domingo, 17 de septiembre de 2017
CAPITULO 21 (SEGUNDA PARTE)
—¿Crees que alguien me oyó? —cuestiono luego de varios minutos de silencio.
Así es como me gusta estar. En sus brazos, desnuda y, oyendo los latidos de su corazón sin que nada ni nadie nos moleste. Es, simplemente, perfecto.
Pedro se ríe levemente y luego acaricia mi columna vertebral con su dedo índice.
—¿Y que si lo hicieron? —pregunta con desdén—. Eres mi esposa, soy el jefe, puedo hacer lo que quiera.
—Tienes razón —le respondo con una sonrisa cargada de alivio.
Es bueno que hayan oído, eso quiere decir que todos saben lo que Pedro y yo estuvimos haciendo aquí y, Karen también lo oyó. Acabo de marcar mi territorio por enésima vez. Eso me gusta, de hecho, estar en la oficina y fingir que tengo un trabajo se vuelve cada vez más interesante.
—¿Te hice daño? —cuestiona en un murmuro cargado de preocupación.
Puedo sentir que se avergüenza al preguntármelo y eso me genera demasiada ternura. Pedro, mi perfecto esposo, es especial. Puede actuar como todo un salvaje en un momento y luego comportarse como todo un niño inocente. Es increíble.
—No. No me has hecho daño, cariño —respondo, acariciando su cara—. De hecho, creo que eso ha sido lo más placentero y sexy que hemos hecho en todo nuestro matrimonio.
—Concuerdo contigo.
El intercomunicador suena e interrumpe otro de nuestros innumerables besos. Pedro presiona el botón y rápidamente oigo la voz de Karen al otro lado.
—Eh… Pedro… lamento molestarte, pero... —Se oye nerviosa, nerviosa porque sabe que está interrumpiendo y eso me gusta. No quiero ser malvada, pero todo tipo de mujer es mi enemiga natural—, es urgente que respondas a una nueva junta.
Pedro suelta un suspiro y luego me mira con ternura.
—No quiero dejarte sola —me dice, acariciando mi cabello sin siquiera preocuparse por responder a su secretaria, porque, al fin y al cabo, eso es lo que ella es. Soy mil veces más importante que una junta y eso me llena de orgullo.
Tengo el control de todo esto aquí.
—Ve, tienes cosas que hacer. Yo estaré bien aquí.
—¿Segura?
—Sí.
—Confírmalo, Karen. Estaré en sala de juntas en diez minutos.
Cuelga la llamada a través de intercomunicador y luego me mira fijamente.
—¿Qué harás en mi ausencia? —pregunta mientras que recoge todas mis prendas de ropa esparcidas por diferentes partes de su oficina.
—Pensaba ir de compras, recorrer la zona, ya sabes...
—No quiero que estés sola por ahí.
Me entrega mi vestido y mi sostén y me ayuda a vestirme.
Busco mi tanga por todo el suelo, pero no la encuentro. Miro hacia el escritorio y la veo a un lado de la lámpara de metal.
Me acerco para tomarla, pero Pedro es más rápido y la atrapa entre sus dedos con varios segundos de ventaja.
—¿Qué crees que haces?
—Esto —dice señalando mis bragas—, se quedará aquí, como un hermoso recordatorio de lo que sucedió —murmura con una mirada cargada de sensualidad. Me rio, no puedo evitarlo, no debe hablar enserio.
—Pedro… —digo a modo de advertencia, pero comprendo que lo dice enserio cuando noto que abre su caja fuerte y deja el delicado pedazo de tela dentro—. Está bien, cuando vaya de compras y suba por las escaleras, no podré hacer nada si alguien me ve sin ropa interior.
Se detiene en seco. Me mira unos segundos, da un par de pasos hacia la caja fuerte y me entrega mis bragas. Quiero morir de risa, pero sé que no debo hacerlo.
—No voy a arriesgarme.
