lunes, 11 de septiembre de 2017
CAPITULO 2 (SEGUNDA PARTE)
Estamos listos para comenzar a recorrer la ciudad. Ya llamaron de recepción para informarnos que le coche espera por nosotros, solo debo de aguardar unos segundos hasta que mi guapo esposo termine de arreglarse. Fue un excelente comienzo de mañana. Primero sexo y luego más sexo y un merecido baño que ayudó a relajarme más de lo que debía. Ahora me encuentro bien. Tomo mi bolso y me acerco al espejo para ver mi aspecto. Todo está perfecto como debería de estarlo. Yo soy perfecta.
Pedro aparece detrás de mí y besa mi mejilla. Ambos elevamos la mirada y nos vemos en el espejo.
—Nos vemos muy bien juntos —murmura acariciando mi hombro con sus dedos.
—Lo sé —respondo castamente. Espero que no haga más nada, porque si sigue así, no podremos salir de esta habitación jamás y hay demasiado por recorrer—. ¿Podemos irnos ya? —cuestiono antes de que la Paula malvada logre liberarse.
—Vamos —me dice, tomando su billetera.
Salimos hacia la calle y el ballet parking del hotel le entrega a Pedro la llave del hermoso coche de los años ochenta, color negro, que capta mi atención de inmediato. Ambos hablan en francés durante varios segundos y luego de la propina, sé que todo está listo. Doy brincos como una niñita y dejo que mi esposo me abra la puerta del vehículo.
—¿A dónde vamos? —pregunto con suma curiosidad.
—Aún no lo sé, pero… ¿qué te parece si dejamos que París sea nuestra guía? —pregunta, encendiendo el motor.
—Que París sea nuestra guía, entonces.
La música en el coche comienza a sonar y todo se vuelve una completa locura. Recorreré París con mi perfecto y amado esposo. No sé lo qué sucederá y eso lo hace más emocionante todavía. Improvisaremos todo y los días volarán hasta que llegue la noche de mi sorpresa. Sé que le gustará, sé que seremos completamente felices, sé que en estos tres días en la ciudad del amor cambiaré de parecer con respecto a ese tema que me tenía preocupada y le diré que sí sin problema alguno. De hecho, ya empecé a pensar en eso y me asustan las ansias que tengo de qué un impulso se apodere de mis sentidos y me haga cometer la mejor de las locuras.
Comenzamos nuestro paseo y recorremos múltiples avenidas. Tomo mi celular y le saco fotografías a todo lo que me gusta. Pedro se ve completamente relajado y deja que el ritmo de la pegadiza música nos lleve hacia no sé dónde.
Todo es hermoso. El cielo está algo nublado debido a que estamos a principios de septiembre, pero eso no arruinará nuestro día.
El Arco del Triunfo es, junto a la Torre Eiffel, el monumento más representativo de París y es el primer atractivo turístico que visitamos. Nos bajamos del coche rápidamente, él me toma de la mano y observamos con detenimiento la imponente construcción de cincuenta metros de altura.
—Fue construido entre mil ochocientos seis y mil ochocientos treinta y seis, por orden de Napoleón para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz, cariño.
—Genial —respondo rápidamente y tomo mi teléfono para recordar este momento y para que él ya no me hable sobre esto.
Nos tomamos muchas fotografías con todo tipo de poses y caras posibles hasta que casi sobrecargamos la memoria del celular, luego compramos algo de beber en un pequeño puesto de un vendedor ambulante y seguimos el recorrido.
—Haremos esto a pie, cielo —me dice, estirando de mi brazo para seguir recorriendo un par de calles.
Son todas elegantes, limpias y perfectamente estables. Hay un poco de viento, pero eso no me molesta. Mis tacones resuenan de un lado al otro y Pedro no se detiene ni un solo segundo. Pasamos por varias tiendas de ropa cuando nos dirigimos hacia uno de los restaurantes más costosos y elegantes de Francia. Hago que se detenga, y, sin mirar vidrieras ni nada de eso, nos introducimos en algunas de ellas. Todo pasa de manera muy rápida y los momentos de diversión son constantes. Me pruebo todo tipo de atuendos y Pedro los aprueba sin chistar. Me compro varios vestidos, zapatos y, sobre todo, tres o cuatro bolsos Loboutin. Son mis favoritos, no podría venir a París y regresar a casa sin ellos.
—¿Listo? —cuestiona cuando deslizan su tarjeta de crédito por tercera vez. Me rio levemente y le entrego la Black Card para que la guarde.
—¿Sabes cuánto te costará todo este viaje, verdad?
Tomo mis bolsas y él me rodea la cintura dulcemente.
—Lo sabré cuando lea los recibos, cariño —murmura, y hace que se me escape una risita. Morirá si lee recibo a recibo detalladamente. No llevamos ni tres horas de recorrido y ya gasté mucho en ropa y zapatos. Y sé que esto recién comienza.
—No deberías de complacerme tanto, Pedro —sugiero para no sentirme culpable luego. Si lo hago, podré decirle “Te lo advertí” y no protestará.
—Quiero complacer cada uno de tus caprichos, preciosa —murmura de manera dulce y al mismo tiempo sensual sobre mi oído.
