viernes, 22 de septiembre de 2017

CAPITULO 39 (SEGUNDA PARTE)





Necesito aire, necesito calmarme. No me importa si todos deben estar preguntándose por mi paradero. Quiero un momento a solas. No puedo permitir que suceda lo que está sucediendo. Me siento completamente sola, triste y decepcionada. El Pedro de minutos atrás no era el de siempre, no era mi Pedro, era una persona completamente diferente y distante. ¿Quién demonios era esa mujer?


—Estaremos bien sin él, Pequeño Ángel —le digo a mi vientre mientras que lo acaricio levemente—. Al menos, por una noche —agrego en un leve murmuro que solo yo puedo oír.


Intento reprimir los deseos que tengo de llorar, pero no lo logro. Estoy demasiado sentimental, mis hormonas son incontrolables y tengo la sensación de que estoy completamente sola en esto. ¿Por qué todo tiene que suceder cuando estamos en nuestro mejor momento? ¿Por qué el destino quiere jugar con mis planes perfectos? ¿Por qué tiene que arruinarlo? No tiene sentido.


—Princesa… —murmura mi padre a mis espaldas.


Limpio mis lágrimas disimuladamente y formo una sonrisa. 


Me volteo en su dirección e intento parecer segura de mi misma y acomodo la falda del vestido.


—Papá —digo con la voz entrecortada.


Él me mira de pies a cabeza y se acerca con los brazos abiertos. Sabe que algo sucede, pero evitará hacerme preguntas.


—Mi pequeña… —dice abrazándome fuertemente. No logro contener mis emociones. Las barreras que forme en menos de tres segundos, se desmoronan por completo—. ¿Qué sucedió ahora?


La Paula que habita mi interior deja su máscara sobre el escenario, sale corriendo y se sienta sobre un oscuro rincón para llorar tranquila. Así me siento en este maldito momento.


—Tranquila, pequeña —me dice con voz glacial, mientras que acaricia mi cabello.


Pedro… —digo en un murmuro y me detengo antes de terminar la frase.


Ni siquiera sé por qué lloro exactamente. Estoy dolida, enojada, confusa y, sobre todo, sentimental.


Me siento patética. No debería estar llorando por sus idioteces, debería haber arrastrado a esa mujer por el suelo hasta dejarla sin extensiones, pero simplemente fui débil. 


Siempre he sido débil…


—Quiero ir a casa —le digo con un hilo de voz.


Papá acaricia mi espalda y mis brazos, cuando mi piel se eriza debido a la brisa de la noche.


—Iremos a buscar tu abrigo y tu bolso y luego te llevaré a casa. Te hará bien estar lejos de él al menos por unas horas, eso te ayudará a pensar con claridad —me asegura, acomodando algunos mechones de mi pelo.


—Ni siquiera sabes lo que sucedió —espeto, perdiendo mi mirada en el suelo del balcón.


—No es necesario saberlo —me dice con una media sonrisa—. Pude notarlo cuando Pedro ingresó al comedor, tú no has regresado y no fue muy difícil sacar mis propias conclusiones, pequeña.


Abrazo a mi padre de nuevo y suelto algún que otro sollozo. 


Soy completamente patética y Pedro es el culpable de todo esto.


—Ven, vámonos a casa —me dice, abrigándome con sus brazos mientras que salimos del balcón.


Mi padre regresa con mi bolso y mi abrigo mientras que yo lo espero frente a su coche. Quiero largarme de aquí, quiero desaparecer. Ya no tengo deseos de hablar, de ver, o escuchar a algún Alfonso. No toleraré a nadie. Mi mal humor sobrepasa lo habitual y papá es el único que puede calmarme en momentos así.


—¿Estás lista? —pregunta, abriéndome la puerta de su coche.


—Estoy lista, papá —respondo en un leve murmuro sin apartar mi mirada de la imponente mansión.


A los escasos segundos, Pedro abre la puerta de entrada, baja las escaleras de mármol y se dirige en mi dirección.


—¡Paula! —grita cuando estoy por adentrarme en el coche—. ¡Espera, tenemos que hablar!


Intento apresurarme, pero él toma mi brazo con fuerza y me aparta un poco del coche. No sé qué decir, tengo un nudo en la garganta que no me deja ni siquiera balbucear.


—¿Qué crees que haces? —pregunta con el ceño fruncido. 


Parece enfadado. ¡Es ridículo! ¡Soy yo la que está enfadada!


