jueves, 31 de agosto de 2017

CAPITULO 22 (PRIMERA PARTE)





Estamos acostados en nuestra cama en silencio. Mi cabeza descansa en su pecho y mi espalda recibe las suaves y tiernas caricias provenientes de los dedos de Pedro. Me siento diferente, nueva, fantástica, feliz...


–Debo regresar en tres horas, Paula. –Dice en un susurro apenas audible, mientras que observa el reloj de la pantalla de su teléfono. El sueño está venciéndome, pero debo permanecer despierta, no puedo permitir que se vaya. Su reunión de mañana puede esperar. Yo soy más importante que esa reunión, en realidad soy más importante que todo el mundo. Me siento insultada.



– ¿De verdad tienes que irte?–Cuestiono con un inesperado tono agudo en mi voz. Él sonríe y acerca sus labios a los míos.


–Debo hacerlo, cielo. No debería estar aquí. –Espeta con una mueca. –Escape lo más rápido que pude. Nadie sabe que estoy contigo.


–No quiero que vuelvas a España. –Confieso. La idea de estar sola por dos días más me resulta devastadora. 


Estamos bien así, justo ahora estamos perfectamente bien. 


¿Porque hay que arruinarlo?


Él me rodea con ambos brazos y así, de esta manera, me siento segura. Entrelazamos nuestras piernas debajo de las sabanas y luego recibo un dulce beso en la mejilla.


–Tengo hambre. –Me informa sonriente. – ¿Quieres algo de comer?


–Sí. –Respondo. –No dejaste que terminara mi cena.


Se pone de pie y luego me ayuda a incorporarme. Corro hacia mi guardarropa y tomo la primera bata que encuentro es de seda y negra. Me coloco algo en los pies y cuando salgo el ya tiene sus pantalones puestos. Sonrío y luego tomo su mano. Bajamos las escaleras y luego de cruzar el amplio recibidor y el comedor, entramos a la cocina.


Las luces son tenues y las criadas ya no se encuentran ahí. 


Es casi media noche. Todo se ve limpio y ordenado como debe de serlo. Pedro recorre la habitación y luego se sienta sobre la mesada, no en el banquillo, encima de la mesada de mármol combinada con madera.


– ¿Qué vas a cocinar? –Pregunta.


Me paralizo. No puede estar hablando en serio, ¿Está bromeando? Su pregunta me ha tomado por sorpresa y sé que si respondo con la verdad se decepcionará. ¡Yo no sé cocinar!



– ¿Hablas enserio? –Cuestiono con el ceño fruncido. La idea de pensar que debo hacer algo relacionado con la comida, me provoca pánico, cocinar me causa terror. ¿Cómo se lo digo? Además jamás lo he hecho de verdad. ¡Ni siquiera se cortar un tomate! – ¿Quieres un sándwich? ¿O una ensalada? ¿O que tal un té? ¿Quieres un té, verdad?


Si, espero que escoja un té. Eso es fácil de hacer. Agua caliente, té, listo. Un sándwich… bueno sería algo así como pan, queso y listo ¿verdad?


Él sonríe ampliamente y acorta la distancia que hay entre ambos. Me toma de la cintura clavando sus dedos en ella y en menos de dos segundos estamos frente a frente.


–No sabes cocinar. –Afirma como si estuviese burlándose de mí. 


Abro la boca indignada y luego golpeo su pecho.


– ¡Claro que sí sé! –Expreso molesta. Me aparto de su agarre y volteo de espaladas indignada. Sé que miento, pero él no tiene porque decirme eso. Se cocinar un té. Eso cuenta como comida. Lo siento acercarse. Su cuerpo está apegado al mío y percibo como sus brazos me rodean por completo en un abrazo.


–Admítelo. –Musita sonriente sobre mi oído derecho.


–No lo haré. –Le digo con una fina línea en mis labios. Sé que le encanta ponerme en ridículo con algo como esto, pero me molesta que le divierta todo lo que sucede. No tengo por qué saber cocinar.


Me toma entre sus brazos volteo mi cuerpo. Estoy recostada contra la mesada fría de mármol y acerca sus labios a los míos. Lo beso de manera demandante y apasionada. Sonríe y muerde mi labio inferior como si estuviese confirmando con besos lo que ambos sabemos. Me carga sobre la barra y rodeo sus caderas con mis piernas. Acaricia el dorso de mi brazo y nuestras lenguas se encuentran rápidamente. Sus manos se deshacen de mi bata de seda y luego su labio recorre mi cuello y mi clavícula. Cierro los ojos y dejo que haga conmigo lo que quiera. No me molesta en lo absoluto.


–Ya no tengo hambre. –Musita con la voz entrecortada. 


Sonrío y muerdo el lóbulo de su oreja.


–Tampoco yo.


– ¿Y entonces qué?


– ¿Quieres hacerlo aquí? –Cuestiono con una sonrisa completamente cargada de travesura. Es una de mis fantasías y al demonio si no quiere hacerlo, lo haremos de todas formas. Yo tengo el control.


– ¿En la cocina? –Pregunta dudoso con el ceño fruncido. 


Asiento con la cabeza y hago que nuestros sexos choquen con un leve movimiento. Siento su erección y sonrió ampliamente. Siempre estamos listos, es así como funciona y eso me encanta.


–Hagámoslo en la cocina, cariño. –Le digo. 


Él me toma con fuerza y ambos nos dejamos llevar por sensaciones, caricias, besos y mucho sexo…



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