martes, 26 de septiembre de 2017

CAPITULO 50 (SEGUNDA PARTE)






Miro la pantalla de mi celular para contar los minutos. Solo han pasado siete de ellos y Pedro regresa por el pasillo a toda prisa con los brazos cargados de paquetes coloridos. Al parecer, él también recordó que había una máquina expendedora en el segundo piso.


Se arrodilla delante de mí, cambio mi cara y comienzo a actuar. Respiro agitadamente y abro un poco más los ojos. 


Tiene que creérselo hasta el último segundo.


Pedro deja los paquetes que compró sobre mi regazo y luego eleva su mirada para colocar algunos mechones de pelo detrás de mi oreja.


—Mira, cariño… es decir, Paula... mierda… —balbucea—. Hay ositos de goma, ¿Crees que a Pequeño Ángel le guste todo esto? Galletas con chispas, galletas de avena, una barra de chocolate y caramelos, ¿Quieres algo de esto? Es lo único que pude conseguir… —dice con la voz entrecortada. Está completamente nervioso, estoy a punto de reír, pero me contengo—. Paula… —dice para que lo mire.


Elevo la mirada y clavo mis ojos en los suyos. Ya está, no puedo contenerme.


—Para ser un primer simulacro de crisis, has sido demasiado lento… —digo con una amplia sonrisa cargada de diversión—. ¿Qué sucederá cuando tenga una crisis de verdad? —pregunto ladeando la cabeza. Por un momento creo que ha dejado de respirar, así que dejo que procese la broma—. Sabes, creo que comeré la barra de chocolate —digo tomándola. Luego, doy una leve palmada en su hombro y me pongo de pie como si nada hubiese sucedido.


Camino por el pasillo y cuando me volteo, lo veo parado con ambas manos en su cintura. Le sonrío y contemplo como comienza a estallar en risas al igual que yo. Al fin logró comprender la broma y se ríe como un niño. Me gusta verlo así, me gusta reír con él.


—No puedo creerlo —dice, negando levemente con la cabeza mientras que me sonríe ampliamente—. No puedes hacerme esto…



***


Miro el reloj de la pantalla de mi celular. Son casi las doce del mediodía. La imagen mía y de Pedro que antes estaba como fondo, fue remplazada por un hermoso bosque repleto de diversos tonos de verdes. Lo hice porque estaba realmente enfadada y espero que él diga algo. No hemos hablado de nosotros y eso me parece perfectamente bien hasta el momento. Solo nos concentramos en Pequeño Ángel. Pedro me ha acompañado a hacerme todos los estudios tediosos que la doctora Pierce me ha pedido. 


Demoramos más de lo que creía, pero ahora solo sé que falta el último y el más importante y luego podré regresar a casa de mis padres, o al menos eso espero.


—¿Te sientes bien? —pregunta, mirándome de reojo—. ¿Necesitas algo?


Está sentado a mi lado izquierdo, mientras que aguardamos con suma paciencia a que nos llamen.


—Estoy algo cansada —admito después de un leve suspiro.


Hay un largo silencio entre ambos. Él parece completamente pensativo. Sé que quiere decirme algo, pero no sabe qué y, sinceramente, no tengo deseos de hablar. No de ese tema que tanto me incomoda.


—Me gusta como luces hoy.


Suelto una leve sonrisa y observo mi atuendo. Soy un completo desastre. Jamás en mi vida me había vestido así, ni siquiera para estar entre casa. Solo tomé lo primero que encontré y me lo puse. No hay maquillaje, no hay risos perfectos hechos por mí misma en casi dos horas repletas de paciencia.


—Tenía prisa —digo a modo de respuesta—. Me siento como una pordiosera.


—Te decía que te ves bien, es un cumplido —asegura con una sonrisa.


—Gracias.


Miro un punto fijo en el suelo y comienzo a mover mis pies de un lado al otro. No hay nada más que pueda decir. No quiero hablar y tampoco quiero que hable, porque sea como sea, siempre terminamos dando vueltas sobre el mismo lugar y no me siento lista para estar ahí.


Será mi primer ultrasonido y me siento realmente impaciente. Hace más de veinte minutos que estamos esperando a que una mujer de unos pocos meses salga de ahí. Quiero que sea mi turno y largarme. Esto es demasiado estresante.