—Dormiré en casa de mi padre esta noche —le informo, recuperando mi tono de voz habitual. Intento parecer fría y distante, pero, en vez de eso, logro sonar dolida y desconcertada. Nada me sale bien en este momento y eso me llena de desesperación.


—¿Por qué?


—Porque quiero, Pedro. No quiero verte ahora, no quiero oírte. Necesito tiempo para pensar. Estoy muy molesta contigo y…


—No tienes por qué estar molesta conmigo, Paula. Ni siquiera deberías entrometerte entre esa mujer y yo. No tenías que haber aparecido siquiera. Lo tenía todo solucionado y tú...


—¿Yo? ¿Yo, que? —chillo espantada—. ¿Qué mierda hice ahora? ¿Estás intentando acusarme de alguna cosa? ¡Eres ridículo!


—¡No grites! —chilla, perdiendo el control.


—¡Tú, no me grites! —me quejo señalándolo con un dedo. 


Perdí el control por completo. Tengo deseos de asesinarlo.


—¡Esta pelea no tiene sentido! —exclama.


—¡Claro que no tiene sentido! —contraataco.


Luego, nos quedamos en completo silencio, viéndonos la cara como si fuéramos dos extraños que no se conocen. 


Siento miedo, en mi interior siento miedo, no es mi Pedro.


—Regresa a la fiesta, por favor —me pide en un leve murmuro.


—¿Para qué quieres que regrese?


—Paula, te lo suplico, regresa a la estúpida fiesta, por favor. Te prometo que cuando lleguemos a la casa, te explicaré todo lo que sucede, pero, por favor, intenta no hacer una de tus escenas.



Mi boca se abre ligeramente cuando lo oigo decir esas palabras. No puedo creerlo. Me siento más que ofendida, me siento terriblemente insultada y entristecida.


—¿Escenas? —pegunto con el ceño fruncido. No dijo lo que acaba de decir, ¿Verdad? —. ¿Escenas? ¿Crees que todo esto es una escena? ¿Crees que hago esto apropósito?


Él coloca ambas manos sobre su rostro y suelta un gran suspiro cargado de frustración. ¿Si él se siente así, entonces, como debo sentirme yo?


—Paula, por favor, no quiero discutir contigo. Estábamos bien, necesito que entiendas que ella no tiene nada que ver con nosotros.


—Entonces explícame… —Cambiando mi tono de voz por uno un poco más comprensivo. Intento calmarme, no quiero perder el control y no quiero dormir sin él a mi lado esta noche, pero lo haré si es necesario.


—Cariño, no...


—Explícame.


—¡Ella no tiene explicación, Paula! —grita saliéndose de control. La potencia de su estallido hace que de un brinco del susto. No merezco esto, no hoy, en un día así. Soy su esposa no cualquiera…


—¡No me grites!


Todo se sale de control.


—¡Entonces deja de preguntar idioteces!


—¡Pedro! —chillo sorprendida—. ¿Cómo puedes ser capaz de hablarme así? No puedo creer que me diga eso. ¿Qué mierda le pasa?


Con el rabillo del ojo veo a mi padre, que sale del coche y se acerca a nosotros a una toda velocidad. Aparta a Pedro de mí y me rodea la cintura de manera protectora.


—Creo que ha sido suficiente, Pedro —le dice a mi esposo de manera poco amable.


—No te metas en esto, Marcos.


—Princesa... —murmura mi padre mirándome fijamente—, estás esperando un bebé, no tienes que pasar por esto. Cuando las cosas se calmen, hablaras con él.


Asiento levemente con la cabeza. Él tiene razón. Tengo que pensar en Pequeño Ángel, en mí, en la paz que necesito durante el embarazo. Si Pedro está atormentado no tengo por qué ser la culpable de sus rabietas. Cuando tenga el coraje y el valor, me dirá lo que sucede y si no lo hace, entonces si se arrepentirá de verdad.


Mi padre toma mi mano y me dirige de nuevo hacia el coche. 


Pedro sigue parado detrás de nosotros y no hace nada por impedir que me vaya, pero no me importa. No quiero verlo en este momento, no quiero ni siquiera pensar en él. Estoy demasiado molesta. Esta pelea es estúpida y sin sentido, pero no puedo tolerar que me trate así.


—¡Paula, no hemos terminado de hablar! ¡Paula! —grita cuando el vehículo acelera.


—Púdrete, Alfonso —me digo a mi misma mientras que lo veo por la ventanilla.





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