martes, 26 de septiembre de 2017

CAPITULO 51 (SEGUNDA PARTE)





Pedro me ayuda a bajar del coche, toma las bolsas de la farmacia y luego besa mi frente. Tengo que admitir que fue el día más feliz de mi vida, no quiero que se largue ahora. 


Apenas son las tres de la tarde, ni siquiera se ha ido y ya siento que lo extraño.


—¿Quieres quedarte con la fotografía de Pequeño Ángel?


—¿De verdad? —pregunta, rodeándome la cintura con un brazo.


Sé que me juré a mí misma que no lo besaría hasta que todo esto pasara, pero si sigue mirándome así, no podré detenerme.



—Yo lo tengo conmigo todo el tiempo —le digo con una sonrisa mientras que poso mi mano en mi vientre—. Sería más que justo que te quedaras con su fotografía —murmuro tomando mi bolso. Saco el sobre color marrón y se lo entrego.


Me sonríe dulcemente y coloca algunos mechones de pelo detrás de mi oreja.


—Regresa a la casa, por favor. Te extraño, extraño dormir a tu lado por las noches, extraño la manera en la que tus tacones hacen ruido por el suelo de la habitación en las mañanas… Te extraño por completo, Paula —me dice acercándose cada vez más—. Regresa a la casa. Todas tus cosas están ahí, tú aroma, tú risa que parece reproducirse una y otra vez dentro de esa habitación… No dejo de pensar en ti ni un segundo. Esa habitación se ha vuelto una tortura.


—No es tan sencillo —Aparto mi rostro a un lado.


Él suelta un suspiro y luego besa mi frente.


—¿Podemos vernos mañana?


—¿Para qué? —cuestiono, frunciendo el ceño.


—Paula, por favor… ¿Cuánto más tengo que suplicar? —pregunta exasperado—. Eres mi esposa, deberías estar conmigo, deberías dormir conmigo. Haré lo que me pidas, pero, por favor, regresa.


—Quiero que respetes mi decisión —le digo inmutable—. Eso es lo que único pretendo que hagas, Pedro.


Aprieta la mandíbula, claramente molesto. Luego, cierra los ojos e intenta calmarse. Suelta otro suspiro, se pone de cuclillas, besa a Pequeño Ángel, lo acaricia, rodea el coche y se mete en el sin decirme absolutamente nada.


¡No! ¡Qué tonta! ¡Quiero que se quede! ¡Quiero besarlo!¡Mierda!


Doy un golpe al aire, completamente molesta. Lo veo marcharse y demoro unos segundos en reaccionar. Subo las escaleras de la entrada y abro la puerta de casa. Mi madre no debe estar, mi padre mucho menos y Flora tal vez esté haciendo alguna de sus cosas. Estaré completamente sola durante toda la tarde. Al fin podré descansar y dormir.


—Niña Paula —me llama Flora desde la sala de estar.


Dejo las bolsas de la farmacia sobre el sillón de la entrada y camino en dirección a su llamado.



Al entrar a la sala de estar veo a Flora de espaldas a mí y en frente de ella esta Samantha. Si, esa mujer, está en mi casa, en mi vida, en mi espacio, de nuevo.


—¿Qué está haciendo esa mujer en mi casa? —pregunto completamente horrorizada y molesta. Cruzo la habitación en menos de dos segundos y me paro a escasos centímetros de ella.


—Niña Paula, la señorita Stenfeld ha insistido en esperar a que tu llegaras. Intenté convencerla, pero no ha resultado —se explica.


Flora también se ve confundida y más que incomoda con la situación. ¿Qué quiere esa mujer en mi casa? ¿Qué más quiere de mí? ¿Aún hay más?


—Déjanos a solas, Flora —le digo secamente sin apartar mis ojos de los suyos.


Ya no veo esa actitud de superioridad, pero sigue luciendo igual de perra que la primera vez.


Ella se marcha de la habitación rápidamente, y sin decir ni una sola palabra. Cierra las puertas corredizas de la sala de estar y oigo como sus pasos se alejan a toda velocidad en dirección a la cocina.


—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto rápidamente y de manera no muy cortes.


Ella suelta su bolso encima del sofá, se pone de pie y extiende se mano en mi dirección. ¿Qué? ¿Está bromeando? ¿Quiere que la salude? ¿Cómo si fuésemos amigas? ¡Está completamente loca!


—Vine a disculparme…




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