—¡Paula! —pronuncia la voz de Santiago al otro lado del amplio pasillo.


Elevo la mirada y maldigo internamente. Le sonrío a modo de respuesta y noto como Pedro tensa la mandíbula inmediatamente. Esto no puede estar pasándome. ¿Por qué justamente ahora?



—Santiago —murmuro, poniéndome de pie.


Él besa mi pelo y estrecha mi mano entre la suya. De reojo veo como Pedro lo fulmina con la mirada, está dispuesto a cometer una locura en cualquier momento. Ahora la situación se pone realmente incomoda.


— ¿Vienes a hacer tu revisión médica? —pregunta, ignorando a Pedro que parece querer matarlo con la mirada y con los pensamientos.


—Así es. Ya hice todos los estudios, ahora espero por mi primer ultrasonido.


Me sonríe y luego asiente con la cabeza.


—Te deseo suerte —susurra, colocando un mechón de pelo detrás de mi oreja.


Pedro se pone de pie inmediatamente y me rodea la cintura tomándome completamente desprevenida. Me pongo roja, presa por la incomodidad y la furia de toda esta estúpida situación.


—¿Necesitas alguna otra cosa? —pregunta Pedro, bruscamente, en posición amenazante. Santiago lo mira por unos segundos, luego baja la mirada a la mano que rodea mi cintura y contempla mi rostro desesperado y avergonzado.


—¿Quieres almorzar conmigo luego de tu ultrasonido? —pregunta, fingiendo que solo somos nosotros dos. Como si Pedro no existiera.


Un gran nudo se forma en mi garganta y Pedro apega todo su cuerpo al mío. Intento apartarme, pero no me lo permite. 


Puedo ver esa electricidad que hay entre Santiago y él. Están matándose mentalmente.


—Mi esposa almorzará conmigo, así que desaparece —le dice con brutalidad—. No tienes nada que hacer aquí —Da un paso al frente y me muevo velozmente, coloco una mano en su pecho y con la mirada le advierto que se detenga—. Pierdes tu tiempo.


—Basta —susurro, apretando los dientes. Miro a Santiago y le ofrezco una sonrisa de disculpas—. Aún tengo muchas cosas que hacer, Santiago. Lo siento.


Él asiente a modo de comprensión.


—Está bien. Supongo, entonces, que nos vemos luego, Paula —musita, acercando sus labios a mi mejilla—. Adiós.


—Adiós —digo con el tono de voz apenas audible.


Santiago se marcha por el mismo pasillo por donde lo vi venir. 


Cuando sé que está lejos, me volteo en dirección a Pedro y golpeo su pecho con mi mano.



—¿Qué demonios te pasa? —pregunto con la voz aguda—. ¡Te comportas como un imbécil! —chillo, intentando no perder el control y el volumen de mi voz.


Hay demasiada gente en el lugar y lo que menos deseo es otra humillación en público.


—Tiene que entender que eres mi esposa, que eres la madre de mi hijo y, sobre todas las cosas, tiene que entender que no estás disponible, Paula —espeta con la respiración acelerada.


Frunzo el ceño y lo miro fijamente.


Estoy realmente molesta. Siempre es lo mismo, sus celos, sus estúpidos y sus malditos ataques me ponen realmente molesta y nerviosa. No voy a tolerarlo ahora.


—Estamos separados —le recuerdo, señalándolo con un dedo—. Haré lo que quiera, como quiera, con quien quiera y cuando quiera. No puedes prohibírmelo, Pedro.


—¡Te besó! —exclama completamente molesto—. Tú y yo aún estamos casados y lo estaremos porque no pienso cometer ni una tontería con respecto al divorcio y… —Se calla y rápidamente clava sus ojos en los míos por varios segundos, desconcertándome una vez más.


—¿Qué? —pregunto cruzándome de brazos.


Soy consciente de que varios han notado la pelea, pero todos intentan hacer de cuenta que nada sucede. Una sonrisita se forma en su rostro, luego veo como sus hombros rígidos por la tensión comienzan a relajarse.


—Lo hiciste para darme celos —asegura ampliando su sonrisa—. Él no te interesa como hombre, no te importa, solo lo hiciste para…


—¡Claro que no! —chillo completamente avergonzada. Claro que sí lo hice, pero no pienso admitirlo—. ¡Estás loco!


Pedro suelta una risita, luego mueve sus brazos y toma mi cintura, atrayéndome hacia su cuerpo. Choco con su torso y contemplo cada centímetro de su rostro. Estamos demasiado cerca y sé que voy a perder el control por completo.


—Sabes que tengo razón —dice en un susurro.


Esa sonrisa cargada de diversión sigue en su rostro y debo luchar con todas mis fuerzas para contenerme.



—No tienes razón —le digo con mala cara e intento apartarme, pero su agarre se vuelve más poderoso y ahora estamos completamente pegados.


—Debo admitir que funcionó, porque me sentí realmente celoso —Acerca sus labios a mi comisura—. Quería matarlo por atreverse a tocarte, estuve a punto de hacerlo, Paula.


—Suéltame, Pedro —le pido con un hilo de voz.


Necesito aire, necesito tranquilidad. No puedo pensar con claridad en este estado. No debo dejar que me confunda de nuevo. Tengo que hacerlo sufrir un poco.


—Me amas —afirma—. Te amo… —dice rozando sus labios con los míos—. ¿Por qué tenemos que complicarlo todo? —pregunta, acariciando mi mejilla con su nariz.


Mierda. Tengo que admitirlo. Estoy excitada.


—No estoy lista para perdonarte.


—Te amo… —dice, uniendo nuestras frentes como lo hizo hace unas horas atrás—. Te amo, Paula, tienes que entender que todo lo que te oculté fue para que no sufras. Hice todo lo posible por más de un año para que esa mujer no te haga daño.


Suelto un suspiro y me separo de él. No quiero hablar de esto ahora.


—Me defendiste en vano todo este tiempo, Pedro —digo secamente—, porque cuando de verdad debiste protegerme, dejaste que me humillara y me tratara como la estúpida que soy. No dijiste una sola palabra para callarla.


Me mira por unos segundos. Está callado, quiere responder pero no sabe cómo hacerlo. No tiene nada que decir. Sabe que tengo la razón.


—No quiero hablar de esto —digo, volviendo a sentarme en el mismo lugar en el que estaba.


Él suelta un suspiro y se sienta a mi lado en completo silencio. El ambiente tenso se puede cortar con cuchillo y creo que las demás personas que siguen esperando, también pueden notarlo. Esto no será tan fácil como él cree.


Pasan los minutos lentamente, comienzo abrir aplicaciones en mi teléfono sin saber que hacer exactamente. La puerta del consultorio se abre y la mujer que había entrado anteriormente sale con su esposo y parece realmente emocionada. Ambos se abrazan, él la besa y ella suelta un sollozo cargado de felicidad.



La miro durante unos segundos y sonrío sin saber el motivo exacto. Ella me mira por un segundo y toma la mano de su esposo.


—Es un niño —dice en mi dirección. Sí, me lo está diciendo a mí. Quiere compartir su felicidad conmigo. Sonrío ampliamente y Pedro también.


—Muchas felicidades —digo, antes de que se marche por el pasillo.


—¡Gracias! —grita, volteando su cabeza en mi dirección—. ¡Les deseo suerte!


Miro a Pedro y él me mira a mí. Los dos sonreímos por la extraña situación. El clima de tensión se esfumó por completo. Ahora solo siento paz y calma. Esa mujer supo cómo alegrar mi día, ver esa sonrisa en su rostro hizo que sintiera algo realmente especial. Cuando sepa si Pequeño Ángel es niño o niña me sentiré igual que ella o, tal vez, mucho, pero mucho, mejor.


—Paula Alfonso —llama el médico desde la puerta.


Tomo mi bolso, me pongo de pie y Pedro sigue cada uno de mis pasos como si fuese mi sombra.


Entramos al consultorio y saludamos al médico y a su asistente que parece muy concentrada escribiendo algo en una computadora algo extraña.


—¿Primera visita? —pregunta, sentándose frente a una máquina.


—Así es —respondo con una sonrisa.


—Acuéstate aquí, por favor —me pide.


Lo hago sin decir ni una sola palabra, ahora comienzo a sentir nervios. Esta será una experiencia completamente nueva, única… Pedro toma asiento a un lado de la camilla y también parece algo nervioso y callado. Lo miro durante un instante mientras que el médico prepara el aparato. Muevo mi mano velozmente en su dirección y hago que me dé la suya. Lo necesito. Necesito saber que estamos juntos en esto. Estoy algo aterrada, tengo que admitirlo.


—Todo estará bien —me dice en un leve murmuro, estira mi brazo hacia su dirección, posa sus labios sobre mis nudillos y me brinda una de sus sonrisas que hace que mis nervios se calmen un poco.


—Levántate la blusa y desabróchate el pantalón —me pide, amablemente, el doctor.



Tomo las extremidades de mi camiseta, la elevo hasta donde termina mi sostén y luego desabrocho los botones de mi pantalón. Pedro me mira fijamente y cuando acabo, él vuelve a tomar mi mano.


—¿Listos? —pregunta en dirección a ambos.


Quiero decir que siempre estoy lista para lo que sea, pero en este caso eso no es verdad. Nunca estaré completamente lista para algo como esto. A veces sigo sin poder creérmelo…


Primero coloca un gel sobre mi vientre. Siento algo de frío, pero no demasiado, luego, aproxima el transductor —Que tiene el tamaño de una barra de jabón— y lo coloca sobre mi vientre, deslizándolo de izquierda a derecha. Cierro los ojos por unos segundos y aprieto la mano de Pedro. Los abro y observo con detenimiento la pantalla. Todo está en negro y hay algo que se mueve, pero no estoy segura qué es. Es como un video abstracto, no tiene ni sentido ni formas concisas.


—Aquí podemos observar el útero de tamaño normal, no veo ninguna complicación —dice, señalando un gran espacio en negro con las flecha del puntero de la computadora—. A medida que el embarazo progrese todo este espacio en negro comenzara a llenarse por el bebé —nos explica a ambos sin apartar sus ojos de la pantalla.


Intento comprender, pero aun así no lo logro. No veo lo que él dice que ve. Todo es completamente desconcertante. Miro de reojo a Pedro y parece tan confuso como yo. El doctor nos observa por una milésima de segundo y luego sigue moviendo el transductor de un lado al otro.


—Las áreas claras o grises son los huesos o tejidos y las áreas oscuras son todo el líquido amniótico.


Ah. Claro.


La imagen de la pantalla se amplia y ahora logro ver una bolita pequeñita que se mueve un poco. Sonrío ampliamente y Pedro también lo hace. No es necesario que el doctor nos diga que es porque ambos lo sabemos. Es Pequeño Ángel, está ahí.


—Ocho semanas de embarazo —dice en dirección a su asistente que anota todo en la computadora con suma concentración. Luego, hace todo el diagnóstico y no logro entender lo que dice. Solo me concentro en lo que veo. Es mi hijo, está ahí dentro. No puedo creerlo. Mis ojos se llenan de lágrimas y suelto un leve sollozo. Nunca creí que me sentiría tan feliz al ver algo así, pero no puedo explicar exactamente lo que siento. Es extraño, pero al mismo tiempo es hermoso, es magnífico, es indescriptible. Es mi bebé…


—En este preciso momento su hijo tiene un centímetro de diámetro —dice, midiendo a Pequeño Ángel con una línea color naranja que traza su medida en la pantalla —. Es del tamaño de una uña —aclara con una leve sonrisa.


Pedro y yo rápidamente miramos la uña de mi mano derecha y sonreímos ampliamente. Lo miro a los ojos y sonrío aún más. Él también se ve realmente emocionado. Tiene ese brillo en los ojos que lo hacen ver completamente adorable. No me sorprendería que se pusiera a llorar como yo lo estoy haciendo ahora.


—¿Quieren oír los latidos de su corazón?


Los dos asentimos con una amplia sonrisa. Comienzo a temblar por dentro y le clavo las uñas a Pedro en el dorso de su mano.


De la nada comenzamos a oír un sonido que inunda toda la habitación. Es como el golpeteo de los pasos de un caballo, demasiado rápido. Veo la pantalla y ahí está. Es su corazón. 


Es el sonido más maravilloso que he oído en toda mi vida. Pedro suelta una risita emocionada y yo un sollozo, mientras que seco mi mejilla con la otra mano. No puedo creerlo. Es Pequeño Ángel.


—Oh, mi Dios —Digo completamente impactada.


Jamás creí que un sonido como ese pudiera hacerme tan feliz.


—No puedo creerlo —Dice Pedro en un susurro.


Lo miro a los ojos y ahora si está llorando. Es el momento más feliz de toda mi vida.





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