Ya en la acera, dejo mis cuatro bolsas en el suelo y luego lo rodeo con los brazos. Unas cuantas personas nos esquivan y nos miran con dulzura. Beso sus labios y no puedo evitar levantar una de mis piernas cuando lo hago, como si fuese una antigua película de amor. Siempre quise hacer eso. Y lo hice. Ya no necesito nada más. Bueno, en realidad sí, hay mucho por comprar aún.
—Ven, dejemos esto en el coche —le digo con una sonrisa.
Él no protesta y me ayuda con las bolsas. Lo bueno de todo esto es que enviarán las cuatro cajas de zapatos y bolsos al hotel.
Nuestro siguiente lugar por visitar es, finalmente, “Epicure”, uno de los restaurantes más conocidos, caros y elegantes de la ciudad. Sí, tengo hambre, debo admitirlo. No sé cómo Pedro consiguió una reserva en un lugar como este en tan poco tiempo, pero lo único que sí sé es que él lo tiene todo absolutamente planeado. Son las tres de la tarde en la ciudad y necesito comer algo.
Pedro toma mi mano por encima de la mesa, luego de pedir la cuenta de todo lo que consumimos.
—Esto parece un sueño —dice. Frunzo el ceño y me acerco lo más que puedo a él, hasta que la mesa me impide seguir haciéndolo.
—¿Por qué parece un sueño?
—Porque estás aquí, porque seguimos juntos, porque sientes lo mismo que yo… —musita con la voz apagada—, porque todo está sucediendo como alguna vez lo soñé —susurra, ahora sonriente—. Cuando nos casamos pensé que no lograrías soportarme por más de un mes, pero lo hiciste, y descubrí que a pesar de tu indiferencia y tu actitud de control absoluto, solo intentabas defenderte de lo que te rodeaba.
—Oh, Pedro…
—Supe que eras la mujer de mis sueños en cuanto te vi, Paula Alfonso.
—Si sigues hablando así, vas a hacerme llorar y el maquillaje se correrá —indico rozando mi ojo con mi dedo índice. No puedo llorar, no puedo ser tan inmune a sus palabras—. Me veré fea.
—No quiero que llores, cariño. Jamás te verías fea, eres hermosa —asegura—. Solo estaba recordando cosas lindas y dije eso.
Me rio ante los pequeños recuerdos que invaden mi mente.
Fueron tantos en tan poco tiempo…
—Yo tampoco creí que nuestro matrimonio duraría. Recuerdo que el primer día en la mansión me sentía aterrada, pero descubrí que era divertido hacerte enfadar y el miedo se esfumó —confieso en un susurro.
Pedro me lanza su mirada más dulce y luego extiende su otra mano hacia mi mejilla y la caricia levemente.
—Eres perfecta —dice, rozando sus dedos sobre mi piel—. Eres mi preciosa Paula.
—Mi preciosa Paula —repito—. Me encanta cuando me llamas así. Aunque, eres algo cursi.
—¿Yo soy cursi? —pregunta, asombrado.
Asiento levemente con la cabeza y me rio. No puedo evitarlo.
—Yo diría que soy romántico.
—Y cursi —agrego rápidamente.
Somos solo nosotros dos, encerrados en nuestra burbuja en donde todo es perfecto. Todo es color de rosa, todo es amor y romance. Me siento completamente seducida por este hombre. Mi esposo, mi perfecto y al mismo tiempo imperfecto esposo. Solo mío.
Salimos del restaurante y cruzamos varias calles hasta llegar al coche. Ahora sí es momento de empezar el verdadero recorrido. Sé que con Pedro al volante iremos de punta a punta en la ciudad en solo unas horas. Son apenas las cinco de la tarde, podemos ver muchas cosas interesantes y regresar al hotel a las ocho o nueve. Ya estoy comenzando a sentirme exhausta y sé que hoy en la noche dormiremos sin siquiera pensar en sexo.
El coche se detiene y, por fin, sé a dónde estamos. Siempre que vine a París pasé por aquí, pero jamás entré.
“El Panteón de París fue el primer gran monumento de la ciudad. Su construcción fue anterior a la del Arco del Triunfo y la Torre Eiffel, siendo el primer lugar desde donde se podía divisar París.” —Recuerdo lo poco que sé de este lugar.
Estamos aquí ahora y recorremos el inmenso sitio sin detenernos por nada. Hay mucha gente y entre los dos hacemos lo posible por avanzar. Nos tomamos alguna que otra fotografía en los lugares más importantes y luego seguimos recorriendo. La arquitectura es imponente y es lo que más logra robar mi atención. —El Palacio Nacional de los Inválidos fue construido en el siglo XVII como residencia para los soldados retirados del servicio. Actualmente alberga la tumba de Napoleón. —Simplemente, aterrador. —Creo que es muy interesante, cielo —agrega él, rápidamente. No me agrada le idea de pensar en cadáveres de un conquistador, pero a Pedro le fascina la historia de este lugar y aunque no tenga muchos deseos de seguir caminando, lo hago porque veo lo emocionado que está mientras que me habla sobre toda la historia que conoce de este sitio. Es aburrido oírlo y al mismo tiempo gracioso. No sé cómo terminó en una empresa de inversiones, yo me lo imagino dando clases de historia en algún colegio.
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