digo, jalando de su brazo—. Él no lo vale, vámonos, por favor —imploro, llorando de nuevo.
No merezco esto. No he hecho nada malo. ¿Por qué todo esto me sucede a mí? ¿Cómo puede ser posible que del más hermoso cuento de hadas, lo nuestro se haya convertido en esto?
Nada sucede, comienzo a desesperarme. Miro mi mano izquierda y rápidamente me quito el añillo de compromiso y el de boda. Mi dedo se siente extremadamente ligero y extraño, es una sensación de vacío.
—Santiago, espérame dentro del coche.
—Paula… —protesta, pero al verlo directo a los ojos puedo lograr que haga lo que pido.
Todo estará bien. Podré con esto, como lo he hecho la mayoría de las veces. No es momento de que la Paula débil salga a flote. Ahora, más que nunca, tengo que volver a sentirme esa maldita y despiadada mujer que solo piensa en sí misma.
En este preciso momento tengo que dejar de ser solo Paula.
Santiago se mete en el coche. Pedro y yo nos miramos por varios minutos, pero ninguno de los dos puede decir nada.
Siento como las palabras se dirigen hacia mi boca, pero cuando están por salir, desaparecen como por arte de magia.
—Eres todo lo que quiero, todo lo que deseo. Si no te tengo a mi lado, mi vida no tendrá sentido —susurra, acercándose a mí. Nuestras narices están rozándose y no puedo moverme para hacer distancia del peor error de mi vida—. No puedes hacerme esto, Paula, no puedes apagar todo el amor que sentimos —dice, moviendo sus manos en dirección a mi rostro.
Sus ojos logran penetrar todo tipo de escudo que he creado en cinco días y, por los sentimientos que se arremolinan en mi pecho, puedo comprobar que esos escudos fueron débiles, débiles como lo soy yo.
—Se acabó.
—Sabes que te amo, sabes que haría lo que sea por ti, por favor, perdóname, por favor, déjame explicarte que sucedió. No quiero perderte…
Suelto un suspiro cargado de desesperación y miro el suelo.
No necesito saber más, no me interesa. Con todo lo que esa mujer ha dicho, es más que suficiente. No quiero explicaciones, solo quiero olvidar, quiero que está herida sane lo más rápido posible, para poder sentirme mejor conmigo misma.
Extiendo mi mano hacia su dirección con el puño cerrado. Él abre su palma y dejo caer los dos anillos en ella, intentando evitar el llanto. Ahora si es definitivo, ahora si es el fin de esta historia.
Pedro mira los dos anillos sobre su mano y eleva su mirada en mi dirección. Puedo ver como sus ojos se inundan de lágrimas. Sabe lo que significa, sabe que no estoy bromeando.
—Paula… —Solloza dejando que una lágrima se deslice por su mejilla.
Verlo así, me rompe el corazón, pero, luego, recuerdo que él ya me lo ha roto en millones de pedazos casi imposibles de romper de nuevo, entonces, esa lástima y ese arrepentimiento se esfuman de inmediato.
—Ya no somos nada —digo finalmente.
Él no se mueve de su lugar. Parece desconcertado, dolido y, sobre todas las cosas, perdido en sus propios pensamientos.
Lo miro por última vez, casi ahogo un grito al verlo de rodillas en el suelo, pero finjo que nada sucede y me subo al coche de Santiago. Ahora si es definitivo. Se acabó para siempre.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario