domingo, 17 de septiembre de 2017

CAPITULO 22 (SEGUNDA PARTE)





Recorremos de un lado al otro el centro comercial luego de un delicioso almuerzo alemán. Miramos con detenimiento todas las vitrinas, pero solo miramos porque le prometí a mi esposo que no compraría nada que no fuera para la fiesta de esta noche. Él se ve aliviado y relajado. Caminamos tomados de la mano y sonreímos como idiotas cuando nuestras miradas se encuentran. Supongo que así debe de ser estar enamorada. Es fantástico y sorpresivo. Nunca sé lo que sucederá o como sucederá, pero las mariposas de colores revolotean en mi estómago y me producen un leve cosquilleo más de tres veces al día.


—Ahora que lo pienso, tú y yo jamás hemos ido al cine


—Es verdad. Fuimos a la ópera, a exposiciones de arte, fiestas de todo tipo, pero jamás hemos ido al cine.


Sonríe, se acerca para besarme en los labios y cuando menos lo noto, estamos comprando boletos para ver una comedia romántica. No puedo creerlo. Iremos al cine y eso me toma por sorpresa de nuevo.



****

— ¿De verdad quieres ver esa película? —pregunto con una mueca.



—Solo quiero estar contigo. Todos dicen que el cine es el lugar de las primeras citas y nosotros nunca tuvimos una primera cita oficial —espeta tomando mi mano para que sigamos avanzando—. ¿Qué te parece si lo hacemos ahora?


—Me parece bien —respondo sonriente.


Compramos palomitas, refrescos y dulces de todo tipo. 


Pasamos la entrada y un joven de unos veinte años nos pide los boletos y luego corremos a nuestros lugares, como si fuésemos dos adolescentes ansiosos por tocarse.


Media hora después, y aún no sé quién es el personaje principal ni de que se trata la película. Solo oigo las voces a lo lejos y me concentro profundamente en saborear los labios de mi esposo mientras que mis manos lo manosean por todas partes. Ambos estamos demasiado excitados y sé que no podremos controlarnos.


—¿De verdad quieres hacerlo? —pregunto con una tímida sonrisa cuando termino de oír su ardiente proposición en el oído.


No puedo creerlo.


—Sí —me responde en un susurro apenas audible—. Es algo que siempre quise hacer.


—¿Y si nos descubren? —pregunto dudosa.


—No lo harán —me dice—. Son travesuras de parejas. Todos lo hacen alguna vez.


—¿Y si me oyen?


—No te oirán, cielo. Lo prometo —asegura—. No vas a arrepentirte, mi preciosa Paula.


—Pero…


—Además, tenemos una gran ventaja —susurra, moviendo su mano hasta mi monte de Venus. Estira su dedo índice y recorre mi feminidad por encima de la tela de mi vestido. —No tenemos mucha compañía…


—No puedo creerlo. Resultó ser todo un pervertido, señor Alfonso.


—Eso creo...



****

En la noche, intento convencer a Agatha para que nos acompañe, pero fracaso rápidamente. Un no de ella es un no para todo el mundo y ni mis mejores y más hermosos encantos logran convencerla.



Debo de aceptar la idea de que estaré sola la mitad de la noche. Es eso o soportar charlas de negocios en diferentes idiomas. No sé por qué acepto asistir a todas estas fiestas, pero tengo que hacerlo. Soy Paula Alfonso, no puedo estar ausente y más cuando gran parte de la organización fue bien dirigida por mí, porque para ser sincera, el trabajo de Karen era sumamente malo y aburrido. Ya lo dije, todo es mejor cuando yo lo hago.


—Vamos, cielo. Se nos hace tarde —me dice Pedro el otro lado de la sala de estar. No dejo de mirarme en el espejo. 


Me veo completamente hermosa. Definitivamente debo de ir de compras con Pedro más seguido. Tiene un excelente gusto para escoger vestidos y yo soy una buena esposa que busca complacerlo, al menos por un rato.


Llevo un hermoso vestido color salmón, otra vez. Debo de admitir que estaba un poco inquieta por el color. No suelo vestirme de esta manera, pero a Pedro le fascinó el corte sirena y el escote corazón, no puede resistirme a sus peticiones y miles de halagos. Tiene una pequeña cola en la parte trasera y deja que todos puedan contemplar mi trasero desde todos los ángulos, sin mencionar el descubierto sensual de mi espalda.


—Estoy lista —murmuro cuando termino de retocar el labial rojo.


Le sonrío al espejo, tomo mi bolso de mano a conjunto con el vestido, y noto como Pedro se queda sin habla por lo hermosa que estoy. No es necesario que diga nada, su reacción es más que suficiente.


—Tengo un obsequio para ti, cielo.


—¿Un obsequio? —pregunto, frunciendo el ceño. Me encantan los obsequios, pero Pedro acaba de tomarme por sorpresa de nuevo.


Coloca su mano dentro del bolsillo de su saco negro y quita una caja de terciopelo cuadrada. Me la entrega con una amplia sonrisa en los labios y lo único que puedo hacer es tomar el objeto y verlo por mí misma. No sé qué decir. Me quedo pasmada. Es un collar de oro con un colgante precioso. La forma es asimétrica, pero elegante y si prestas suma atención a los detalles puedes ver mi nombre escrito con el mismo material de metal que ayuda a sostener el pequeño brillante del centro. Es precioso, simplemente, estoy sin palabras y tiene mi nombre. Estoy anonadada.


Pedro… —murmuro conteniendo la respiración. Mi voz no se oye para nada normal, pero es por el factor sorpresa.


—¿Te gusta?



Sonrío y luego acaricio el collar con la yema de mis dedos. 


Puedo apostar que esta es una de las joyas más valiosas que tengo. Debe de valer varios millones. Pedro me regaló una simple pulserita en París y eso significó muchísimo para mí, me enamoré mucho más, pero esto… Simplemente, no sé qué decir.


—Es hermoso —murmuro luego de varios minutos—. Pedro, esto es…


Él sonríe y quita la caja de terciopelo de mis manos. Toma el collar y ordena que me voltee. Recojo los mechones de cabello y los elevo para darle total comodidad y acceso a mi cuello. Siento la gargantilla sobre mi piel y me estremezco. 


Podrían asesinarme por llevar algo así, pero no me importa. 


Me siento la mujer más afortunada del mundo, como una reina. Soy una reina.


—Lo tenía listo desde antes de salir de Londres, pero quería dártelo en un momento inesperado. Y creo que este él es momento perfecto.


Me miro al espejo y contemplo mi aspecto con el collar ahí, sobre mi piel. Pedro se coloca detrás de mí y me rodea la cintura. Dejo caer los rizos sobre mis hombros nuevamente y acaricio sus manos. Hacemos contacto visual en el espejo y nos sonreímos mutuamente.


—Gracias, Pedro.


—Te mereces esto y mucho más, mi preciosa Paula —me dice dulcemente, besando mi hombro derecho al descubierto. 


Luego, mueve una de sus manos hacia otro bolsillo y toma su teléfono móvil. Enciende la cámara, y sé que tengo que sonreír para la siguiente mini sesión de fotos que sigue.


Ambos posamos de diferentes maneras unas tres o cuatro veces y luego nos besamos para la foto final. Nos tomamos de la mano y salimos en silencio por la puerta delantera para no despertar a Agatha que a las nueve de la noche, ya está profundamente dormida








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