—Me parece bien —Tomo la prenda, la coloco en su lugar y él se acerca para peinar mi cabello con sus dedos y besar mi frente reiteradas veces.
—Ya está, te ves hermosa —me dice con una sonrisa—. Ahora, asistiré a la junta, pero te acompañaré hasta el coche.
Tomo mi bolso y él sus demás pertenencia. Ambos cruzamos el umbral que divide su despacho de la imponente sala repleta de oficinistas, y me sonrojo por primera vez en mucho tiempo, cuando percibo que todos dejan de hacer lo que estaban haciendo para posar su mirada sobre mí. Veo sonrisas pícaras y miradas de complicidad, saben lo que hice con mi esposo minutos atrás, probablemente me oyeron gritar y gemir su nombre una y otra vez… No me importa que el mundo sepa que tengo sexo con mi marido, pero que todos me vean así me incomoda.
—¡No hay nada que ver aquí señores! —exclama Pedro mientras que cruzamos el lugar tomados de la mano—. ¡Continúen con su impecable trabajo!
Karen se acerca a nosotros rápidamente.
—Pedro, la junta —le recuerda la rubia insoportable, y no puedo evitar poner los ojos en blanco.
—Ahora no, Karen. Cancela la junta —ordena sin prestarle demasiada atención.
Estoy más que sorprendida.
¡Canceló su junta! ¡Por mí!
Entramos al ascensor y una risita involuntaria se me escapa provocando que Pedro frunza el ceño y me mire con curiosidad.
—Creí que tenías una junta importante —le digo.
—Tú eres más importante que cualquier junta.
Lo miro fijamente y me rio de nuevo. No puedo quitar de mi mente la cara de todos al vernos salir juntos de la oficina.
—Todos estaban viéndome. Apuesto a que me oyeron, Pedro —murmuro sintiendo que el rubor me invade de nuevo. Esto no es normal, demasiada vergüenza que no es usual en mí.
Cuando las puertas del ascensor se cierran, él se voltea en mi dirección para abrazarme.
—No tienes por qué preocuparte, cielo —susurra sobre mi oído. Muevo mis manos y acaricio su espalda.
—¿Qué te parece si llevamos a Agatha a la fiesta de la empresa? —sugiero cuando el silencio nos invade. Lo estaba pensando desde hace varias horas. No puedo creer que lo olvidara.
—¿Agatha? —pregunta extrañado. — ¿Por qué?
—No lo sé, ella me agrada y creo que sería descortés no invitarla. Sé que es una fiesta de empresarios, pero tu estarás ocupado la mayoría de la noche y sería injusto dejarla sola en esa casa cuando yo estaré aburriéndome hasta la muerte.
—No creo que sea una buena idea —responde mirando un punto fijo en la pared. Las puertas del ascensor se abren y Pedro rodea mi cintura para luego caminar por el vestíbulo hacia la salida.
—¿Por qué no es buena idea?
—Porque en esa fiesta hay personas que no quieren ver a Agatha ni en pintura.
—¿Qué?
Esto no tiene sentido. ¿De qué me estoy perdiendo, ahora?
A veces me gustaría ser más curiosa, pero como no se trata de mí, no necesito saber demasiado. Alguna explicación lógica tendrá, pero aun así quiero que nos acompañe. No pienso aburrirme esta noche.
—Nada, cariño —sisea rápidamente—. Solo olvídalo. No sucederá. Aunque te diga que sí, ella dirá que no.
—Pero… —intento protestar. Pedro se detiene en seco y toma mi mentón con delicadeza
—Te lo contaré luego ¿Sí? Pero, ahora, solo quiero almorzar y pasar tiempo contigo, ¿De acuerdo? —pregunta, clavando sus hermosos ojos en los míos.
—De acuerdo —respondo en un leve susurro.
Su sonrisa se amplía y sus labios besan los míos levemente.
—Bien. Ahora comeremos algo y luego te llevaré de compras si tú quieres.
—Claro que quiero. Necesito un vestido para la fiesta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario